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Muerte digna, un debate necesario

El drama de los padres de una criatura que permanece en estado vegetativo desde su nacimiento replantea la necesidad de poner límites legales al encarnizamiento terapéutico.

Al parecer, el ser humano es dueño de su cuerpo mientras está sano. Si afronta la desdicha de contraer una enfermedad incurable, su cuerpo pasa a poder de los médicos, de los ministros de su fe y, en último caso, de ese tribunal de alzada que es el Estado. El ser enfermo es condenado a padecer el encarnizamiento terapéutico y verse impedido de acceder a una muerte digna.

Entubado, conectado a monitores, sedado en forma permanente, alimentado artificialmente a veces durante lustros y décadas, deja de pertenecer a la especie humana: es apenas algo más que un animal viviseccionado, cuyos padecimientos son neutralizados por paliativos que contienen su dolor.

Los padres de una criatura de 2 años condenada a una enfermedad irreversible que la mantiene en estado vegetativo desde su nacimiento solicitaron en estos días al Congreso de la Nación la sanción de una ley que permita la muerte digna de la pequeña. Instalaron así en la opinión pública el debate sobre un tema tan delicado como de impostergable resolución.

Pero los tiempos de activismos electoralistas, cuando la serenidad en la confrontación de ideas suele ser aleatoria, no son oportunos para un debate que exige altura en las posiciones que se asuman de cara a la sociedad. Alturas científicas en los ámbitos médico y jurídico y, tan importante como ellas, altura en el ámbito espiritual.

Un debate que debe partir necesariamente de la definición de lo que es la vida y confluir en los valores de la ética. Pero la desventura no sabe de criterios de oportunidad; por eso, las penurias se sobreponen siempre a las consideraciones temporales. Para esos progenitores, la vida vegetal de su bebé es una sucesión interminable de minutos eternos de angustia.

Así como el Estado no lo puede todo frente a la vida y la muerte, simplemente porque no es una entidad suprahumana que decida todo como verdad revelada, la fe, aun aquella que se deposita en las infinitas potestades de un Ser Supremo, inevitablemente limita con la razón.

En estos días, se ha recordado el pensamiento de un ser excepcional, poseedor de una inteligencia e integridad admirables, que dejó escrito: "Cuando a los males incurables se les añaden sufrimientos atroces, los magistrados y sacerdotes se presentan al paciente para exhortarle y tratan de hacerle ver que está ya privado de los bienes y funciones vitales y, puesto que la vida es un puro tormento, no debe dudar en aceptar la muerte, no debe dudar en liberarse a sí mismo o permitir que otros le liberen; esto es, la muerte no le apartará de las dulzuras de la vida sino del suplicio, y se realiza una obra piadosa y santa; este tipo de muerte se considera algo honorable".

El autor de este texto que resume el debate con la altura que se propone se llamaba Tomás Moro y está en los altares de la Iglesia Católica.