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¿Tragedia o milagro? La mirada de Carlitos Páez Vilaró a 50 años del accidente de Los Andes

"Muchas veces quise morir. Era más atractivo morir, que vivir. Nuestro mérito fue no dejarnos morir. Sobrevivir y resistirse a la muerte fue una lucha permanente".

En noviembre de 2015 tuvimos que vaciar la casa de mi abuela - La Bobe-  dónde mi papá y sus tres hermanos habían vivido desde su temprana juventud y mis siete primos y yo habíamos pasado toda nuestra infancia y adolescencia.

Bogotá era una casa chorizo con cuatro habitaciones, dos patios y un millón de recuerdos. Toda la década de los 90s la pasamos corriendo entre el comedor, donde charlaban los grandes. La cocina, donde robábamos golosinas de las alacenas y la pieza del fondo, que tenía una calesita y todos los juegos necesarios para pasar cada domingo de cada semana.

De las cuatro habitaciones había una a la que no nos dejaban entrar. Siempre nos decían que había cosas con las que nos podíamos lastimar. Era el cuarto donde, de chico, dormía mi papá.

Como mayor de cuatro hermanos, se independizó primero y su pieza pasó a ser una suerte de baulera de todo lo que ya no se usaba.

Pero ese día de noviembre yo ya era grande, la casa estaba por venderse y era mi última oportunidad. No lo dudé y me metí en el cuarto prohibido. Me zambullí entre valijas viejas, ropa empolvada, tarros con monedas de todas las épocas y una caja repleta de cuadernos de escuela y boletines. Pero para mi sorpresa, esa caja escondía algo que no estaba buscando pero que evidentemente necesitaba. Serendipia.

Siempre fui una apasionada de las historias de vida. De las luchas humanas por sobrevivir a las adversidades. Como hija de médico, me quitaba el sueño entender las conexiones neuronales a las que se sujeta la mente para mantenerse con vida en situaciones límite.

Hurgando el fondo de la caja, me encontró un libro gordo que con enormes letras blancas exclamaba “¡VIVEN!”

Desde ese día, me fanaticé con la historia.

 

Uno de los sucesos mas importantes y recordados del siglo pasado, cumple hoy, 50 años de vida.

El 12 de octubre de 1972 un avión de la fuerza aérea de Uruguay despegó desde Montevideo con destino final Santiago de Chile, para que un grupo de Rugbiers del Old Christians Club, se enfrentara a los del Old Boys Club. Sin embargo, por cuestiones climáticas, el avión debió hacer una parada en Mendoza para luego, el 13 de octubre continuar con su último tramo hasta Chile, a donde nunca llegó.

tragedia de los andes

Pensate en el peor de los escenarios. Cerrá los ojos e imaginá que estás volando en un avión a 5500 metros de altura. Que de pronto, luego de dos cunetas de aire de inimaginable profundidad, la nave desciende desmesuradamente 600 metros de golpe para luego impactar contra una montaña a 400 kilómetros por hora. El avión se quiebra, se rompe y la parte delantera, haciendo las veces de trineo, se precipita por una montaña en la que se incrusta. Alrededor solo hay nieve y cuando querés respirar, porque te das cuenta de que todavía estás vivo, no podés porque el estacionamiento quedó a 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde el oxígeno es claramente deficiente.

 Aún así, ese, es solo el comienzo.

 

Cinco horas. Dia uno.

Nunca perdí la conciencia pero no entendía dónde estaba. Le preguntaba a Roberto Canessa si era esto, a lo que se conocía como ‘desastre’”, cuenta Carlitos Páez, uno de los protagonistas de esta historia de dieciséis sobrevivientes y medio siglo de vida.

El avión se quebró justo por detrás de donde estaba ubicado su asiento y relata que lo único que veía era nueve, cuerpos muertos, heridos y pedazos de asientos, acompañados por llantos y griterío que llegaban a sus oídos desde todas las direcciones.

Profundizando en la intimidad de Carlos y la cordillera pero con el mayor de los respetos, quise saber cómo fue aquella primera noche.

tragedia de los andes


Veinte horas. Noche uno

¿Es posible dormir, en un contexto tan trágico como aquel?

