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Patricia Bullrich: luces y sombras de un liderazgo de convicciones

Aquí nos centraremos en las razones a favor y en contra de la candidatura de Patricia Bullrich.

La idea de la elección de tercios se reveló efectiva en el resultado de los PASO. Luego de aquella sentencia de Cristina Kirchner de hace algunos meses, formulamos una predicción correcta: Los tres tercios tenían nombre y eran Sergio, Patricia y Milei. No nos equivocamos.

Cuando restan 55 días para las elecciones generales tenemos varias incertidumbres y una certeza. Respecto de lo primero, no sabemos si habrá definición en primera vuelta o en ballotage, y si hubiera ballotage no sabemos quién quedaría afuera y, tampoco, quién resultaría electo presidente. Pero respecto de lo segundo no tenemos dudas: Sergio, Patricia y Milei son candidatos fuertes con hambre de poder y sed de gloria. En el barrio lo diríamos sin eufemismos: los tres “se la bancan”.

Aquí nos centraremos en las razones a favor y en contra de la candidatura de Patricia Bullrich.

Patricia Bullrich: El liderazgo del coraje y las convicciones

Una de cal

Patricia es aguerrida, decidida, terminante, segura. Su goce es dar la pelea franca. Se autopercibe corajuda. Se jacta de “tener espalda” para enfrentar a las mafias, a los narcos, a los barras bravas, a los sindicalistas corruptos. Patricia parece decirles: “Acá estoy yo y los voy a enfrentar” O como en aquella frase del barrio: “No pregunto cuándos son, sino que vayan pasando”.

Patricia también se jacta de decir que, si le toca ser presidente, nadie la va a doblegar. Nadie, le va a hacer torcer el camino de sus convicciones refrendado por la voluntad popular. “Conmigo no van a poder”, se adelanta a decirles a los “tira piedras” de siempre dispuestos a desconocer el mandato popular.

A Patricia se la ve segura, pero no temeraria. Su autoridad emana de su ser, no de una impostación. Patricia es eso que parece ser. En una época de simulación coacheada, no es poco.

Patricia encarna el liderazgo de las convicciones. En términos de Max Weber, lo de Patricia se correspondería con la ética de las convicciones. Patricia no necesita ser estridente para hacerse oír. Ni gritar para imponer autoridad. Como lo indica aquel principio del Tao Te King, la autoridad de Patricia emana y actúa sin intervenir. Su liderazgo simplemente sucede.

Ciertamente, lo de Patricia Bullrich es una ética de las convicciones. Pero con una importante salvedad: la responsabilidad también conforma el repertorio de sus convicciones. De lo cual se deprende un importante corolario: Patricia es tan firme en sus determinaciones como responsable en sus decisiones. Patricia Bullrich es una política seria. No es una caprichosa jactanciosa.

Suele decirse que las personas son la suma de sus decisiones. Y que esas decisiones se amalgaman en el ser forjando un carácter. Patricia tiene su historia de determinaciones. Y eso se nota. Patricia tiene carácter. Personalidad. Se sabe segura porque se sabe decidida. Patricia es aquella “piba” que enfrentó a Hugo Moyano en aquel episodio emblemático de los 90 y le dijo al poderoso lo que le tenía que decir. Lo que pocos se animaban a decirle en la cara.

Entre las diversas entonaciones del fracaso argentino la siguiente puede resultar una simplificación integradora: Argentina es un país enfermo de inflación y asolado de inseguridad. Patricia pretende que el Orden es la clave, la cifra, la huella perdida para curar ambos males. Acaso tenga razón.

Por eso se propone como una gran ordenadora. Alguna vez fuimos un país en serio y pujante. Entonces había Orden. Restablezcamos el orden y entonces, por añadidura, recuperaremos la Republica. Su fórmula es simple. Minimalista. Quizás verdadera.

Pero hay algo más; en esa epopeya por recuperar el orden, quizás inadvertidamente, Patricia se presenta como una Gran Madre. Puntualmente, cuando empatiza con las madres del dolor, del “paco”, de los “soldaditos niños” cooptados por la mafia narco. Patricia se dirige a las madres y las contiene en un abrazo. Promete pelear por ellas y con ellas en salvaguarda de sus hijos. El coraje de Patricia irradia Seguridad. Porque el coraje de Patricia promete también devolver esa seguridad que alguna vez tuvimos y hace tanto perdimos.

