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Gobernar un país no es asunto de modales sino de política

Por Luis Juez. Es probable que a lo largo de estos cuatro años haya primado un estilo sin estridencias tribuneras pero eso no bastó.

Octubre. A casi diez días de las elecciones presidenciales en Argentina, el único signo reinante, totalmente a contramano de grandes fiestas democráticas electorales, es el fastidio.

Las posturas forzosas y publicitariamente amigables de los candidatos no pueden disimular el profundo malestar y desconcierto que atraviesa parejamente a vastos sectores de la población considerando, claro, que además de la desazón, se suman los bolsillos flacos y agujereados de millones de argentinos acuciados por las urgencias económicas.

Vivimos momentos de perplejidad. Mucho más allá de estar advertidos de las inclinaciones político ideológicas de la actual administración fuimos muchos los que abrigamos expectativas reales en una novedosa coalición que sumaba dirigentes de fuerzas políticas tradicionales democráticas con la potencia de un ideario joven con raíces en la derecha republicana. Creíamos en el impulso de la eficiencia en un estuche honrado y sobrio.

Es probable que a lo largo de estos cuatro años haya primado un estilo sin estridencias tribuneras, sin relatos tan altisonantes como vacíos, sin bolsos impúdicos, sin bandas de muchachitos descontrolados que multiplicaron por mil sus patrimonios, con obras palpables como los desagües en la Plata que dejaron atrás fatales inundaciones. Pero eso no bastó.

No fue suficiente porque gobernar un país no es asunto de modales sino de política, y de ejercitar su práctica con experiencia, sabiduría y con la gente cerca, bien cerca para palpar si lo que se está haciendo coas sus expectativas. La política es maravillosa por su don transformador, por su colosal potencia de cambiar para bien la calidad de vida de millones de compatriotas. Y esos pobres millones de compatriotas, un tercio de nuestra población hace más de tres décadas no hace otra cosa que sostener y engrosar la insoportable estadística que no baja del 30%. Esta es la deuda histórica que nos viene avergonzando a todos quienes pretendemos y pretendimos encarnar una responsabilidad pública. Esa es la materia que otra vez, todos nos llevamos a marzo y lo hacemos, quizás confundidos, creyendo que los votos que nos acompañan son una muestra inequívoca de que estamos haciendo bien las cosas. Que la pobreza esté instalada en sectores que, pese a ello,  no cambian de signo político nos obliga a los dirigentes, de todos los espacios, a buscar nuevas metodologías para terminar con el flagelo.

La Política lúcida y robusta se mete en los galpones de las PyMES, escarba en los silos de los acopiadores de granos, ensancha derechos, defiende a cara de perro el juego limpio y las reglas claras, la política se compromete con países hermanos y procede inteligente con los no tan hermanos que lo quieren todo, la política le pone palos a la bicicleta financiera y crea ideas que ahuyentan a los especuladores, la política ingenia buenas políticas para todos los sectores, sin distingos que no quiere decir negar que unos necesitan mucho más que otros.

La verdad es que estamos saliendo de este 2019 a los tumbos. Pero los tumbos no me impiden tener conciencia que los nuevos tiempos a nadie le permitirán cometer los mismos errores. Estoy persuadido que no existe el mínimo margen de tolerancia para una acción irresponsable, para un gesto vago e incierto. Para decisiones que no se piensen diez veces. Y eso me llena de esperanzas. Ya no importa si alguien se cree Gardel, el mejor, el infalible o la misma voz de Dios… Todo eso se terminó. Todo eso se acabó si es que hemos aprendido; y prefiero creer que todo ha sido demasiado descarnado y penoso como para no aprender.

No practico la esperanza automática de los aplaudidores. No ejerzo el optimismo idiota. Conozco la lona. He conocido el fondo del escenario, ese lugar donde no llegan las dicroicas y eso también explica mi firme convicción de estar esperanzado ante el futuro de un país maravilloso.

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