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Transformar Paraná, más allá del candoroso enunciado

Paradojas de la vida en sociedad, pese a la cantidad de afiches pegados, las numerosas apariciones públicas y su presencia en los medios abordando temas de interés común como los problemas de la ciudad y las alternativas de solución.

recién ahora que fue electa empezarán a conocerla buena parte de los más de 47.000 ciudadanos que la convirtieron en intendente de Paraná a Blanca Osuna, junto a los casi 84.000 que se inclinaron por alguna de las otras ocho opciones y los 57.000 que terminaron integrando un colectivo heteróclito, fantasmagórico en términos institucionales y políticos, real a inasible a la vez, que votó en blanco o directamente resolvió no ir, pese a estar habilitados para hacerlo.
Lo primero que merece destacarse en este sentido es que la ciudad se ha pronunciado por un voto plural, es decir, la sociedad política paranaense no es monocolor, no ha cedido en algún grupo dirigente la representación absoluta: ha optado por configurar una paleta diversa, más allá de que aparezca dominada por tres propuestas, tal como ha quedado reflejado en la constitución del futuro Concejo Deliberante.

Así las cosas, convendría que las autoridades electas tramiten prontamente esa especie de herida narcisista, si se permite el barbarismo aplicándolo a conjuntos de personas. La referencia se entenderá cabalmente si se atiende a que los ganadores han debido pasar casi sin período de adaptación del festejado triunfo rutilante a arremangarse y ser un destacado puñado de ciudadanos, pero no más que eso, encargado de una función clave y sin ningún tipo de dudas ingrata, administrando intereses, identidades, recursos, prácticas, tradiciones, ideologías y métodos que extrañamente pueden cambiar, que son dinámicos, que se despliegan a partir de nodos de relaciones en permanente ebullición.

Estrategias. Ciertamente, hay que tener en cuenta que Blanca Osuna, que pudo haber seguido con relativa tranquilidad dedicada a la actividad legislativa en el Congreso de la Nación, aceptó el desafío de la candidatura en un contexto en el que sus principales contrincantes eran nombres y apellidos de relieve en la ciudad; arrancó en un cómodo tercer puesto, lejos de todo guarismo que habilitara una expectativa cierta y, sin embargo, logró conformar un equipo, una propuesta de gobierno y estrategias de instalación del proyecto que evidentemente estuvieron bien encaminadas, a la luz de los resultados obtenidos el domingo 23.

Sólo un grupo reducido de allegados, su círculo familiar más próximo y ella misma, deben saber lo que ha costado afrontar el proceso, los sacrificios, los renunciamientos, la energía vital, la inteligencia y hasta la salud. Sin embargo, la etapa se clausuró en el preciso momento en que se habilitó otra, intermedia, zaguán que la dejará al frente el Ejecutivo; y, entonces, no resulta constructivo que en este nuevo escenario alguien sobreestime sus habilidades o quede presa de una necesidad excesiva de admiración y afirmación. Por el contrario, este es un momento adecuado para apoyarse en aquello que se tiene por verdadero y actuar en consecuencia. Así son las cosas en la república: semejante esfuerzo previo para terminar siendo el primer servidor de los ciudadanos de Paraná, en una instancia en la que lo único seguro es que se estará en la boca de todos más temprano que tarde porque si algo caracteriza a las sociedades nuestras es ser portadora de antiquísimas y recientes demandas postergadas, con exigencias para que lo deseable se convierta en realidad del día a la noche, con fuertes prejuicios hacia la política y lo municipal en particular y, al mismo tiempo, con poca inclinación a involucrarse, lo que resulta tan pernicioso como la vanidad en los gobernantes.

MUCHO, POQUITO. En efecto, junto a la confirmación de que había triunfado con el 36% de los votos emitidos y una diferencia de 14.000 sufragios sobre su más inmediato perseguidor, fue desgranándose la imagen de la candidata Blanca Osuna y empezó a conformarse la de la gobernante, aunque asuma en diciembre. Esta mutación en el carácter social no es un hecho menor. No involucra sólo la manera en que ella pasó a ser vista, sino hasta su propia esencia en tanto personaje público.

Es que cuando uno es candidato formula enunciados generales, intenta capitalizar las insatisfacciones reinantes y reunirlas para proyectarlas en torno de sí, colecta la información que considera razonable pero no repara en la microfísica de los cómo, en la forma en que efectivamente se pasará del dicho al hecho. Los candidatos no dejan de ser observadores de un proceso, de una gestión, de la ciudad. Observadores privilegiados si se quiere, pero observadores al fin. Operar en el campo es un asunto de otra naturaleza: en el terreno ya no se trata sólo con papeles, cuadros repletos de datos, informes de situación, coloridas maquetas de armónicas proporciones.

Debe quedar en claro en este sentido que la elección del intendente no ha sido un concurso de antecedentes y oposición sobre desarrollo urbano, planificación territorial o gestión del sector público local. No se vota simplemente al que sabe más o posa mejor para la foto, al que tiene los diagnósticos más ajustados o las propuestas más atractivas, por atrevidas que resulten.

Obligaciones. La cabeza de un gobierno local tiene como principal obligación la de tramitar ante todo la esfera multiforme de las relaciones sociales integrándolas, timonear las ansiedades, poner en su lugar las aspiraciones desproporcionadas, inspirar alianzas estratégicas beneficiosas, ayudar a constituir un horizonte que merezca ser deseado por las distintas ciudades que conviven en Paraná. Liderar, ciertamente; pero atendiendo a que el vínculo se construye cuerpo a cuerpo, lo que deviene en un enorme desgaste político, físico y psicológico. Eso lo diferencia de los gobiernos provinciales y del nacional, donde el contacto con las realidades concretas es más bien abstracto o se produce a través de representaciones sociales, no necesariamente todos los días con las personas de carne y hueso que animan las comunidades y, por lo mismo, resulta ocasional, superficial y hasta festivo por poco frecuente. En cambio, los gobiernos locales suelen verse envueltos en la tramitación diaria de la prestación de los servicios o de la propia administración, hasta que lentamente advierten una mañana que son parte del problema, no de las soluciones.

El secreto, en realidades como la de Paraná, es hallar la fórmula de gestionar lo cotidiano (lo que ya de por sí, en los hechos, es de una enorme complejidad) y, en parale

lo, tener reservas para continuar imaginando aquello que empuje a un salto de calidad.
Los márgenes para transformar estructuralmente la Municipalidad de Paraná son estrechos, que nadie se confunda. En todo caso, antes que apresurarse a adelantar opiniones las nuevas autoridades debieran estar seguras de todas las consecuencias que una decisión traerá aparejada, a sabiendas de que entrar en un conflicto es relativamente sencillo; el problema es hallar una puerta de salida, antes de que el laberinto de las coyunturas se vuelva agobiante.