Por último, Patricia tiene una gran oportunidad para diferenciarse de Milei: el debate. En la retórica de su campaña, Patricia podría invitar a que la ciudadanía perteneciente a un electorado supuestamente afín asista a dos cosmovisiones diferentes. En una misma escena y en tiempo real. Entonces podría cotejarse dos versiones muy disímiles del cambio:

El de Patricia: Profundo. Posible. Razonable. Racional. Sensato. Serio. Coherente. Cierto. Pensado. Razonado. Adulto. Responsable. Viable. Seguro. Firme. Fuerte. Con solidez política. Enunciado con templanza. Trasmitido con serenidad, seguridad, autoridad, competencia, contundencia y certeza.

El de Milei: Peligroso. Riesgoso. Temerario. Incendiario. Irracional. Imprevisible. Fantasioso. Rimbombante. Caprichoso. Antojadizo. Arbitrario. Improvisado. Impulsivo. Adolescente. Inaplicable. Impracticable. Dudoso. Cuestionable. Endeble. Frágil. Desnudo. Con orfandad política. Más trasgresor que sustantivo. Más ruidoso que relevante. Enunciado con estridencia. Pero que deja flotando cierto sabor a riesgo, locura, exceso o desmesura.

En síntesis, Patricia podría oponer su modelo al de Milei encontrando la narrativa adecuada para trasmitir una dicotomía clásica expresada en el universo del psicoanálisis: La ley ordenadora vs. el goce trasgresor. La ley que nos protege contra los desvaríos de la perversión desenfrenada.

Cristina Kirchner, entre tantos otros perfiles, también encarnaba ese goce transgresivo. Su coqueteo con la “pasión barra brava”, “el vatayón militante”, el amadrinamiento de la asociación perversa de Hebe de Bonafini con Pablo Schoklender. Pero, aunque ciertamente lejos del goce cuasi perverso de aquella faceta de Cristina, Milei también coquetea con cierto goce de la transgresión. Con ese goce adolescente y temerario de “salir a romperlo todo”. Como si el fin último estuviera más en el acto mismo de destrozar que en lo que se va construir luego. También habita en Milei esa pasión tribunera de bullynear al rival (i.e. “esos zurdos de mierda”, “juntos por el cargo”, “la coalición cínica”, etc.)

Aunque sin llegar a aquello de “Al enemigo ni justicia” del Perón más salvaje, Milei parece legitimar que la casta puede ser verdugueada, insultada o degradada, en la medida en que pertenecería a una especie de orden submoral o pre ciudadano.

Patricia, en cambio, encarna aquello de las virtudes prusianas inherentes a la cultura alemana: la austeridad, la disciplina, la templanza, el sentido del deber, el sentido de la justicia, la rectitud.

En síntesis: si en el decurso de la campaña Patricia Bullrich encuentra la narrativa adecuada puede consolidar una importante diferencia a su favor, posicionándose en el lugar de la ley virtuosa a costa de diferenciarse de un Milei que, por juego de contrastes, quedaría desenmascarado en el lugar del libertinaje trasgresor. Es decir, en una caricatura perversa del liberalismo cabal.

Una de arena

Patricia también debe cargar con debilidades inesperadas con aire a paradoja.

Como los versos de aquella canción “Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba (…) y no encuentro la salida”.

Como en la frase célebre de Mario Benedetti que se hizo póster: “Justo cuando teníamos todas las respuestas me cambiaron todas las preguntas”.

Es que Patricia estaba tan focalizada en la disputa de cabotaje con Larreta que no pudo ver a Milei. “No contaba con Milei”, habría dicho un Chapulín chicanero. “¿Y ahora de qué me disfrazo?”, podría responderle Patricia. Porque Patricia se sentía cómoda diferenciándose de Horacio. Era fácil. Tenía todas las de ganar. Es fácil brillar contra alguien cuyo don es más del orden del hacer que el de relucir, Y, en ese juego de contrastes, Patricia era pura luz.

Pero ahora es distinto. Y no solo por aquello de los posicionamientos extremos en el virtual continuo ideológico de izquierda, centro y derecha. O de moderación versus rupturismo. El problema es acaso más grave y, quizás, trans político: Milei tiene mucho más rating que Patricia. Es más conocido. Es más colorido. ¿Cómo se le puede ganar a un rockstar en el pico de su fama?

La amarga paradoja es que en este suburbio inesperado que emergió el 13 de agosto, ahora Patricia parece Horacio y Milei, Patricia. ¿Cómo desenredar este nuevo intríngulis político?

