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Tristeza y desilusión

*Por Ricardo Trotti. Rendir cuentas, ser más transparente y tolerante y elevar el debate público son valores que hoy están desvalorizados en la Argentina.

Una conferencia de prensa puede revelar mucho sobre qué sucede en un país. La que tuvimos la semana pasada, al final de nuestro viaje con la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) para analizar la situación de la libertad de expresión en la Argentina, me desilusionó y entristeció.

Nunca había visto una división tan notable entre dos tipos de periodistas. Aquellos que preguntaban sobre nuestras pesquisas y los provocadores, los que cuestionaban las críticas al Gobierno e intuían, de hecho, que éramos oposición o defendíamos cualquier tipo de intereses que ellos combaten y denigran.

Me entristeció; observé en Buenos Aires el deterioro progresivo que fui viendo en muchas de las conferencias de prensa de las que participé en Venezuela, donde los periodistas oficialistas y militantes iban en aumento, preguntando con sarcasmo y rebatiendo con ironía, incluso preguntas de sus colegas.

Esa división muestra la cada vez mayor polarización que se ha instalado en el país, producto de un gobierno intolerante y caudillo, que hace que todos deban elegir entre ser aliados o enemigos, patria o colonia. Un gobierno perversamente inteligente, que ha sabido escoger a sus enemigos dentro del capitalismo, ya sea al grupo periodístico Clarín, a Estados Unidos o a los empresarios, y que en la repartija de pan y circo regala Fútbol para Todos, televisión digital y créditos al consumo, cuya factura tendrá que pagar después de una bonanza ficticia, generada sólo por la venta de materias primas.

Más autoritario. El Gobierno se muestra progresivamente más autoritario. Está potenciado por una oposición fragmentada y una Justicia débil, un sindicalismo paraestatal que domina a fuerza de choque y amenazas, y un periodismo militante que ni siquiera disimula lealtades al oficialismo, que toda información presente la mezcla con efectos de la dictadura de hace 30 años y que confunde monopolios con concentración de medios, la que en otros países, como Chile, Perú, Colombia o Brasil, es resaltada por su aporte a la competencia, por ser contrapeso independiente al poder y generar puestos de trabajo.

Hay razones para achacarles a medios grandes y concentrados sus pecados, pero bien lo dijo el presidente de la SIP, Gonzalo Marroquín: "Más vale una prensa con excesos que una prensa controlada". Y esto es lo que desnuda el problema de la Argentina. El Gobierno hizo de Clarín su enemigo y, cuando todos creían que el castigo sólo le tocaría a ese grupo, ahora ven que la estrategia oficial no excluye a nadie. Todos deben alinearse a la hegemonía comunicacional oficial.

Con ese propósito hegemónico, se estableció la política del todo vale. Pero la práctica más corrupta es la de usar dineros de todos los argentinos para crear un monopolio estatal informativo; emplear a los canales y radios estatales como propias y crear competencia desleal, gastando cientos de millones en publicidad oficial sólo en medios aliados.

El Gobierno ha sido exitoso en achacar a los medios y periodistas todos los males. Y estos, en lugar de posicionar la agenda pública con investigaciones para denunciar corrupción y abusos de poder, se han dejado enredar en divisiones sobre periodismo militante, mercenario o cómplice de la dictadura, que el Gobierno asigna a sus críticos.

Mi tristeza y desilusión quizá fue mayor porque comparé la situación con la de Chile. Dos días antes, al firmar la Declaración de Chapultepec, el presidente Sebastián Piñera se comprometió a rendir cuentas, ser más transparente y tolerante y a elevar, junto al periodismo, el debate público. Justamente, los valores que hoy en la Argentina están desvalorizados.