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Ni conspiración ni traición

Las acusaciones de Cristina Fernández a su ex jefe de Gabinete y las "cartas abiertas" de éste y de Aníbal Fernández deben dar pie a un debate esclarecedor, sin apelar a posiciones descalificadoras

En una democracia bien constituida –atenida a una Constitución, con división de poderes, pluralismo político, libertad de expresión y asociación y alternancia de diferentes partidos en el gobierno– es normal que renuncie un ministro o funcionario, por decisión propia o porque se le haya pedido la renuncia.

Ello puede ocurrir por diferentes motivos: por mal desempeño del renunciante en sus funciones, por abiertas discrepancias de éste con el gobierno, por la necesidad de "oxigenar" una administración con nuevas caras o porque –lo que es casi lo mismo– en virtud de la "teoría del fusible", se descargan en un eslabón más débil las responsabilidades o errores que no asume el Poder Ejecutivo, para evitar un mayor desgaste político.

Pero hay veces que no quedan claras las razones de un alejamiento, como el de Alberto Fernández de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación, el 23 de julio de 2008. Esa renuncia sorprendió a la opinión pública, ya que se lo consideraba un hombre muy fiel a Néstor y Cristina Kirchner​ y una de sus mejores espadas políticas, como lo demostró en el manejo diario de su cartera y en interpelaciones parlamentarias de las que salió airoso.

Pero quienes conocían de cerca los vericuetos del poder sabían o intuían que –sobre todo a partir del conflicto agropecuario y la posterior derrota de los Kirchner en el Congreso, días antes de la dimisión que comentamos– se estaban produciendo en su interior movimientos que podían explotar en cualquier momento.

Alguien tenía que cargar con las responsabilidades, aunque éstas eran del Gobierno y, sobre todo, de sus principales cabezas. Claro que, como siempre ocurre después de este tipo de reveses, surge casi con naturalidad la teoría de la conspiración, es decir que había conspiradores fuera, pero también dentro del Poder Ejecutivo. Y de la teoría de la conspiración a la de la traición hay un paso muy corto, como lo ilustran innumerables ejemplos en la historia.

La acusación que la presidenta Cristina Kirchner lanza en su reciente libro biográfico contra Alberto Fernández, en el sentido de que éste era el vocero de intereses empresarios y que éstos presionaron para que ella no fuera candidata, no puede ser interpretada de otro modo que como una acusación de traición y un intento de descalificación del ex funcionario.

Éste le respondió con una carta abierta que fue eje de encendidos debates, lo que resulta positivo para la democracia. Se sumó luego una réplica de Aníbal Fernández, compañero de ruta y sucesor del ex jefe de Gabinete y protagonista clave de la última década en políticas públicas y de seguridad. Pero ni la teoría de la conspiración ni la de la traición, ni las descalificaciones personales sirven para esclarecer la verdad, para examinar los problemas reales de un país y tratar de darles respuestas adecuadas y razonables.