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Yamil Bekenstein

Vamos a licuar mi amor

Al parecer, los principales decisores políticos de los países exportadores e importadores de gas comienzan a predecir un futuro en el cual predominará el licuado por sobre el transporte a través de gasoductos. Esto supondrá seguramente un precio de equilibrio más elevado de la commodity, pero, a la vez, mayor flexibilidad para compra y venta, contratos a más corto plazo y menor riesgo de volatilidad ante socios que se vuelven poco confiables de la noche a la mañana.

A comienzos de la semana pasada los medios internacionales fueron víctimas (¿o impulsores?) de un nuevo caso de fake news. En esta oportunidad, se trata de la viralización de un video, supuestamente atribuido a la empresa estatal rusa productora, transportadora y exportadora de gas Gazprom. En la pieza audiovisual, que impresiona por su crudeza, se puede ver a un empleado de compañía bajando la perilla del suministro de gas hacia Europa. Seguido a este gesto, se muestran a las principales ciudades europeas y sus instituciones regionales sumidas en un invierno profundo, con puentes y calles congeladas, fábricas con su producción interrumpida y hornallas domésticas apagándose. Como si no fuera suficiente, el video termina con una serie de planos de ciudades cubiertas de humo de contaminación, e imágenes de chimeneas industriales arrojando una polución muy densa al aire, en clara alusión al retorno de la quema de carbón para el funcionamiento de las centrales térmicas y eléctricas.

El supuesto spot publicitario no fue compartido a través de los canales habituales como las cuentas de la compañía, la agencia de noticias Sputnik o la cadena Russia Today, sino que fue publicado por el asesor del gobierno ucraniano Anton Gerashchenko. Posteriormente a la difusión, diversos medios internacionales lo analizaron en detalle, llegando a la conclusión de que se trata de un compilado de imágenes extraídas de diversas fuentes en internet, con un tono diferente al que suele utilizar la empresa en sus videos de promoción.

La aparición de esta pieza audiovisual se da en un contexto más que relevante para el presente y futuro europeos. El viernes 2 de septiembre el Kremlin informó la suspensión del bombeo de gas a través del gasoducto Nord Stream 1, cuyo trazado une el oeste ruso con Alemania a través de una tubería que recorre el Mar Báltico, y puede transportar hasta 59.200 millones de metros cúbicos al año. El motivo esgrimido para su suspensión fue una avería en el sistema que obliga a frenar los envíos de forma indefinida. El lunes pasado, Moscú fue más allá y aseguró que este mantenimiento de las instalaciones, cuya responsable es la empresa alemana Siemens, no podrá llevarse a cabo debido a las sanciones vigentes, deslizando que no reanudará el suministro hasta que estas desaparezcan.

Sin embargo, y a pesar de que el gasoducto Nord Stream 2 nunca fue habilitado (con su construcción prácticamente terminada, el gobierno alemán optó por suspenderlo ante la invasión a Ucrania) y de que el 1 acaba de ser interrumpido, el gas ruso sigue fluyendo hacia Europa a través de otras vías alternativas que atraviesan Ucrania (quien cobra una tarifa nada despreciable a modo de “peaje”). Esta dependencia cada vez mayor de las otras rutas, de las que se beneficia el enemigo bélico ruso, abre un escenario de incertidumbre de cara al futuro y las posibles acciones que pudiera considerar el Kremlin.

En este contexto, una de las medidas que analiza la Unión Europea es el cobro de un impuesto adicional para las empresas productoras de electricidad que no la generan a partir de gas, en concepto de “ganancias inesperadas” (por el aumento de precios de venta). Con esta recaudación se buscaría paliar el aumento de los costos de la energía y la inflación creciente en el continente. Otra de las decisiones de Bruselas está en la línea impulsada por el G7: fijar un precio máximo al gas y crudo rusos. Sobre esto se pronunció el presidente Putin en el Foro Económico Oriental de Vladivostok en sentido contrario, al tiempo que aseguró que las sanciones a su país por la guerra suponen una amenaza para todo el mundo.

