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Pergolini - Garfunkel - Szpolski: Los vicios de Cromañón que no cesan

Skay -el guitarrista de Los Redondos- ofreció dos conciertos en Vorterix, la sala que a todo trapo se reinauguró en Colegiales. Pero siempre estamos al borde del peligro.

Por Jorge D. Boimvaser
@boimvaser
info@boimvaser.com.ar


Mala fama, chancro humano / vino rancio que huele mal / siempre sucio y arrogante / él no encaja y le da igual. (Gengis Khan, Skay y los Fakires).

Primero que todo: Vorterix es una perlita para los que amamos el rock y sus derivados. Un equilibrio entre modernidad y diseño que no empalaga ni va en contra del espíritu musical de quienes allí se presentan. La acústica, impecable. Entre la intimidad de un pub y la grandeza de un mini estadio.

Los artistas están al alcance del público, no hace falta pantallas ampliadas porque todo está ahí. Una sala a la altura de cualquiera de las grandes ciudades del mundo. Me recuerda a “Bird”, el espacio donde surgió Charly Parker en el Village neoyorkino.

Skay Beilinson y sus faquires sonaron excelentes el finde pasado. El flaco –el pulso musical de Los Redondos-, demostró lo que significa ser una leyenda viva, sus temas son inoxidables y más aún, resplandecen con el paso del tiempo. Como el buen vino. El flaco estaba un poco “loquito” cuando se comunicaba con la gente entre tema y tema, pero su guitarra sigue haciendo burbujear la sangre, y la lírica de sus canciones brillan como las supernovas.

Pero siempre en la Argentina tenemos que rogarle al cielo para que los errores humanos no terminen en luto y llanto. Como si nunca hubiera existido un Cromañón en la Argentina.

En Vorterix apagaron la ventilación y el aire acondicionado, y la temperatura alcanzó alrededor de 40 grados, no menos. El viejo truco: te dejan sediento para que consumas bebidas en las barras que están en el interior del local. Algunos chicos –entre algo de alcohol, porros, “sal de melodrama” que nunca falta, y pogos-, se sofocaron casi hasta el desmayo. Ya no era sudor lo que emergía de la piel sino directamente baldazos de transpiración. Así no hay recital que se disfrute a pleno, el sufrimiento corporal no congenia con el show.

¿Tienen necesidad las cuentas bancarias de Mario Pergolini, Sergio Szpolski y Matías Garfunkel (propulsores del “Vorte”), de vender unas gaseosas y unas birritas de más, o ahorrar unos centavos de energía eléctrica, y a cambio de eso poner en peligro de sofocación a tanta gente?

El calor extremo altera los ánimos, y si no hubo incidentes entre el público, salvo alguna escaramuza que ocurre en todas partes, es otro milagro de hoy. Por una noche, Dios además de argentino fue ricotero.

Y el detalle más grave. Dos semanas atrás ya las entradas, casi 1600 de capacidad, estaban agotadas. Pero en los centros de venta se decía que en la puerta de Vorterix quedaba un remanente para vender viernes y sábado, los días del espectáculo.

Algo de eso ocurrió, pero no fueron tickets los que se vendieron. Media hora después de comenzado el espectáculo, personal de seguridad (patovicas) cobraba 130 pesos el ingreso –la entrada por boletería había estado a 100- y así fue que mucha gente que fue por ese remanente, se encontró con esa sorpresa y aún de mala gana pagó por entrar.

¿Cuánta gente desbordó la capacidad de la sala? Mucha, hubo algunas avalanchas y apretujones que empañaron la jornada, y sumado al calor agobiante pusieron de mal humor a un espectáculo hermoso. No terminó mal por eso que decíamos antes: Dios estuvo de nuestro lado, pero si es cierto eso que Dios no está en los detalles de hoy (una polémica filosófica de otros tiempos que el Indio Solari la llevó a su tema “Flight 956”), no debemos dejarle todo el laburo de nuestra seguridad al Creador. ¿Controles del Estado en la puerta para evitar que suceda otro Cromañón? Ninguno. Los “patovas” cobraban la entrada por izquierda, sin que nadie les impidiera sobrecargar la capacidad de la sala.

Como en la relación de Aníbal Ibarra con Omar Chabán, el vínculo de Szpolski con el gobierno se repite con ese lema “que a los amigos no se los controla”. Es cierto que en Buenos Aires quien debe hacerlo es Mauricio Macri, pero como el ingeniero vive un petit romance o intento de hacerlo con el oficialismo, el Gobierno de la Ciudad o pasa por alto estas cosas, o reciben los inspectores alguna propina para mirar otro canal cuando ocurren estos desaguisados.

Claudio Quartero –bajista de Skay e hijo de la legendaria “negra Poli”- le contó hace años a quien esto escribe, lo rigurosos que eran Los Redondos en cuanto a organizar las fiestas ricoteras para que no se desbordara la capacidad de gente que permitían los lugares donde se presentaban. Si la habilitación municipal de un estadio permitía, por caso, un máximo de 6000 personas, ellos vendían menos entradas para que si ingresaba gente por la fuerza, no hubiera problemas con desbordes y las consecuencias que ello acarrea.

Ocho años después de la masacre de Cromañón que enlutó a todo el país, seguimos dependiendo que Dios esté de nuestro lado para evitar nuevas desgracias. El Estado ausente como siempre, y la voracidad de los hombres por unas monedas a riesgo de poner en peligro miles de vidas, recuerdan a ese sanguinario Gengis Khan del impecable tema de Skay Beilinson.