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Sufrir y esperar

El terremoto en Haití y su secuela retratan con trazos realistas e indelebles el rostro amargo de una época insensible, que ha trastrocado de manera total los valores morales.

El 12 de enero de 2010, un terremoto destruyó casi por completo a la capital de Haití, el país más pobre del mundo, y causó la muerte de entre 220 mil y 300 mil personas y alrededor de un millón de heridos. Otros tres millones de haitianos quedaron sin hogar. De inmediato, organismos internacionales, gobiernos y líderes religiosos y políticos se unieron para acudir en ayuda de esa pequeña nación estragada por el hambre crónica y flagelada por epidemias e interminables crisis políticas. Ahora, el empeoramiento de las deplorables condiciones sanitarias que soportan los supervivientes provocó una epidemia de cólera, que ya cobró más de tres mil vidas, mientras hay 181.829 infectados.

En los primeros días posteriores a la catástrofe, afluyeron ayudas desde distintas regiones del mundo y una de las primeras medidas que adoptó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue crear un fondo solidario de emergencia, que sería aportado en proporción directa con la riqueza de las naciones. Una solidaridad de escaso aliento. De los 10 mil millones que debían reunirse de inmediato, sólo se obtuvieron entre tres mil y cinco mil millones.

El resto es silencio. Un silencio quebrado por los clamores de ONG solidarias y por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), que en un reciente comunicado advirtió que "no se ha progresado de la manera en que la comunidad internacional esperaría". Además recordó, una vez más, que entre 800 mil y un millón de personas continúan viviendo en condiciones precarias en 1.150 campamentos. De ellas, 380 mil niños están hacinados en esos lugares.

Un portavoz de la ONG Housing Works denunció: "Ha pasado ya un año y la gente sigue sin hogares, trabajo, agua potable y comida. Los enfermos de sida no tienen medicamentos. Los fondos llegan al país, pero no pasa nada. Estamos aquí para decir a los líderes del mundo que un año es mucho tiempo, que hagan algo, que la gente sigue muriendo en Haití". Situación duramente criticada también por la directora general de la Unesco, Irina Bokova, quien dijo: "Haití necesita ayuda, no limosnas". Hay tanta improvisación que la remoción de escombros podría durar unos 10 años.

Esta situación retrata con trazos realistas e indelebles el rostro amargo de una época insensible, que ha trastrocado de manera total los valores morales. La comunidad internacional puede invertir hasta tres billones de dólares para salvar a su sistema bancario y financiero, destruido por irresponsabilidad y manejos delictivos. Pero cuando se trata de salvar a un pueblo condenado a la miseria y castigado por una violencia política crónica, esa gente puede esperar. Porque, tal como sucede en la martirizada África, quienes más padecen las tragedias son de raza negra. Y, ya se sabe, la misión de los negros en el mundo parece ser sufrir y esperar.