La dependencia de Europa en general, pero Alemania en particular del gas ruso no es un fenómeno reciente. En 2011 el gobierno de la ex Canciller Angela Merkel anunció que comenzaría un período de transición hacia energías renovables, cuyo primer paso sería el corrimiento de las fuentes nucleares a través de un proceso de desinversión y clausura de las plantas en funcionamiento. El detonante de esta decisión fue el accidente de la central japonesa Fukushima de ese mismo año, en el que, a raíz de un terremoto y posterior tsunami, se produjo una explosión de la planta. Mientras tanto, y en paralelo, el gasoducto Nord Stream 1 se encontraba en plena construcción, proceso que terminó a mitad del 2011, cuando se lanzó la aprobación para añadir un tramo adicional. Se presumía que el gas sería una fuente energética más adecuada y segura que la nuclear en el camino hacia las renovables. Además, Alemania consideraba a Rusia como un socio y proveedor confiable a largo plazo.

En el escenario actual, el gobierno alemán comenzó a desarrollar terminales de gas natural licuado (GNL) que le permitirán recibir gas de proveedores globales y reducir la dependencia de las importaciones provenientes de Rusia. Sin embargo, la construcción, establecimiento y puesta en funcionamiento de estas plantas de regasificación no se dan de inmediato, a la vez que los productores de licuado ya tienen contratada su mercadería con anticipación. En el mismo sentido, y de cara a un invierno en el cual el suministro de gas no está asegurado, el Canciller Scholz analiza la posibilidad de prorrogar la utilización de las tres plantas nucleares que aún están activas. De acuerdo a lo establecido por la ley, éstas deberían ser desconectadas, a más tardar, el 31 de diciembre. Sin embargo, la decisión no está exenta de disputas: dentro de la propia coalición de gobierno, los verdes se oponen a que continúen su funcionamiento, mientras que sus socios bregan por la extensión.

Si bien comparten la dificultad ante el aumento de los precios de la energía, la situación en el resto de los países de Europa es distinta en lo que respecta a la escasez del suministro. El ejemplo más relevante lo constituye España: a pesar de que importa cerca del 99% del gas que consume, no espera sufrir faltantes dado que tiene a sus proveedores más diversificados. Entre ellos se destacan Argelia (a partir del gasoducto Magreb-Europa), Estados Unidos, Nigeria, Noruega y Qatar (principalmente con aportes de GNL). Asimismo la otra gran economía del continente, Francia, tiene larga tradición en energía nuclear (aporta cerca del 70% de su producción), motivo por el cual no prevé una economía tan radicalmente afectada por el corte del suministro ruso. Sin embargo, el país galo también empieza a trabajar en sus redes de importación de gas a partir del impulso a las plantas de regasificación.

En la estrategia francesa y española de impulsar la importación de gas vía barcos de GNL se evidencia una tendencia que es posible se extienda de cara al futuro. La predilección por ese esquema por sobre la construcción de gasoductos permite a los países receptores mayor flexibilidad a la hora de elegir a sus proveedores. Este esquema le permite al importador la compra a múltiples exportadores y, en caso de corte de suministro, virar hacia otro oferente de manera más veloz y con menor riesgo al desabastecimiento. Por otro lado, los gasoductos subterráneos (en especial aquellos con traza submarina como los dos Nord Stream) conllevan inversiones muy elevadas, con largos períodos de amortización.

Es en este contexto que el gobierno argentino está actuando en varios ejes simultáneamente: por un lado, a través de la construcción del gasoducto Néstor Kirchner, que conectará Vaca Muerta con el centro del país y se estima resolverá el problema del abastecimiento gasífero para el año próximo (Argentina ya lleva importados cerca de 7 mil millones de dólares en este 2022); y, por otro lado, a partir de la firma de un memorándum de entendimiento con la empresa malaya Petronas (tercera productora de GNL a nivel mundial) para el establecimiento de una planta de licuefacción que permita exportar el excedente a través de barcos metaneros.

Al parecer, los principales decisores políticos de los países exportadores e importadores de gas comienzan a predecir un futuro en el cual predominará el licuado por sobre el transporte a través de gasoductos. Esto supondrá seguramente un precio de equilibrio más elevado de la commodity (por los costos de fletes y los procesos químicos necesarios), pero, a la vez, mayor flexibilidad para compra y venta, contratos a más corto plazo y menor riesgo de volatilidad ante socios que se vuelven poco confiables de la noche a la mañana. Si el futuro va en esa línea, para los productores, entre los que pretende ubicarse Argentina, se abre promisorio un camino: vamos a licuar mi amor.

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