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Ricardo Barreda: "Me arrepiento de haber matado a las cuatro"

A los 80, el hombre que mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas relató cómo vive y de qué se arrepiente.

Ricardo Barreda mató a escopetazos a su suegra, a su esposa y a sus dos hijas hace casi 25 años en La Plata. Ahora, sobrevive en una habitación del Hospital Magdalena V. de Martínez, en Pacheco días después que la Justicia declarara extinguida su condena, originalmente perpetua.

"Acá me tratan bien todos. Hay gente aguda, grave y esdrújula. Con algunos miro documentales de Discovery, es lo único que miro en la televisión. Ah, y fútbol. Yo soy de Estudiantes, que juega hoy, un equipo modesto y ganador, de pierna fuerte y alfileres. No son muy académicos pero sirven", comentó Barreda en diálogo con Infobae.

Dos semanas atrás, el periodista Rodolfo Palacios, autor de "Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres", reveló que Barreda le admitió a un enfermero que no quiso matar a Adriana, su hija menor: "Estaba como loco, giré, disparé y después me di cuenta que era ella".

Al respecto, Barreda consideró que podría no haber matado a Adriana: "Eso pienso siempre. Es una cosa que uno la va a respirar siempre. A veces uno se alegra con algunas cosas, hay que buscarlas y seguir para adelante".

"Eso lo marca a uno para toda la vida. A cualquiera, o al menos a mí. A los demás no sé, ni me importa. Oiga, tengo que ir a hacer un llamado. No, dos, tres llamados", relató y aseguró que "sí, sí", se arrepiente de haber matado "a las cuatro, sí. No vamos a establecer diferencias".

El médico que lo atiende explica que llegó hace 11 meses por un problema en la próstata y mucho dolor en los huesos, y que lo ve bien pero un poco débil. "Está más cuidado acá adentro", admite con el tono que debe usar para cualquier paciente y advierte que, de todos modos, también Barreda corre riesgos: "Acá andan bacterias más fuertes y eso no sería bueno para su salud actual. Debería tener un lugar donde vivir, donde lo cuiden con gente de su edad. A veces pasa a visitarlo una asistente social".

Por el contrario, cuando Barreda escucha la palabra "próstata", pone cara de fastidio: "Ya dije que no tengo nada. No sé si algún bobo, vivo o bobo, dijo de la próstata", se enoja.

"Me caí pero estoy bien y por suerte me visitan tres amigos de fierro", retoma, pero responde que no entiende cuando se le pregunta quiénes son, y después sigue: "No son de mi infancia. Ni de mi juventud. Tengo miedo de preguntar por ellos porque cada vez que pregunto por uno no está más. Como acá. Algunos reciben el alta y otros pasan a otro mundo".

Años atrás, después de recibir la perpetua, Barreda solía ir a "hablar" con su padre y con su madre al cementerio. "Monólogos", dice como toda referencia de aquello y se detiene en su reloj. Hace silencio y sin quitar los ojos de las agujas, que parecen detenidas, susurra: "Nadie se salva".