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Si la lluvia volviera hoy

*Por Alejandro Mareco. Si la lluvia llegara hoy, ahora, ya, y viéramos volver la vida a los ríos, a los arroyos, a los diques y a los embalses, juraríamos no olvidar las imágenes espectrales de estos días.

Si la lluvia volviera hoy, ahora, ya, le ofrendaríamos los ojos y las mejillas para que corra hasta los labios como un río de infinitas gotas dulces, como un sentimiento único, abundante y jubiloso hecho de lágrimas sin sal.

Incluso podríamos quitarnos los zapatos, arremangarnos los pantalones y salir a pisar la frescura de los charcos, y hasta hundir los pies en los torrentes que bajan turbulentos por esta ciudad de calles pendientes y ser felices como (con los) niños.

Miraríamos al cielo con los ojos bien abiertos, para ver caer el milagro de la fecundidad desde tan alto, pero, a la vez, desde tan cerca, porque las nubes se atrincheran acá nomás, apenas por encima de nuestras cabezas, si es que uno toma en cuenta todo el aire, el universo y el frío que existe aun más allá.

La lluvia tiene que ver con el suelo y con nosotros, los que vivimos sobre el suelo.

Si lloviera hoy, ahora, ya, nos asomaríamos cada cual a su ventana, incluso a ventanas prestadas para verla derramarse sobre los vidrios, sobre el asfalto, sobre la tierra: verla caer será reconocer con conciencia semejante privilegio.

La más inmensa ventana puede abarcar una inmensa versión de lluvia, pero también en las pequeñas ventanitas de las pequeñas casitas se podrá oír a las gotas golpear sobre los vidrios, mientras no dejan de salpicar sobre el barrial. Será en esos barrios que se convierten en polvo cuando la seca pela las calles o en aventuras de náufragos cuando el agua alumbra la fórmula del fango.

Acaso mientras la lluvia cae no es de nadie; sólo cae. Pero si el agua falta para algunos, no

siempre es sólo por culpa de este porfiado azul del cielo, sino que hay tantos rincones urbanos en esta Córdoba en los que sólo fluye el agua por un solo grifo de una sola esquina y que bien adentro del paisaje, pero no a demasiada distancia de esta Capital, hay cordobeses despojados de todos menos de sol, que acarrean en baldes el agua de cada día a través de kilómetros.

Si la lluvia llegara hoy, ahora, ya, y viéramos volver la vida a los ríos, a los arroyos, a los diques y a los embalses, juraríamos no olvidar las imágenes espectrales de estos días que nos han angustiado tanto la imaginación con la sed de la naturaleza.

Si lloviera hoy, ahora, ya, pensaríamos un poco más; pensaríamos que en esta Córdoba siempre semiárida no debemos rezar cada primavera para que vuelva la lluvia, sino que es hora de que nos deje de devorar el presente y seamos capaces de proyectarnos un futuro, como antes lo hicieron otras generaciones a las que les debemos la poca agua que hoy tenemos.

Y si la lluvia llegara hoy, ahora, ya, que venga sólo a calmarnos la sed y no a arrasar con bríos turbulentos la inocencia de creer que el mundo que hicimos está hecho para siempre, incluidas sus diferencias, porque los cataclismos suelen atacar a los más débiles, no por perversión de la naturaleza sino de los hombres.

Si pedimos por la lluvia, pedimos por nosotros. Por eso, cuando venga a vivificarnos, no sólo nos abracemos a su frescura derramada, sino a la conciencia de la humedad de la vida.