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“Cool-Working”: el placer de trabajar en la oficina más top de Baires con vista 360

Hoy vamos a visitar una obra maestra de fines de la década del 20: el Edificio Miguel Bencich donde funciona el espacio de coworking más exclusivo de Buenos Aires. ¡Así dan ganas de ir a trabajar! Pasá, subí y disfrutá del paisaje.

Hay una cúpula fantástica que nos saca un suspiro cuando “cogoteamos” caminando por la city porteña. Se trata del remate del Edificio Miguel Bencich, otro más de la saga de los hermanos oriundos de Trieste, Italia.

A diferencia de los primos hermanos de enfrente con los que dialoga arquitectónica y metafóricamente, el edificio Miguel Bencich –también obra de Eduardo Le Monnier- posee una sola cúpula.

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Fue inaugurado en 1927 y está ubicado en Roque Sáenz Peña 616, es decir, en la vereda par de la diagonal más homogénea de toda la ciudad, la Diagonal Norte.

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Allí, los hermanos Bencich, dos constructores que llegaron al país para el Centenario de la Revolución de Mayo con una mano atrás y otra adelante, en lugar de “hacerse la América”, permitieron que nosotros "nos hiciéramos de un poco de Europa".  

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Quizás en agradecimiento a esta tierra prometida, quizás por puro amor propio, sólo en esta esquina, su legado fue de tres bellísimas cúpulas. 

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Gracias a Ana Fenochietto y su socio Diego Belli, una de ellas ha vuelto a recobrar vida. Hace cuatro años, decidieron montar Workey, un espacio de coworking “con mucha altura”

-P: ¿Qué te une a esta cúpula, Ana?

-A.FLazos familiares. Mis papás vinieron de Génova en 1948, y en el año 2000, se hicieron cargo de cuidar este patrimonio que, en definitiva, fue construido por italianos pero es un poco de todos. Estaba en muy mal estado, no llegaba el ascensor hasta la cúpula y no tenía baños. Ellos lo restauraron y ahora es mi turno, ahora yo tengo que cuidarlo.

-P: ¿Qué te dice la gente cuando ingresa?

-A.FQue es un oasis en medio de la ciudad. Entrás y te sentís fuera del centro. Los ruidos parecen fatigarse antes del décimo piso, se quedan abajo. Estás en otro submundo. Es un lugar que me atrapa.

A mi humilde entender, cuando uno trabaja en un lugar así, tan místico y confortable, dan ganas de que la jornada laboral se extienda un poco más. En otras palabras, no dan ganas de volver a casa. Incluso yo, al terminar de hacer las fotos para esta nota, me quedé un ratito extra conversando con Juan Carlos Basabez, quien es encargado desde hace más de 20 años.

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Juan Carlos pudo registrar el esplendor del edificio, el abandono y este renacimiento. Orgulloso de conocer como nadie cada rincón, me guió por cada piso, le dimos una vuelta 360 a la cúpula de aguja plana y nos metimos en su corazón.

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-“Me jubilé, pero esto es como una gran familia, así que sigo trabajando. Es que voy a extrañar mucho el día que tenga que dejar de trabajar”, cuenta el encargado que confiesa conocer algunos de los fantasmas que merodean por las noches en los pasillos.

Y puedo entenderlo. Créanme que hay una vibración especial, se siente como si la cúpula exhalara una energía divina, quizás por estar cerca del cielo.  

“Cool” Office 

La apuesta de Workey fue osada. Tenían que equipar con tecnología y confort acorde al siglo XXI un espacio cargado de historia.

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Pues lo lograron. Integraron armónicamente el pasado y la modernidad en las múltiples oficinas privadas y compartidas para emprendedores y profesionales “freelancers”, las salas de reunión corporativas, los puestos de trabajo flexibles y el salón de eventos.

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Le dieron mucha luz al entorno, agregaron un ascensor hidráulico, incorporaron tecnología y mobiliario funcional pero mantuvieron las aberturas y las escaleras de mármol originales de los cuatro pisos.

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