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Personalidad: temperamento, carácter y la interacción de todos los días con el mundo que nos rodea

A lo largo de varias notas, y aún por el sentido común más básico, ha quedado claro que, como seres sociales que somos, dependemos de la interacción y comunicación con nuestros pares

A lo largo de varias notas, y aún por el sentido común más básico, ha quedado claro que, como seres sociales que somos, dependemos de la interacción y comunicación con nuestros pares en casi todo momento de nuestras vidas, y que esa interacción nos atraviesa, es decir, modifica dentro de un rango patrones de conducta y comunicación propios, los mismos que nosotros modificamos en el sujeto o grupo con el cual estemos tratando. Para producir estos cambios, nos ponemos, acorde a las circunstancias, nuestros mejores atuendos, y no sólo en lo que respecta a la vestimenta, sino en nuestro modo de desarrollar al momento del contacto la predominancia que nos resulte necesaria, arbitrando nuestros medios para llegar al resultado que deseamos nosotros, normalmente, ese resultado va a ser el de la mayor y mejor imposición de nuestras ideas y expresiones afectivas, influyendo en la modificación del otro con el menor cambio posible en nosotros: valga la comparación, generamos nuestra mejor imagen (según nuestro criterio), reforzamos de nuestros rasgos todos aquellos que consideramos los mejores y disimulamos los puntos débiles, es decir, actuamos nuestro mejor papel en pos de lograr un efecto que resulte positivo a nuestro favor, que en condiciones de normalidad debiera seducir, y en la peor de las situaciones, puede destruir sin sentir arrepentimiento. Somos actores de nuestra propia vida, dando a conocer nuestra personalidad. Por lo tanto, no sólo la mostramos en una interacción dada, sino también al público que nos rodea, salimos cada día a nuestro propio teatro a tratar de desarrollar la mejor de nuestras obras. Por lo tanto, desde la vista de la Salud Mental consideramos a la personalidad como la muestra o puesta en acción de nuestros rasgos de conducta mas penetrantes o con capacidad de influencia para interactuar en sociedad, siendo los rasgos mencionados articulados de modo tal de producir un evento deseado tendiente a satisfacer nuestro deseo con la menor frustración posible, o, en el  mejor de los casos, sin ella. Esos rasgos penetrantes dependen de dos grandes estructuras que se expresan en forma simultánea, el carácter, que es la versión pulida y practicada de nuestra actuación, es decir, lo que mejor consideramos de nosotros mismos para obtener resultados, y el temperamento, que es la parte mayoritaria de nuestras acciones, y que se caracteriza por ser “la parte en bruto” y no modificable de nuestra expresión. 

Vamos a comenzar la exposición con el temperamento: la mejor forma de describirlo es como la parte sumergida de un iceberg, donde intervienen nuestros factores formativos desde adentro del útero y aproximadamente hasta el final de la adolescencia, donde los rasgos de conducta se fijan y se hacen predominantes, sin distinción de bueno o malo, dado que resultan predominantemente de tipo inconscientes y se expresan por medio de emociones, es decir, estados activos del Yo, quiere decir que nuestra persona los pone en juego en forma espontánea, casi sin la mediación de filtros, y siempre con un contenido afectivo. Esta masa mayoritaria del iceberg, para graficar en un ejemplo, fue el hielo bajo el agua que rompió el casco del Titanic, produciendo su hundimiento. Por su misma condición de hallarse “invisible. oculto” no es fácilmente observable salvo por sus consecuencias. Continuando su comparación con un iceberg, como se halla bajo el agua, sufre en forma mínima el impacto de los medios, por lo tanto su estructura es muy difícilmente modificable.Cuando hablamos de su procedencia desde el útero, tenemos que tener en consideración que el cerebro, por el hecho de poseer células especializadas (neuronas) porta el  material genético, expresando o no un contenido dado, es decir, el temperamento tiene carácter hereditario, (descartando nuevamente la teoría de la tábula rasa) si bien prosigue su formación en la vida diaria, por todos los factores generadores de stress o distress hasta aproximadamente el final de la adolescencia- adultez temprana. Por ende, es válido considerar que aprendemos mucho más de nuestros fracasos que de nuestros aciertos o éxitos, y que la frustración generada, por lo general mal tolerada, va a tener un impacto importante en la formación, “endureciendo” las partes débiles de la estructura. A los fines prácticos, somos conscientes de su accionar una vez que la acción ya fue iniciada, es decir, su expresión es el impulso mediado por las emociones.

