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Reinventarse desde la cima: el verdadero riesgo es quedarse cómodo

Lina Zubiría, referente en transformación digital y liderazgo adaptativo, explica por qué el éxito puede volverse una trampa si no estamos atentos. En un mundo que premia la eficiencia pero castiga la inercia, invita a líderes y profesionales a reconfigurarse antes de que sea tarde.

Cuando el éxito se vuelve jaula

Vivimos en una era donde la transformación ya no es una opción, sino una responsabilidad. Pero ¿qué ocurre cuando esa transformación ya se logró? ¿Qué pasa cuando alguien “llega” y, sin una crisis externa que lo obligue, debe enfrentarse al desafío más complejo de todos: seguir evolucionando? En un contexto donde la adaptabilidad marca la supervivencia —y la relevancia—, cada vez más profesionales y líderes se enfrentan a una nueva tensión silenciosa: la de no dormirse en los laureles del prestigio alcanzado.

Lina Zubiría lo sabe bien. Especialista en transformación digital, consultora de liderazgo y voz influyente en el futuro del trabajo, ha acompañado a decenas de ejecutivos y empresas en procesos profundos de reinvención. Pero su mensaje no es uno más sobre “salir de la zona de confort” como consigna motivacional. Es un llamado a la consciencia: lo que alguna vez te impulsó, puede empezar a estancarte. Y muchas veces, el síntoma no es el fracaso, sino el éxito prolongado sin propósito.

En esta entrevista, Zubiría desgrana las trampas invisibles de la comodidad, el vértigo necesario para dar un nuevo salto y el tipo de liderazgo que no se esconde detrás del poder, sino que se expone al riesgo, incluso cuando no hace falta. Sus respuestas no solo iluminan una nueva forma de pensar la carrera profesional, sino que devuelven profundidad a una palabra gastada: transformación.

lina zubiria

—¿Cómo se enfrenta ese impulso de no moverse más, una vez que ya llegaste a un lugar de éxito?
 Esa voz que dice “no arriesgues” es la del miedo, pero también la de la comodidad. No intento callarla —porque aprendí que es imposible—, pero sí aprendí a no dejar que decida por mí. El coraje no es ausencia de miedo, es avanzar con él. Y para eso hay que ser vulnerable. Volver al propósito es mi brújula: si lo que estoy evaluando me acerca a la vida que quiero construir, entonces vale el riesgo.

—¿Qué ocurre cuando lo que paraliza no es el miedo a fracasar, sino a perder lo que ya funciona?
 Eso es muy común. Nos decimos: “¿y si esto nuevo no sale igual de bien?”, “¿por qué cambiar lo que ya me trajo hasta acá?”. Pero lo que nos trajo hasta acá no nos llevará al próximo nivel. El mundo ya cambió, y nosotros también debemos hacerlo. Crecer siempre implica perder algo: comodidad, control o certezas. No perder nada, también es una forma de pérdida.

—¿Qué rol juega lo digital y el trabajo híbrido en este proceso de reinvención continua?
 Son oportunidades, no solo formatos. Te brindan autonomía, acceso al conocimiento, nuevas redes y la posibilidad de experimentar sin renunciar. Hoy podés construir en paralelo, diseñar tu marca personal, enfocarte en el impacto más que en la presencia. Son herramientas para rediseñarte, incluso cuando nada externo te lo exige.

—¿El liderazgo real exige volver a exponerse, incluso cuando podrías delegar todo?
 Sin dudas. El liderazgo no se delega. Estar presente, exponerse, mostrar dudas, reconocer que seguís aprendiendo… eso es liderar. Los equipos aprenden más de lo que hacés que de lo que decís. Si como líder dejás de arriesgar, ellos también lo harán. La reinvención, en este nivel, es un acto de coherencia.

—¿Qué señales silenciosas indican que, aunque todo esté “bien”, algo se empezó a apagar?
 Falta de entusiasmo sin motivo, victorias que ya no emocionan, rutina sin aprendizaje, eficiencia sin creatividad. Cuando evitás desafíos no por miedo al fracaso sino por comodidad, cuando nadie te desafía y todo funciona… pero vos ya no te sentís vivo. Eso es una alerta. No hace falta una crisis para moverte, pero sí honestidad para reconocer que tu éxito te empezó a quedar chico.

—¿Toda transformación real implica vértigo?
 Sí. Aunque no venga de una crisis, hay vértigo en dejar atrás algo que te definía. No siempre es un antes y después drástico, pero sí hay una desidentificación. Dejás de ser quien eras. El suelo se mueve, aunque no estés cayendo.

—¿Cómo se sueltan estructuras que te dieron validación pero ya no te representan?
 Es una cirugía emocional. No se trata solo de roles, sino de identidad. A veces los demás te siguen valorando en una estructura que ya no sentís propia. Soltar no es rechazar lo que fuiste, es ser leal a quien estás empezando a ser. Y no necesitás tener todo listo para soltar. El vacío puede ser fértil. Las transiciones nos reconectan.

—¿Qué descubriste solo cuando decidiste incomodarte otra vez?
 Que la verdadera fortaleza no es sostener todo, sino soltar lo suficiente para volver a sentirte vivo. Que no necesitás el plan perfecto para moverte: la claridad muchas veces llega después del paso. Que transformarte no solo te mejora, te revela. Y que la incomodidad puede ser el precio de la plenitud.

“No necesitás estar en crisis para cambiar. Pero si todo sigue igual y vos ya no sentís lo mismo, ese es tu llamado”, resume Zubiría. En tiempos donde el mundo cambia sin pedir permiso, su propuesta no es la del movimiento por ansiedad, sino la de la evolución por intención. Porque cuando el éxito se vuelve estructura, reinventarse es un acto de libertad.

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