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Ya nunca volverán los reyes Magos

La increíble experiencia que viví junto a mi nieta en la víspera a la llegada de los reyes.

¿Cuándo fue la ultima vez que esperaste despierto a los Reyes Magos? Este verano tuve el raro privilegio  de  vivir por ultima vez esa noche maravillosa y desvelada con la mas pequeñita de mis nietas que el próximo año con seguridad habrá dejado atrás esa inocencia. Sus padres salieron, nos dejaron solas y las dos nos entregamos todo el día a esa gran visita de la noche.

Lo primero que quiso saber Ampi fue "cómo son", y como mi descripción no le bastaba nos fuimos al Google y se llenó de imágenes. Se desconcertó con el tamaño de los camellos: "Más grande que el Chupetín, Abu", me dijo. Chupetín, su caballo, seguía la charla desde afuera con visible disgusto. Su porte, algo petizo y panzón pero hasta ahora imponente, se había  reducido al de un perrito faldero y para colmo no traía nada.

"Shhhhh -decía Ampi, siempre atenta a los manejos políticos- que no escuche porque mirá si los espanta".

Se asombró también de hubiera un rey negro y en el acto preguntó: "¿Latma es un Rey Mago?"

"Latma también es negro pero no es rey. Baila tangos en Italia", le aclaré. Sí, sé que es confuso pero uno no puede terminar por hacer comprensible la familia, ni siquiera en un evento tan sagrado.

Las cartas para los reyes las habíamos escrito el día anterior a seis manos. La abuela Norita colaboró en la decoración, yo le hice dibujitos y Ampi, con su letra incomprensible, había escrito sus pedidos.

El día señalado fue de pura adrenalina, cortamos pastito, pusimos un balde con agua, debatiendo primero cada paso... ¿no era mejor un sándwich y un Coca?. La mirada de desaprobación de "Chupetín" la convenció que el menú clásico era el correcto.

Finalmente cuando llegó la noche comimos rapidito y nos acostamos. La intención era igual a la de todos los chicos: verlos llegar y el problema era el mismo... el sueño. Ampi ideó un sistema que a su juicio era infalible: si nos tomábamos de las manos, y una se dormía, al aflojar el apretón la otra se iba a despertar en el acto. No hizo falta, en el silencio de la noche solo raspado por coyuyos enamorados, la casa pareció tomar vida y aparecieron todos los ruidos del mundo.

Cuando ya estábamos entre dormidas, oscuro y silencioso, entró Chocolate (un perro que mi hija piensa que es fino sólo porque no tiene siete colores como todos los otros) y en puntas pie, supongo, se dirigida su plato de comida y comenzó a triturar los restos de los huesos de un pollo. Ampi y yo saltamos al unísono: "¡Los Reyes!", gritó ella. "¡Hanibal Lecter!", grité yo. Cuando todos nos calmamos y el sueño volvía a caer, se encendió el lavarropa, que hace el ruido de un tanque ruso, algo así como si Reyes y camellos perdidamente borrachos estuvieran destrozando la cocina: "¡Saqueos!", grité yo. "¡¡¡Reyes!!!", insistió Ampi.

Desenchufé la máquina de guerra. Nos tomamos de nuevo de las manos y recién descubrí que el entrepiso de madera cruje. Miles de termitas trabajaban sobre nuestras cabezas. El techo suspiraba, respiraba, jadeaba y tosía en el silencio de la noche. Las dos lo dejamos pasar ya agotadas de tantos sobresaltos inútiles.

Lentamente la manito de Amparo se durmió entre las mías y las dos nos deslizamos en el sueño. Con la primera luz del alba vimos sus zapatitos rosas llenos de regalos. El agua y el pastito habían desaparecido.

Supe que habían sido mis últimos Reyes Magos, no se por que me acordé de Borges: "Si para todo hay término y hay tasa, y última vez y para siempre olvido, ¿quién nos dirá de quien en esta casa, sin saberlo nos hemos despedido?". Secretamente agradecí a los dioses, una despedida tan deliciosa.