Porque, en adelante, Patricia tiene que convencer a una sociedad decepcionada y a la vez ilusionada (pero con Milei) que el nuevo versus no es entre halcones y palomas, ni entre extremistas y posibilistas, sino entre el rupturismo serio y responsable y la transgresión incendiaria e irracional. Entre cordura y locura.

No será fácil. Aunque la incorporación casi cierta de Carlos Melconián y el conjetural apoyo explícito de Mauricio Macri, puedan ayudarla en semejante empresa.

Pero no será fácil porque algunas cartas ya están tomadas. La fortaleza de Javier Milei es abrumadora entre los jóvenes. Donde Patricia no ha logrado hacer pie. El análisis simple, pero no por eso menos certero lo expresa con claridad: los jóvenes son rebeldes y hoy la rebeldía tiene sabor a Milei.

Cabe conjeturar que la rebeldía juvenil no hace sino seguir el zeitgeist de la época. En 1968, con el mayo francés, se vistió de izquierda beligerante. Por estos lares, en aquella década supuestamente ganada (2003-13) se transformó en el “neo setentismo de los pibes para la revolución”. Y ahora, en épocas de Trumps, Bolsonaros y Gergias Melonis, la rebeldía tiene rostro y rugido de león: ¡Viva la libertad, carajo!

Como en “El Principito” y la rosa, donde el amor se alimentaba del acto de regarla, los jóvenes en las PASO ya “han regado” la boleta de Milei. Y, tal como le sucedía al Principito, donde la acción del riego consolidaba el sentimiento del amor, que — a su vez— reforzaba las nuevas acciones amatorias; quizás en esos jóvenes se asista en octubre a una especie de “voto consolidador”. Cerrando así un círculo virtuoso favorable a Milei.

Pero, ¿y los otros jóvenes? Para asombro de los analistas de la política, no parece que ninguno de los restantes candidatos le esté hablando a ese segmento. Patricia tampoco. Lo cual es una omisión inadmisible para quienes se queman las pestañas concluyendo en vaguedades exóticas al estilo de ¡“vamos a salir a pescar los votos peronistas desencantados que votaron por Alberto en 2019 y que ahora no fueron a votar, pero (…)!”. Como si fuera fácil determinar cuántos son y dónde diablos se los puede encontrar.

En cambio, los jóvenes son una categoría real. No una entelequia cuasi esotérica de gurúes de campaña. Y son segmentables. Porque, obviamente, no todos los jóvenes son iguales ni todos votaron a Milei. Y no todos piensan hacerlo. Y muchos nunca lo harían. Es que la miopía del análisis político ligero incurre en el clásico error de confundir la parte con el todo. Están tan encandilados con la mayoría (i.e. “porque los jóvenes votaron a Milei”), que se transforman en ciegos para apreciar las minorías (además, ¿cuál es el verdadero porcentaje de la mayoría de jóvenes que votó a Milei: 40%, 60%, ¿cuánto?)

Cuando cursé mi quinto año de la secundaria, allá lejos y hace tiempo, estaban los “quilomberos” (todavía me resuena su cántico tribal: “Suenan los pitos, suenan los bombos, somos de quinto y hacemos quilombo”); pero también existían los “estudiosos” (algunos bullyneados como “tragalibros” a manos de los quilombreros)

Pero no hay nada nuevo bajo el sol. Lo veo en mis clases como profesor universitario: están los estudiantes que sólo buscan zafar y pertenecer a algún clan y están los que quieren estudiar y lo hacen con disciplina y esfuerzo. Con orden. ¡Hacete cargo Patricia: no les estás hablando a directamente a muchos que podrían escucharte!

Los “zafadores” suelen ser más ruidosos y acaso los tienta el goce perverso de la transgresión y la “copiatina”. Pero los estudiosos disciplinados también existen y quizás en modo de mayoría silenciosa. Al fin y al cabo, solo desean aprender antes que trasgredir. Y curiosamente (escuchá Patricia) los estudiosos suelen reaccionar fuertemente cundo perciben que los profesores abdican de su rol y se pliegan al facilismo de los zafadores. Y, ¿sabés Patricia?, reclaman ley y sanciones para los tramposos. Es decir: orden y justicia. ¿Te suenan?

Hay un vasto mundo a conquistar más allá de lo que ya conquistó Milei. Pero hay que disponerse a hacerlo. Y, por supuesto, hay que ser capaz de verlo.

Una figura identificatoria. Léase, ¿A quién creemos que, secreta o explícitamente, quisiera parecerse Patricia Bullrich? A Angela Merkel.

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