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Arquitectura de autor: las mejores obras de Alejandro Christophersen

El noruego Alejandro Christophersen fue uno de los encumbrados arquitectos de Buenos Aires. Trabajó para la clase alta, a la que pertenecía. Lamentablemente, la falta de conciencia patrimonial y la voracidad del mercado inmobiliario hizo que el 40% de sus obras fueran demolidas.

Más allá de este desacierto, nos quedan en pie piezas de exquisita manufactura como la sede ceremonial de Cancillería, la fachada del Café Tortoni y la Bolsa de Comercio, entre otras joyas.

En la Bolsa, se ocupó de cada detalle. Creó las decoraciones internas de los salones, las alegorías, la escultura decorativa, la gran reja que encierra los ascensores, los artefactos de luz, faroles, arañas, los buzones y hasta la concepción del mobiliario y la vajilla original.

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En el cementerio de la Recoleta hizo el mausoleo para la familia Alvear y en el de Chacarita, el panteón de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, probablemente, el más impactante de la necrópolis construida en tiempos de la fiebre amarilla.

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Pero una de las obras icónicas de su autoría es la Iglesia Ortodoxa Rusa, ubicada frente al Parque Lezama. Christophersen dirigió la obra desinteresadamente porque su tío era cónsul de Rusia en Argentina.

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El protagonismo se lo llevan las cinco cúpulas celestes de forma acebollada de estilo ruso bizantino. El templo fue inaugurado en octubre de 1901 con la presencia del presidente Julio Roca

Por su lado, el Palacio San Martín es una belleza singular. Fue diseñado para Mercedes Castellanos de Anchorena –miembro de una de las familias más representativas de la aristocracia porteña.

Atendiendo el pedido de la familia, el arquitecto noruego ideó un conjunto de tres residencias independientes compuestas en torno a un elegante patio de honor, precedido por un pórtico de hierro forjado y abrazado por dos amplias escalinatas que articulan un acceso de escala monumental.

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El ala izquierda fue habitada por Mercedes Castellanos de Anchorena junto a su hijo Aarón; la central por Enrique Anchorena y su familia y la que linda con la calle Basavilbaso, utilizada por Leonor Uriburu, viuda de Emilio Anchorena.

Si bien el conjunto se inscribe dentro de la gran tradición académica francesa desarrollada y mantenida por l’Ecole des Beaux Art, incorpora elementos ligados al art nouveau.

Tanto sus fachadas, como las cubiertas coronadas con mansardas, cúpulas y buhardillas y chimeneas, presentan un exaltado tratamiento volumétrico de aliento casi escultórico, el que también se manifiesta en el exquisito pabellón de hierro y cristal del jardín de invierno.

La residencia de los Anchorena se construyó con el objeto de poder hospedar a la Infanta Isabel de Borbón. A pesar de que el hecho no se concretó, fue escenario de grandes encuentros sociales, como el baile del Centenario de la Independencia de 1916.

Desde su edificación y durante los veinte años en que fue propiedad de la familia Anchorena fue conocido popularmente como el Palacio Anchorena, hasta que en 1936 fue adquirido por el gobierno argentino y se convirtió en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, pasándose a llamar Palacio San Martín

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