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Crimen de Fernando Báez en Villa Gesell: no fue el rugby ni el alcohol, fue pura violencia de machos

La salvaje golpiza de los rugbiers estuvo atravesada por muchos factores, pero ninguna fue tan determinante como su necesidad de demostrar su masculinidad.

Solo describir el hecho da repugnancia y un sentimiento de aberración. Un grupo de diez jóvenes (no eran chicos, ya eran lo suficientemente grandes para saber lo que estaban haciendo) golpean hasta la muerte a otro del mismo rango de edad, en plena madrugada del sábado y ante la mirada de muchas otras personas, que poco pudieron hacer para impedirlo. En estos días que pasaron no hubo una señal clara de arrepentimiento de los agresores ni de sus familiares.

Da la coincidencia que los victimarios son todos practicantes del rugby. Pero el deporte no tiene del todo que ver en la reacción de estos golpeadores.  De ser así, deberíamos prohibir todos los deportes de alto contacto físico, como las artes marciales. Seguramente hay miles de rugbiers que no son violentos.

Tampoco debemos justificar la salvaje golpiza por el abuso del alcohol: si bien es una situación que se debe poner en foco por los crecientes niveles de consumo de bebidas alcohólicas, miles de otros jóvenes no son violentos cuando se emborrachan. La medida de prohibir el alcohol en la vía pública en Villa Gesell es paliativa pero no resolverá la cuestión de fondo. Además, nada impediría que el consumo desmedido se traslade a otras localidades cercanas.

Entonces, ni que sean rugbiers ni que estuvieran alcoholizados –aunque los investigadores ponen en duda esta circunstancia debido al resultado negativo de los test de alcoholemia- son determinantes para entender la violencia que ejerció este grupo de jóvenes contra Fernando Báez Sosa.

Pero ambas características si condicionan la acción de los atacantes: la práctica del rugby por la característica de tener una capacidad física superior al resto de sus pares y el alcohol por la liberación de los frenos inhibitorios.

Pero el verdadero centro de atención debe estar puesto en el vínculo que tienen estos rugbiers con la violencia, de una manera tal de que puedan llegar a matar a otra persona a los golpes. Debe estudiarse cómo se forma la idiosincrasia de un rugbier, cómo incorporan la violencia como uno de sus valores y por qué su evidente superioridad física es traducida por algunos de ellos como una superioridad moral para determinar cuánto menos vale una vida que no es como la de ellos.

Se trata entonces de reflexionar sobre por qué en muchos ámbitos de la vida, donde obviamente se incluye la enseñanza del rugby como deporte, exige a los hombres ser un “macho”, con la violencia como forma en que la se deben resolver los conflictos.

Hay que observar los valores que se enseñan en el rugby, desde la infancia. La violencia es una conducta aprendida, no innata. Ir a golpear en manada a un joven por un pisotón en un boliche no es para nada justificable, pero hubo algo en el pensamiento de este grupo de jóvenes que los incitó a hacerlo y hasta pensaron que estaba bien. Ahí están los extraños valores de la masculinidad que algunos manejan, que te permiten justificar una golpiza como forma de imponer “respeto” y quedar a gusto con el resto  del grupo.

Fernando Báez Sosa tiene que poder descansar en paz y debe haber justicia por su nombre. Que los responsables paguen por lo que han cometido. De nada sirve desearle a los acusados que sean violentados y abusados en las cárceles por lo que han hecho: es nuevamente recurrir a la violencia para resolver un conflicto, por más grave que sea. No debemos caer en lo mismo.

La erradicación de la violencia es una tarea que nos compromete a todos, pero en especial a aquellos que tienen responsabilidad en la formación de los chicos: desde la casa, hasta la escuela y los clubes de barrio, sea el deporte que sea. También los medios de comunicación.Que la muerte de Fernando no sea en vano: que sea paradigmática, que no vuelva a ocurrir jamás. Es una tarea difícil.

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