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Los ricos no piden permiso

Las leyes y restricciones parecen que solo son válidas para los que tienen un poco menos de dinero.

Jueves 19 de marzo. Mientras aún no se hacía oficial la declaración de la cuarentena obligatoria para todos los argentinos -salvo algunas actividades esenciales-, con Alberto Fernández reunido en la Quinta de Olivos con los gobernadores para tomar la decisión final, Marcelo Tinelli llegaba junto a su familia en horas de la tarde al aeropuerto de Esquel, en Chubut, proveniente de la Capital Federal.

Una cuestión surgió de inmediato: ¿sabía del decreto que establecía la cuarentena mucho antes de que se haga oficial, de forma tal que tuviera tiempo para poder organizar un viaje en avión? Tinelli tiene muchos contactos políticos, y cabe recordar que se acercó al gobierno de Alberto Fernández para participar de la Mesa contra el Hambre. Es probable que supiera esta información antes que el resto de los argentinos. Ventajas de las relaciones con el poder.

“Hace 22 años que tengo casa acá y vine a mi casa a hacer la cuarentena con mi familia. Tengo domicilio en esta ciudad desde el año 1998”, dijo ese mismo jueves el también presidente de la Superliga del fútbol argentino. Siendo otra vivienda de su propiedad, no está mal que haya decidido viajar a Chubut para pasar la cuarentena, si tiene ese privilegio.

La provincia de la Patagonia también así lo consideró: siendo hasta ese entonces una de las regiones que no contaba con casos de coronavirus, ya había cerrado sus fronteras para los turistas internacionales y nacionales. Entonces, Tinelli era “un habitante más”.

Hasta ahí, todo bien, más allá de jugar al límite de lo permitido. Luego, un par de situaciones que lo volvieron a poner en el ojo de la tormenta. Una valija llevada especialmente desde Buenos Aires, en un “vuelo humanitario”. Él adujo que contenía medicamentos para él y su hija Candelaria. De ser así, está permitido. De todas formas ya lo investiga la Justicia.

Lo que pasó un poco desapercibido fue una frase extraña del conductor para justificar su accionar en las últimas semanas. Mientras se descargaba contra Clarín por dar a conocer la noticia de la valija, porque él creía que lo trataban de “pelotudo”, dijo que tenía permiso libre para circular por ser “periodista”, una de las actividades exceptuadas de la cuarentena. Otra vez al filo de la legalidad: ser parte de los medios de comunicación no le daba permiso para salir libremente en cualquier horario, sino que solo del trabajo a la casa, como miles de argentinos cumplieron a rajatabla en esos días. Y Tinelli no estaba trabajando, al menos en una locación diferente a la de su casa.

Y la gota que rebasó el vaso: en silencio, el conductor rompió la cuarentena para poder volver a Buenos Aires esta semana. Su viaje de 36 horas, luego de un primer intento fallido, se atajó en otro artilugio legal: el permiso que dio el Gobierno para que los varados dentro del país puedan regresar a sus hogares. De más está decir que Marcelo fue uno de los pocos que pudo sacar ese documento: otras personas, que quizás lo necesitaban realmente para volver a sus hogares, no pudieron sacarlo porque la página no funcionaba o porque el Gobierno, horas más tarde, dio marcha atrás y dejó de dar estos permisos.

Ahora la pregunta es: ¿cómo Tinelli pasó en un par de semanas de ser “habitante” de Chubut a ser un “varado” en su propio hogar? Está claro que lo de su familia no eran vacaciones y que quedarse en Esquel no era un caso de fuerza mayor sino una elección.

Y otra cosa más. Si él decidió regresar, en su caso, por tener que trabajar en los medios de comunicación, una excusa sumamente endeble, ¿por qué también regresó su familia? Imágenes de la impunidad: Cande Tinelli desnuda en la cama celebrando volver a estar en Buenos Aires. ¿Lo de Esquel fueron unas vacaciones?

Lo de Marcelo Tinelli es una clara muestra de cómo los que tienen un poco de poder o dinero pueden transgredir las recomendaciones y hasta forzar lo legal para hacer lo que quisiesen. Por suerte, el mal ejemplo no es seguido por muchos de los argentinos, que con un poco de empatía y sentido común decidieron acatar y quedarse en sus casas.

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