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De vuelta al cole: dar frutos vs. tener éxito

* Por Javier Rojas. Hoy, muchos niños y adolescentes iniciarán nuevamente las clases. Con ellos muchos papás comienzan y otros reinician una de las etapas más bellas y difíciles en la vida de sus hijos: el colegio.

Es común ver a los padres en los supermercados y shoppings comprando útiles y uniforme para sus hijos. Es un espectáculo precioso observar a los más chicos eligiendo sus lápices de colores, sus mochilas, sus cuadernos y cartucheras... y en muchas casas se oyen los gritos de los padres: "¡No saques tus útiles todavía que no comenzaste las clases!".

En la noche anterior vuelven a editarse los antiguos ritos: acostarse temprano, tener preparada la mochila y el uniforme listo para utilizarlo en la mañana siguiente. El sueño profundo cuesta en llegar y el niño piensa que a la mañana siguiente se reencontrará con sus antiguos compañeros, se pregunta si habrá alguien nuevo en su curso, con quién se va a sentar, o cómo será la nueva maestra.

Y nosotros los adultos ¿qué recordamos de nuestra época de colegio?, ¿qué vivencias se han grabado en nuestra memoria?, ¿cuál fue el aprendizaje más importante que tuvimos en la época de colegio: las Matemáticas, las Ciencias Sociales o Lengua...? No, nuestra memoria no recuerda eso... La memoria es sabia, y cuando es interrogada con esta clase de preguntas, ella sabe que lo que guarda como riquezas especiales no son las materias ni los libros, sino las personas y las experiencias.

Porque en definitiva las personas que conocemos y aprendemos a tratar y las experiencias que vivimos y tenemos que saber compartir son las que terminan grabándose en nuestro ser y enriqueciendo nuestra vida.

Los conocimientos que alcanzamos los asimilamos como el alimento en nuestro organismo y pasan a formar parte de nosotros. Pero lo que vivimos y las personas que conocemos, no solamente nutren nuestra vida -como los alimentos- sino que embellecen nuestra memoria y pasan a formar parte de nuestra historia.

Esos recuerdos estarán ahí siempre iluminando desde un rincón del alma nuestra vida para siempre? Lo que recordamos es lo que vivimos en el "colegio", es decir, los recreos, las amistades y las horas libres y no las calificaciones que obtuvimos.

La vida escolar de un niño y de un adolescente está tan llena de inocencia y fantasía, sorpresa y riesgo, descubrimiento y pasión que convierte a ese espacio en un mundo único en el que hay que saber ser ciudadano.

Lamento tanto cuando los padres se obsesionan con las calificaciones de sus hijos. Me apena ver cuántos padres exigen "éxito y excelencia académica" a sus hijos convirtiendo el universo mágico del cole en una ciudad sombría y oscura. Los someten a estrés amenazándolos con castigos si reprueban una materia o si obtienen malas calificaciones. Cargan las mochilas de sus hijos con tan pesadas expectativas sobre ellos, que los niños y adolescentes temen la reprobación de sus padres.

La escuela es un lugar para aprender conocimientos, pero sobre todo es un espacio privilegiado para aprender a vivir... Es un lugar en el que se descubre y se aprende a ser humano. Se asimilan los contenidos de las materias, pero sobre todo se ejercita el arte de relacionarse con los demás.

En el cole descubrimos la amistad y el amor. Nos encontramos con los propios límites y empezamos a ejercitar la responsabilidad, no sin altibajos y sin olvidos. Empezamos a entender qué es una obligación y nos empiezan a interesar nuestros derechos.

El patio del recreo se convierte en el "pequeño gran mundo" de las relaciones. Ahí tomamos contacto con la diversidad y también descubrimos lo que significa despreciar, ignorar o discriminar a los demás. El aula o el baño se convierten en lugares donde se traman historias y se revelan secretos.

Se leen cartas de amor y se consuela al amigo que sufre. El quiosco, el lugar en el que se aprende a compartir o a mezquinar. Todo, todo lo que vivimos y lo que somos se aprendió en el cole. Lo que sabemos y lo que somos?

¿Quién enseñará las lecciones de vida a sus hijos, si los padres sólo se preocupan por las calificaciones y por la obtención de la bandera? ¿Quién les enseñará a sobreponerse de los fracasos cuando estos inevitablemente lleguen, si los padres exigen sólo "éxito"? ¿Quién los desafiará a vivir en un mundo cada vez más heterogéneo, si los propios padres sólo procuran que sean los primeros de la clase?

La escuela no debe convertirse en una fábrica de "hijos exitosos" sino en el lugar donde se aprende a ser hombres y mujeres destinados a dar frutos en la vida. El éxito de los hombres no está asegurado por los "logros o conquistas". Y como dice José Luis Martín Descalzo: "Lo diré sin rodeos; no conozco cosa más peligrosa que esa moral de éxito que se ha impuesto en nuestra sociedad y según la cual el nivel de una vida humana se mide por el triunfo externo conseguido. Y obsérvese que no hablo sólo de los triunfos económicos, de los éxitos sociales.

Quiero aludir al peligro enorme de poner como objetivos centrales de la vida el brillo, la apariencia, la misma eficacia, el aplauso, ese viento vacío de la popularidad o de la fama. Porque no hay mayor éxito como el ser querido y no hay mayor desgracia que haber alcanzado el éxito a costa de que nadie nos quiera".

Alentemos a nuestros niños y adolescentes a crecer y a tomar una de las lecciones más bellas de la vida que el colegio sabe darnos: la amistad, el amor, la solidaridad, la responsabilidad y, por supuesto, el valor de la vida y la dignidad humana.