En general, en mi vida nunca me gustó mucho la noche y allí dormir era evidentemente difícil. Había que tratar de mantenerse pegados porque estábamos a 30 grados bajo cero. Al principio le tenía mucho miedo a la muerte. Además, convivimos con 29 muertos a 2 metros de distancia, lo que provocaba que fuera difícil conciliar el sueño.

La primera mañana que me desperté, tuve la sensación de incredulidad. Veía lo que estaba pasando, observaba mi alrededor pero no podía entender,  lo que me estaba pasando

tragedia de los andes

Sin embargo, poco pudo durarle el desconcierto a Carlitos, quien se autodenomina como que era un niño de 18 años que hasta ese momento no sabía hacer nada por sí mismo, porque era inminente la necesidad de organizarse ante la falta de comida, bebida y ropa apta para las bajísimas temperaturas.

 

Setenta  y dos horas. Día 3

Rápidamente cada uno adoptó su rol.  El mío fue tapiar el avión. Todo el fuselaje había quedado abierto y era el único refugio de la intemperie. Así que desarrollé una habilidad que evidentemente tenía. Una habilidad manual: Apilaba los pedazos de valijas y asientos dentro de lo que quedaba del avión para que no entrara viento y sirviera como un verdadero amparo. Tres de los sobrevivientes eran estudiantes de Medicina y asumieron el rol que les conferían sus saberes y Adolfo Strauch, que era ingeniero, ideó la manera de hacer agua de la nieve  y lentes negros para protegerse del sol.

tragedia de los andes

 

216 horas, 9 días sin comer.

Todavía no habían encontrado la cola del avión y el tiempo pasaba entre las gélidas temperaturas, el desconcierto, la angustia y el sonido de la languidez evocándolos desde el vacío estomacal.

El 22 de octubre fue clave. Se reunieron todos y tomaron a conciencia, la decisión de sobrevivir.

No había comida. Habían intentado ya con el cuero de los zapatos pero no había surtido efecto pues los cueros habían sido sometidos a químicos que en vez de proporcionarles proteínas, los terminarían envenenando. “Surgió naturalmente aceptar que teníamos que alimentarnos y lo único disponible eran los cuerpos que nos rodeaban. Nosotros  teníamos que cumplir con el derecho más importante, que es el derecho a la vida. Nosotros tomamos la decisión de luchar por la vida, peleábamos para volver a casa y surgió naturalmente alimentarnos de lo que teníamos como única opción para alcanzar ese objetivo.

Quizá el impacto psíquico de la morbosa antropofagia haya querido darle a esta historia un tinte ajeno que nunca le correspondió, porque para quienes estuvieron en carne y alma en esa situación, surgió cómo una alternativa natural para mantenerse con vida.

Sin embargo, esta pequeña parte, de esta enorme historia, lleva escondido al sobreviviente 17.

Tal vez una de las cuestiones más difíciles de las situaciones límite, es, a pesar de todo, seguir siendo humano.

Y si de humanidad y contención se trata, no puede faltar el nombre de Alfredo Serra.

No hace falta recordar que el periodista emprendió un viaje hacia la cordillera para comprender en su propio cuerpo la “experiencia de los Andes”.

tragedia de los andes

Lo que sí cabe recordar y poner en palabras, es la contención que sintieron los sobrevivientes y en especial Carlitos Páez con el trato con el que Alfredo abordó la gran historia y cada una de las pequeñas historias de vida que se forjaron dentro de esta gran historia, que es el milagro de Los Andes.

Serra recolectó y expuso en su Revista Gente, el primer “recuerdo de un sobreviviente” que tuvo a Carlitos Páez como protagonista  y fue efectiva y afectivamente  un ser humano dentro de un rubro devorado por la vorágine de la primicia.

No solo por el apoyo y el respeto que proporcionó en el seguimiento de los hechos, sino por haber sopesado la moral, ante la exclusividad.

