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Tareas imposibles: poniéndome linda

Llegan mis amigos de Lima, y nos aprestamos a festejar la primera gran Navidad del año.

Por Cristina Wargon

@CWargon

Viajan a Buenos Aires representantes de las Provincias Unidas del Norte (Amparo y Gaby, bah, pero en nuestro pequeño departamento son como un malón) y se suman los confederados del Rio de la Plata (Cori y Norber) que vendrán con bebidas para la tropa.

En síntesis ¡fiesta! En ese momento descubrí que estoy hecha un estropajo. Y no me refiero a la pilcha, sino que hace un mes me duele una pierna. Lo que es peor, estoy renga, y lo que es muchísimo peor lo disimulo, y nada hay más terrible que una renga disimuladora. Pienso: soné con la cadera y me deprimo. Mi gran consumo de literatura de la farándula me lleva más a compararme Susana que a concurrir a un médico. Además, no tengo tiempo antes de la fiesta, y después vaya a saber si la silla de ruedas es cómoda. Así fue, como insensata y agnóstica de la medicina,  en lugar de ponerme sana decidí ponerme linda.

Primero atiné a ir a la peluquería dando instrucciones contradictorias del tipo: "Dejame el pelo corto pero largo, fucsia pero que no se note". El único alivio es que mi preciosa peluquera de años, me escucha como si oyera llover y me larga como siempre. Bien... Pero, eso no me alcanza... Imagino entonces un "tratamiento" de belleza que debería haber hecho hace tres años atrás cuando no estaba tan loca. Sacarme un lunar de la espalda. Mi razonamiento de las épocas de la cordura dice: "Si yo no me veo la espalda, preocuparse por ella es casi un acto de voyeurismo, como meterse en la vida de otro". Pero ahora pido turno, el profesional me dice con parquedad pero sin alarma: "esto hay que sacarlo". Me citan de nuevo y cuando terminan, en el lugar del lunar hay un hueco negro, pero no uno... ocho. Exactamente como si me hubieran dado un tiro con una escopeta mientras robaba sandías (la calidad de las imágenes va en descenso como la autora). Ahora me duele la espalda entera, lo que sumada a la pierna hacen un combo pasmoso.

Mi fiesta viene derrapando  Entiendo que es el momento de pensar: "Si a Su, que es tan glamorosa le ocurrió lo mismo: rendite y entrá al quirófano". Pero "rendirse" es una palabra ajena a una polaca en cuyas venas se mezcla la Polonesa de Chopin y el gueto de Varsovia, y además no había el menor indicio de que necesitara operarme. Tomé entonces una decisión que me insumió el resto del coraje. En una esquina del Abasto se ha abierto un spa. Es lindo, pero hace poco juego con la zona. Es como un OVNI aterrizado en medio de la chaya riojana. Vencí todos mis prejuicios, entré y me encontré con que me harían un tratamiento para ponerme joven a un precio tan razonable que me tentó. No me detuve a pensar si cuando era tan joven como me prometían que iba a quedar, yo era tanto más feliz que ahora, pero al menos tenía mi lunar y no me dolía la pierna. Entré. Me atendió una encantadora señora armenia. Me hizo acostar envuelta en algo azul y comenzó a aplicarme cremas. En el acto, entre la promesa de mi inminente juventud y los masajes, me relajé y comencé a preguntarle por su historia. ¡Ya estaba bien! Queriendo saber del otro, de nuevo periodista, o chusma, elijan, no me ofende. Y ahí tuve el gran tropiezo. Los armenios, pobrecitos, tienen una historia tristísima, su propio holocausto en manos de los turcos. Pero de algún modo la historia la sabía por los libros, no por una descendiente directa, con padre y abuelos muertos, con tías abuelas que se tiraban al río para no ser violadas, y hasta los niños asesinados. La señora me lo contaba sin dramatismos pero sin concesiones, todo parecía haber ocurrido ayer, casi casi al lado, en el shopping, Y ahí, no sé si fue porque en la evocación se le piantó una gota de colágeno adentro del ojo, o fui yo, sencillamente quien se emocionó, lloré de un solo ojo.

Me comenzó a arder y no hubo forma de calmarlo. Salí, tal vez más joven pero tuerta, renga y con la espalda triturada. En la esquina me comí un chocolate. Y por fin me sentí reconfortada. Notoriamente ni la salud ni la belleza es lo mío. La gula, me viene bien. ¡La fiesta será un éxito!