Respecto del carácter, el mismo es tan solo la parte minoritaria y visible del iceberg, que por hallarse por encima de la superficie, es modificable y maleable por los elementos del medio, y, por ende, donde reside nuestro personaje en su propio anfiteatro; no obstante, no es una entidad individual, porque lo separa del temperamento solamente la línea de flotación, por lo cual contiene los elementos del mismo susceptibles de ser cambiados o alterados, no obstante, la predominancia de los rasgos permanece. Estos rasgos, para brindarles una definición comprensible, son cada una de nuestras conductas individuales expresadas: por tanto, el resultado final de la sumatoria de las partes es mucho mas que la  mera suma de sus partes. Por todo esto, es interesante explicar que la palabra personalidad proviene del griego personare, el personaje del teatro, que utilizaba una máscara con un embudo a la altura de la boca, prosopon, que permitía la magnificación de su voz para llegar a ser visto y escuchado por todos los asistentes al anfiteatro.


Personalidad normal y patológica.

Una personalidad “normal” o, mejor expresado, sin patología, es aquella que permite un accionar sano en las relaciones con el medio y sus integrantes, poseyendo plasticidad para su adecuación a las circunstancias que se le presenten y que pueda tolerar en forma sana e incluso resiliente (dado que se halla profundamente influido por el estado de ánimo) una frustración o evento distressor, que le brindará un nuevo aprendizaje o posibilidad de desarrollo.

La personalidad patológica se define en si misma por antítesis de lo expuesto respecto de aquello que se espera como normal.




Apostilla, los eventos culturales.

La normalidad o patología de la personalidad se define muy fuertemente por los factores culturales dados en una región, tiempo y contexto, como la personalidad tiene componentes para su sana acción (con las más variadas excepciones también) procedentes de los afectos, la voluntad y  los factores cognitivos, puede ser normal para un grupo dado y completamente patológica para otros, por lo tanto, y a modo de ejemplo, una mujer caminando a la par de un hombre vestida con pantalones y la cabeza descubierta es lo normal y racionalmente aceptado en la cultura occidental; sin embargo, puede verse como perfectamente patológico en cualquiera de los países teocráticos de Oriente próximo o Medio.


Clasificación de Personalidad.

En este punto no se pretende desarrollar un tema muy complejo como la clasificación completa de todos los trastornos de personalidad, que corresponde a los libros de la especialidad y los manuales diagnósticos, aunque ya al hablar de trastornos en el renglón anterior, se entiende tácitamente que dicha clasificación se corresponde con los mismos, dado que la personalidad normal va a poseer los elementos suficientes para manejarse en forma plástica sin entrar en la clasificación.

Para tales clasificaciones, se han utilizado los rasgos más penetrantes o visibles en la clínica de los pacientes, yendo desde los más graves o próximos a la psicosis hasta los más neuróticos o próximos a las manifestaciones más próximas al contexto de realidad, situación o enfermedad.


Cluster (celda) A. (retraídos, poco comunicativos, tendientes al pensamiento mágico, con ideas de persecución, mal estructurados, los más cercanos al grupo de las psicosis, especialmente de las esquizofrenias)

Trastorno esquizoide de la personalidad

Trastorno esquizotípico de la personalidad.

Trastorno paranoide de la personalidad


Cluster B. (erráticos emocionales, dramáticos, impulsivos,)

Trastorno antisocial de la personalidad

Trastorno límite de la personalidad

Trastorno narcisista de la personalidad.

Trastoro histriónico de la personalidad.


Cluster C. (dependientes emocionales, retraídos con intenso sufrimiento por la falta de relaciones interpersonales, depresivos, con ideaciones obsesivas).

Trastorno obsesivo- compulsivo de la personalidad

Trastorno por dependencia de la personalidad.

Trastorno por evitación de la personalidad.


Para comprender la clasificación, utilizada en la actualidad con alguna variación (por ejemplo, en el último Manual Diagnóstico y Estadístico americano (World Psychiatric Association, 2013, DSM 5), la esquizofrenia simple fue retirada del capítulo correspondiente y puesta en un apéndice, del  mismo modo que el trastorno esquizoide de la personalidad, explicando sus similitudes como una variante en favor de la primera, aquellos que no avalamos por datos científicos tal formulación, continuamos utilizando esta clasificación, correspondiente a la edición anterior). 

Los 3 primeros mencionados, y atentos a la salvedad anterior al último punto, se hallan más cercanos a las psicosis, o sea a la disgregación de la integridad del psiquismo.