Cuando aún no habían rescatado a todos, Serra obtuvo la noticia inédita de que se habían alimentado con carne humana, pero Fernando Parrado, le pidió que no dijera nada.
Me enfrenté, entonces, al peor momento de un periodista: disponer de una primicia macabra, y oír su ruego: "No lo publiques, por favor. Nosotros no vamos a ocultarlo, pero queremos decirlo en nuestro colegio, ante nuestros maestros y la prensa mundial, explicando que fue la más terrible e inevitable de las decisiones, tomada después de dramáticas charlas, porque no todos nuestros compañeros comprendían que en Los Andes, a más de veinte grados bajo cero, era imposible sobrevivir sin proteínas".

No dudé: entre la primicia y la actitud moral, callé. Porque un periodista no es un verdugo. Y si lo es, pasa al bando de los canallas”

 

240 horas. El día diez. Un día clave.

Uno de los libros escritos por Carlos, reza el nombre “Después del día diez”.

Ese día fue fundamental porque nos enteramos de que nos habían dejado de buscar. Hasta ese día casi pasivamente esperábamos. Ya habían sobrevolado helicópteros y aviones pero nada cambiaba, no nos veían, no nos rescataban. Esa noticia generó que desde aquel día, la historia pasara a ser nuestra historia porque fuimos nosotros en busca de los helicópteros, fuimos nosotros en busca de nuestra salvación.

Hay gente que deja que las cosas pasen y otros que hacen que las cosas pasen y de ese grupo fuimos nosotros.

De inmediato comenzamos con las expediciones porque queríamos saber dónde estábamos. La expedición final la encararon Fernando Parrado y Roberto Canessa. Fueron diez días de incertidumbre total, habíamos puesto todo en esa expedición pero el tiempo pasaba y estábamos desesperados por la falta de contacto con ellos.

La última noche yo lloraba desesperadamente porque eran diez días de que habíamos perdido toda conexión con quienes habían emprendido la más alta apuesta expeditiva. Pero no me preguntes por qué, pero de un momento a otro me cambió el pensamiento y cuando prendimos la radio viví el momento emocional más culmine de los 73 días. Cuando prendimos la radio se oyó: “señores, debo decir que es oficial, Fernando Parrado y Roberto Canessa están vivos”

La sensación física de que lo habíamos logrado es imposible de describir con letras.

tragedia de los andes

Mil setecientas cincuenta y dos horas. Día 73

¿Alguna vez estando allí preferiste morir?

Morirme era lo más fácil, muchas veces quise morir.  Era más atractivo morir, que vivir. Nuestro mérito fue rendirle un verdadero homenaje a la vida y no dejarnos morir. Sobrevivir y resistirse a la muerte fue una lucha permanente contra el no. Y al no, le dijimos SI.

Algo que me mantenía conectado con la vida era mi obsesión con la luna.

Yo sabía que mi único vínculo con el mundo, era la luna. Era el único punto que teníamos en común con mi madre.

Cuando volví a Uruguay supe que ella también salía a mirar la luna desde la Rambla de Montevideo,  porque si podíamos ver la misma luna, significaba que en realidad no estábamos tan lejos.

tragedia de los andes

El 23 de diciembre de 1972, pocos días después de que Fernando Parrado y Roberto Canessa, en el día diez de su expedición divisaran a Sergio Catalán, un arriero que trabajaba a kilómetros y kilómetros de distancia, pero suficientes como para ser rescatados, la pesadilla finalmente concluyó para todos. Fueron rescatados en helicópteros y trasladados a hospitales de Chile para su observación.

El único objetivo que perduraba desde el día 1, estaba cumplido. volverían a casa. Volverían a ese lugar que siempre existió como fantasía dentro de sus cuerpos para mantenerlos con vida, pero esta vez de verdad y para siempre.

Ni Hollywood, ni libros, ni reportajes. volver a casa.

 

Cuatrocientos treinta y ocho mil horas. ¿Cuál es tu mirada a 50 años?

No tengo secretos con la cordillera. La vida es un aprendizaje y no existen lecciones de la cordillera sola. Es la cordillera más los 50 años.

De las conferencias y charlas aprendí que cada uno tiene su propia cordillera. Que cada cual, tiene su propia historia y que no existe un angustiómetro o un dolímetro.  Cada uno tiene sus experiencias y la vida se trata de sortear obstáculos y que son los propios obstáculos, los que generan el estímulo para continuar generando la pulsión de vida.


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