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No he visto a Maradona

Es imposible no sentirse conmovido ante las lágrimas de millones de otros que sí lo vieron jugar, que lo pudieron disfrutar y que hoy aún no pueden creer que se haya muerto.

Soy de la generación que no vio a Diego Maradona en la cancha. Y, particularmente, no tuve la oportunidad de cruzármelo ni mirarlo ni de cerca, ni tener su autógrafo o una foto con él y mucho menos una anécdota para recordar. Como muchos otros desafortunados que no tuvieron la suerte con la que contaron unos pocos.

Todo lo que sé de Diego es todo lo que me llegó por la televisión. No solo en los estadios de fútbol, con todas esas acrobacias que te quedan plasmadas en la memoria emotiva a pesar de no haber presenciado tales momentos, sino también en los estudios de los canales de TV, algunos un poco más serios que otros.

¿Cómo se explica entonces que en las últimas horas me sienta tan conmovido con la ida de este mundo de una persona que ni conozco? Esa es la magia del fenómeno Diego, acaso el argentino más conocido en el planeta, el que también hizo conocida a la Argentina, acá amado y repudiado, más querido que odiado.

Es imposible no sentirse conmovido ante las lágrimas de millones de otros que sí lo vieron jugar, que lo pudieron disfrutar y que hoy aún no pueden creer que se haya muerto. Él, que tantas veces pudo gambetear a la muerte… Su corazón no aguantó más. Y el corazón nuestro se apretujó un poco cuando supimos la triste noticia.

Maradona, de la nada a la gloria. Un semidios de barro que sin darnos cuenta se iba desarmando ante cada golpe: los que le dio la vida, los de los que nunca lo quisieron y los de los que alguna vez dijeron quererlo. Un pibe común, como cualquier otro, con los sueños terrenales, pero con un talento y una conciencia popular que jamás se repetirá. No fue solo un futbolista: es y será un símbolo argentino, quizás la única alegría de miles de argentinos que no tienen más que sueños.

Un héroe con contradicciones, con aciertos y cientos de errores. ¿Pero quiénes somos nosotros para contar las costillas de los demás? Prefiero respetar también las lágrimas del pueblo.

Yo no vi jugar a Maradona. Pero mi papá sí. Y él decía que Diego era el mejor de la historia. Yo elijo creer. Así como elijo creer que mi papá al fin lo conocerá allá en el cielo. Y que yo, en otra vida, pueda saber qué se siente estar cerca de Diego.

Gracias Maradona por ser Maradona. Y perdón por no conocer al verdadero Diego.

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