En el caso de los listados en el Cluster B, los denominados erráticos, dramáticos, se caracterizan por la impulsividad (ya vimos su origen más arriba), por la polaridad del pensamiento (blanco- negro, bueno- malo), por los cambios súbitos en el estado de ánimo, donde varían de la excitación psicomotriz a la depresión, es en este grupo donde las tentativas de suicidios resulta más frecuente, pero casi siempre como modo de concitar la atención de quienes los rodean por un vínculo afectivo o ante la imposibilidad de manejar en forma adaptativa un evento distressor que por un real deseo de morir, (la mayoría de los casos se corresponden con el trastorno límite o borderline de la personalidad, que es el más frecuente de observar en la clínica). En el caso de los narcisistas existe una clara tendencia al enamoramiento de sí mismos, que no acepta opiniones en contra sin contrariarse, y en los cuales se esconde una intensa inseguridad y miedo, sobre todo al abandono personal por parte de sus sujetos de enamoramiento. Por último, los pacientes con trastorno histriónico de la personalidad comparten muchos rasgos con los trastornos límite y narcisistas, requiriendo siempre de atención y de ser el foco de todas las miradas, al decir de la escuela clínica francesa, son aquellos que “viven la vida en el balcón de su cuerpo”, en una exhibición constante.

Habrán notado que, ex profeso, no se desarrolló todavía el trastorno antisocial de la personalidad, como su nombre lo indica, estos pacientes no generan vínculo empático con sus pares, solamente por conveniencia o utilidad temporal. La primera descripción de estos pacientes, en la manicomialización de fines del siglo XIX- principios del siglo XX, fueron estudiados por Pinel, quien observó un grupo de pacientes en los cuales todos los parámetros de conciencia y adecuación a la realidad y contexto se hallaban conservados, sin embargo, los caracterizaba la falla moral sistemática, por lo que el primer nombre clínico que recibe este trastorno observado es el de “locura moral”.

Son incapaces de sentir arrepentimiento por sus conductas, las cuales desde su inicio reconocen como “a contramano” del sistema social, esto resulta de significancia capital, porque son conscientes de sus actos, pero carecen de pautas o frenos morales, éticos o de respeto a la norma con el fin de lograr sus objetivos, en los cuales, según el caso, pueden sentir placer en  la ejecución del acto o por el final planeado del mismo. Estos pacientes, resultan, a pesar de su falta de empatía, seductores, para poder captar adeptos o complementarios para llevar a cabo sus obras. Una división más precisa, procedente de la escuela clínica europea, subdivide a estos sujetos en psicópatas y sociópatas, siendo que en muestro medio, y generalmente a fines informativos o de divulgación, erróneamente, se toma únicamente la definición de “psicópata”, siendo que éste desorganizado o desprolijo en su accionar, sobre todo en los fines, a diferencia del sociópata: el psicópata puede matar sin arrepentimiento, con un plan sistematizado, que generalmente no cambia a pesar de los eventuales cambios en las circunstancias, y luego salir a caminar dejando la escena del crimen en la forma en la cual la conformó (ej. caso Barreda). En el otro extremo, el sociópata modifica su entorno a favor suyo, incluyendo (para disimular o esconder) en medio de ese entorno ficticio su accionar antisocial. (ej. caso Fujimori; caso Menem). 


Incidencia

Los trastornos de la personalidad se hallan en aproximadamente un 13 a 16 % del total de la población, sin embargo, se estima que existe un subdiagnóstico, primero, porque es muy raro que concurran solos a la consulta por su falta de conciencia de enfermedad, en todo caso la consulta puede estar motivada por síntomas asociados que en la mayoría de los casos tienen que ver con la frustración, las obsesiones o las variables del estado de ánimo. Del total de la población, se estima que existe un 3% de personas con trastorno antisocial de la personalidad, este porcentaje aumenta drásticamente en el ambiente carcelario, con cifras cercanas al 60%. 

Por su parte, el trastorno límite de la personalidad es el  más frecuente de todos, con una incidencia de 30 a 33% del porcentaje de pacientes con trastornos de la personalidad, y resulta más frecuente en la mujer en una relación 3:1 respecto al hombre. Del mismo modo que en el hombre, estos porcentuales son drásticamente superiores en las poblaciones de convictos, siendo entre reclusos de sexo femenino mayor al 70%.


Conclusiones preliminares.

Todo lo anterior, nos lleva a relacionar en forma obligada y basada en la evidencia a los trastornos de la personalidad con la criminalidad. 

En la próxima entrega, incursionaremos en este tema, a la luz de lo reglamentado por la Constitución Nacional y las realidades que observamos al momento presente todos aquellos que frecuentamos los ambientes carcelarios.

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