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¿Dónde me meto el rock?

Cómo la maternidad forja nuevas sensaciones.

Siempre fui ácida, con humor negro. Femenina, sí. Pero ruda. Viví. Viví mucho. Fui rebelde. Creo que aún lo soy. Siempre besé como si cada beso fuera el último, bailé como si nadie me estuviera viendo y disfruté cada día como si no hubiera un mañana. Fui libre. Mucho. Una hija única críada con total libertad. No me puedo quejar. Nunca me sobró nada, pero tampoco me faltó. Hice lo que quise. Siempre. Desde chica. Lo mejor: con autorización de mis padres. Que me dieron esa confianza que es un arma de doble filo: "no te mandes ninguna macana, porque lo que se te da, se termina". ¡Una presión! Pero gracias a ello, pude ser lo que soy. Estoy agradecida. En una época fui una especie de Alfie, versión mujer. Si hasta una vez mi mamá me definió como la versión femenina de Charly Sheen. ¡Charlie Sheen es mucho! ¡Lo juro, no era para tanto! 

Pero sí reconozco haber vivido. Mucho. Lo recuerdo con nostalgia, con orgullo y guardándolo para mí.  Ahora ustedes se preguntarán por qué hablo en pasado. La respuesta es sencilla: fui mamá. SOY mamá. 

Y ¡ay Dios mío! ¡Cómo te cambia la cabeza! Juro que no soy la mamá de revista, ni la convencional. No se me sé una sola canción de cuna. A mi hija le canto canciones de Queen, David Bowie y también de Gloria Trevi y Alejandra Guzmán. No soy para nada una mamá convencional. Su baby shower fue sorpresa y más que un baby shower, parecía una despedida de soltera. Una cervecería, mucho rock, la invitación tenía a Danny Trejo personificando a Machete (sí, lo amo ¿y?). Nada. Nada es convencional en casa. Pero, pero, pero... El amor que te genera ser mamá, sí. Es el convencional del que hablan en todos lados. No se puede explicar. Se que las que son mamás o papás me van a entender. No hay nada cómo lo que se siente al ver los ojos grandes en un cuerpito manchado que grita encima tuyo cuando hace un segundo estaba dentro tuyo. Los dolores de un preparto, que son los más fuertes que experimenté en mi vida, valen la pena. Cada uno. Vale la pena cada uno de los minutos que pasé soportando el dolor durante más de 24 horas hasta que llegó el momento de conocerla. No hay nada que se compare con alimentar a tu hija o hijo de tu propio cuerpo. 

Y la cosa es que todo eso, te cambia aunque no quieras. Aunque seas "ruda". La dureza en mí, se fue. O quedó dormida por un tiempo. No se por cuánto. Porque pasé a pedirle a Dios por ella. Que la cuide. Que nada le pase. Entendí por fin la frase "que no le pase nada. Que me pase a mí". Es así. Lo firmo acá. Ya ciertos chistes de humor negro no me causan gracia. Ya no me pasan inadvertidas ciertas situaciones. Ya no. 

No puedo evitar despertarme en las noches para ver si respira. No me quejo si no me deja dormir. No me quejo por no poder tomar alcohol, ni por no poder vivir "de joda" cualquier día de la semana. Automáticamente al conocerla, se me fue el asco que me imaginaba me daría cambiar un pañal. Porque toda mi rudeza y rock, se esconde cuando se me cae una lágrima de emoción cuando me sonríe mirándome a los ojos. Y porque sufro con ella cada vez que le dan una vacuna, aunque es para bien. 

Hoy siento que toda esa vida pasada soy yo. Y que hoy soy todo esto, gracias a eso. Momentos que recuerdo con felicidad. Pero ahora, mi felicidad completa es ella. Nada tiene más importancia que ella. 

Un par de ojos marrones grisáceos me miran mientras escribo esto y a mi me rueda una lágrima en la mejilla rodeando una sonrisa enorme, eso sí. Y me pregunto: ¿dónde me meto todo el rock? Si ahora busco ofertas de pañales y googleo "juguetes para bebés de x meses", según la edad que va teniendo. ¿Dónde me meto el rock? Si, cada vez que estoy volviendo a endurecerme me hace una carita que me desmorona la rudeza. Dónde me meto el rock no lo se. 

Pero lo que sí se es que toda mi rebeldía tiene una heredera y que seguramente le durará hasta el día que ella también se convierta en mamá. Y yo en una abuela rocker. 

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