Morir por unos implantes dentales
La familia de Miguel Ángel Berlini busca respuestas tras su muerte durante una cirugía de implantes dentales en la Clínica Robles de Belgrano. Lo que debía ser un procedimiento simple terminó en una tragedia rodeada de silencios, contradicciones y maniobras sospechosas por parte del equipo médico y la institución.
Miguel Ángel Berlini tenía cierta inseguridad con sus dientes y hacía tiempo que venía meditando la posibilidad de someterse a algún tipo de tratamiento para verse bien al sonreír, hasta que dio con un cirujano que lo convenció de un método de implante dental. Nadie imaginó que esa cirugía iba a tener un desenlace de tragedia.
Miguel murió dentro de la Clínica Robles de Belgrano, propiedad del prestigioso cirujano plástico Marcelo Fernando Robles. El médico cirujano José Miguel Galeano alquiló ese lugar para llevar adelante la operación.
Todo empezó el miércoles a las 8 de la mañana, cuando Miguel ingresó al quirófano. Estaba previsto que la cirugía terminara a las 12 y que a las 17 recibiría el alta. Pero el hombre nunca despertó de la anestesia.
Los estudios prequirúrgicos habían dado bien y Miguel no tenía afecciones previas. A pesar de haberse informado y estar decidido a hacerse el tratamiento, ese día estaba un poco asustado.
Hay algo que me resulta llamativo: en la familia había mucha expectativa por la operación. Esa mañana lo acompañaron Alejandra Berlini, su hermana, y las dos hijas del hombre, Camila y Celeste; y esta última viajó desde Bariloche para estar junto a su papá. Mucha movilización familiar por unos implantes dentales.
Un familiar contó que: “Desde que entró al quirófano se perdió toda comunicación con el afuera”. Pasaban las horas y la situación se fue poniendo extraña. La familia, que se había quedado en la clínica esperando, veía que no había ningún tipo de comunicación por parte del equipo médico. A las 12, Alejandra empezó a preguntar por su hermano.
“La única información que hubo al pasar fue: ‘Está todo bien, pronto va a pasar a terapia para hacer un escaneo’”. A la familia le llamó mucho la atención que se mencionara el sector de terapia y la respuesta que obtuvieron fue que era porque el aparato se encontraba allí.
Las horas pasaban y la familia seguía sin novedades. “A la gente que iba y venía le preguntaron: ‘¿Cómo está Miguel? ¿Ya salió? ¿Cómo va todo?’ Y la respuesta era siempre: ‘Ya te averiguo’”.
Lo que la familia desconocía era que, puertas adentro, empleados de la Clínica Robles llamaron al SAME dos veces. La primera, para pedirles que fueran por una emergencia. La segunda, para decirles que ya no hacía falta porque Miguel había fallecido. También llamaron dos veces a la Policía: una vez para que fueran “por un paciente que se encontraba con bajos signos vitales”, otra para pedirles que no lo hicieran.
En un momento, los dos médicos salieron. “Hubo una complicación. Sufrió un paro cardiorrespiratorio”, le dijo Robles, el dueño de la clínica, a Alejandra. “¡¿Se murió?!”, preguntó ella. “Sí, falleció”, respondió, y sin decir más nada se fueron.
La familia no podía creer lo que estaba sucediendo. Menos lo que iba a venir después. Una de las propietarias de la clínica apareció en la recepción y, en lugar de contener a la familia, comenzó a increparla.
La Policía llegó al lugar y, al ver que Miguel había fallecido, se comunicó con la Fiscalía de turno.
Para peor, un empleado se acercó a los familiares y les dijo: “Chicos, no les conviene hacer una autopsia. No la pidan porque después el cuerpo se va a ver feo para el velorio”. La familia no sale de la consternación por lo descortés y sangre fría de la persona que les dijo eso. A la sorpresa por la muerte de Miguel y por cómo se dieron las cosas, se sumaba una evidente maniobra de intentar tapar algo.
La fiscalía pidió que la Unidad Criminalística peritara el lugar y que después se trasladara el cuerpo a la morgue forense. También se decidió que los médicos Galeano y Robles quedaran detenidos e imputados a priori por “homicidio culposo”. Se secuestraron sus credenciales profesionales, la historia clínica y se clausuró el lugar.
La investigación preliminar determinó que las alarmas en el quirófano de la clínica se encendieron cuando Miguel no despertaba después de la operación. Estaba con bajos signos vitales. Galeano y Robles dijeron que constataron el fallecimiento a las 16 y que le practicaron RCP durante 40 minutos.
Cualquier intervención quirúrgica, por mínima que sea, implica un riesgo. Evidentemente, aquí sucedió algo que finalmente surgirá en la autopsia. El manejo de la situación por parte de la clínica fue cuestionable y vergonzoso, pese a la consideración y prestigio del que goza la institución. La familia no encuentra consuelo y difícilmente las explicaciones legales le alcancen para comprender, pero estas cosas pasan con más frecuencia de lo que conocemos…
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