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Los papelones de la Conmebol y el deseo imposible de Riquelme: no se trata solo de fútbol

Por Luis Ángel Molinas. Dos hechos que sucedieron en la semana dan cuenta de que el deporte no es solo un juego.

Se acerca fin de año y es momento de definiciones en el mundo del deporte sudamericano. A nivel continental, la final de la Copa Libertadores, con River como protagonista; y en el plano local, con Boca que amenaza con un terremoto en lo político y con la irrupción de Juan Román Riquelme.

Pero estas cuestiones tienen algo en común: pensar que el fútbol no solo es pura pasión y que hay muchas cuestiones políticas y económicas que atraviesan los eventos deportivos.

Esta semana, la Conmebol volvió a quedar en el centro de la discordia al admitir que la final del mayor certamen de Sudamérica, entre River y Flamengo de Brasil, no iba a poder disputarse en Santiago de Chile, debido a los graves incidentes teñidos de represión que se viven desde hace ya un mes durante las multitudinarias protestas en contra del gobierno de Sebastián Piñera.

A días de tener que definir al campeón, se esperó hasta último momento para cambiar la sede, a pesar de que Chile ya había cancelado otros eventos internacionales de envergadura como la Cumbre del Clima, organizada por la ONU, que estaba prevista a realizarse en las primeras semanas de diciembre.

¿Por qué entonces el presidente Piñera y la Conmebol se rehusaban a cambiar de país? En primer lugar, un Gobierno siempre considera que los eventos deportivos son una forma de realzar su imagen frente al resto de los países, además de significar unos cuantiosos ingresos y una buena promoción al turismo. Es, sobre todo, una inversión.

Mientras tanto, por el lado de la entidad que rige al fútbol continental, no querían quedar expuestos nuevamente luego de haber llevado la final entre Boca y River del año pasado fuera del continente, a Madrid, en un hecho totalmente inédito.

Pero también querían acallar las críticas por cambiar el reglamento y hacer que se defina al campeón de la copa en un único partido, lo que priva a los hinchas de poder ver a sus equipos en sus estadios, pero para la Conmebol (copiando los modelos de los grandes torneos de Europa), significa poder vender los derechos televisivos a ese continente y a Asia, haciendo disputar el duelo un sábado a la tarde, a contramano de los calendarios de los torneos locales.

El resultado final, si se analiza con detenimiento, es aún peor: se cambió la sede a Lima y no se modificó la fecha, sin importarles la forma, el tiempo y el dinero que deben emplear los fanáticos para poder disfrutar del encuentro determinante. Algunos ya habían comprado sus entradas y reservado alojamiento en Chile.

Posdata: la capital de Perú había sido elegida en agosto de 2018 para que se juegue allí la final de la Sudamericana, pero por algunas irregularidades se la quitaron y se la dieron en mayo a Asunción de Paraguay. Ahora le piden que organice un evento de gigantesca magnitud en menos de 20 días.

Ahora pasemos al plano local: la Superliga continúa y Boca es uno de los tantos protagonistas, pero la eliminación ante River en la Libertadores caló hondo y los hinchas cantaron por un cambio en la dirigencia, a pocas semanas de que se den las elecciones.

Al clima tenso se le sumaron las palabras de Riquelme, uno de los mayores ídolos de la historia boquense, que expresó un utópico pedido: que todas las agrupaciones y listas dejen de perseguir sus intenciones políticas, que resuelvan sus diferencias, se unan en un solo movimiento y que juntos piensen solamente en hacerle bien al club, como quisiera cualquier hincha.

Algo imposible. Lo que no entendió el ex 10 de Boca, o quizás solo dijo como un deseo o una visión idílica sobre lo que debe ser y hacer un dirigente de fútbol, es que tener el control de un club grande es uno de los pasos o el trampolín necesario que consideran algunos protagonistas para poder dar el salto al escenario político nacional. Y, a veces, la simpatía por el club queda en otro plano.

Los ejemplos sobran. El actual presidente Mauricio Macri presumió de sus éxitos durante la época dorada al frente del Xeneize en sus campañas, desde que pensaba ser electo Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hasta incluso en la actualidad, en los días previos en los que buscaba ser reelegido presidente.

En River, su presidente Rodolfo D’Onofrio ya avisó que en 2021 quiere meterse en política. Y lo mismo ocurre con otros grandes del fútbol argentino. Matías Lammens, de San Lorenzo, ya tuvo su primera experiencia al perder con Horacio Rodríguez Larreta en las elecciones de Capital Federal. Su vice, Marcelo Tinelli, coqueteó con la política pero todavía no se animó. El líder de Independiente es Hugo Moyano, uno de los dirigentes obreros con mayor poder en el país y suegro de Chiqui Tapia, actual mandamás de la AFA, cuyo vínculo nació en el sindicalismo.

Así queda demostrado que el fútbol, más allá de ser el deporte más popular del mundo, es también utilizado como un buen vehículo para que los que los manejan tengan visibilidad, puedan acercarse a un público mucho más amplio y soñar con obtener algún puesto de poder dentro de los gobiernos. O incluso para poder tener mayores resultados en los negocios privados.Queda evidenciado que el fútbol no es solo un juego y que hay mucho más en disputa en los escritorios. Los que siempre terminan perdiendo son los hinchas.

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