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Los brujos de la lluvia (I)

Presumían de provocar precipitaciones a voluntad mediante técnicas secretas que se negaban a revelar. ¿Iluminados o charlatanes?

Desde tiempos inmemorables el hombre ha intentado ejercer control sobre los fenómenos de la naturaleza. Con más fracasos que éxitos, la manipulación del clima ha sido uno de los principales objetivos. El factor determinante de las lluvias, sea por una variedad de beneficios o perjuicios, siempre estuvo en la mira y los rituales mágico-religiosos fueron un clásico a los que ninguna cultura estuvo ajena a su ejercicio.

El advenimiento de nuevos descubrimientos y avances tecnológicos originó un campo fértil para los nuevos magos del clima. Con misteriosos aparatos y un discurso pseudocientífico concitaron la atención masiva con prometedoras precipitaciones donde acechaba la sequía.

Tal vez el cambio climático los condene definitivamente al ostracismo, pero nunca hay garantías. Sin ir muy lejos, hace unos años algunos medios de nuestro país nos comentaban sobre el "cazatormentas" Javier Pelourson, un remisero que desde Pergamino (Pcia. de Bs. As.) presumía gobernar el cielo y algo más.

Pelourson no era más que un fiel representante del charlatanismo en estas cuestiones que, desde ya, tienen una larga historia y con destacados pioneros que es menester recordar.

"El Farsante"

Fue el título para la versión en castellano del film norteamericano "The Rainmaker" (1956), con las magistrales actuaciones de Burt Lancaster y Katharine Hepburn. No fue casual la elección de dicho título, desde el momento que la película estaba inspirada en el legendario rainmaker (fabricante de lluvia) Charles Mallory Hatfield (1875-1958).

La fama de este norteamericano comenzó en la primera década del siglo pasado cuando, tras varios años como vendedor, decide dedicarse a una actividad más lucrativa: fabricar lluvias a voluntad.

Su probable fuente de inspiración fue "War and the Weather-The Artificial Production of Rain" [1871] (La Guerra y el Tiempo-La Producción Artificial de Lluvia), libro del ingeniero civil Edward Powers, quien estaba influenciado por las teorías que sostenían que las consecuencias de las guerras (emanaciones tóxicas y explosiones) ocasionaban lluvias.

Hatfield, ni lerdo ni perezoso, gestó sus propios productos químicos y comenzó a experimentar con un molino de viento. Una pócima secreta de 23 sustancias químicas (incluido hidrógeno y polvo de zinc) que evaporaba en enormes tanques galvanizados a cinco metros de altura, sería el generador de sus mágicas precipitaciones.

Un pícaro promotor, Fred Binney, avizoró en Hatfield la "gallina de los huevos de oro" y comenzó a publicitarlo en los periódicos como el hombre que podía solucionar los problemas de sequía. La publicidad dio sus frutos y pronto fue contratado por ganaderos de Los Ángeles que decidieron pagarle por "sólo prestarle un poco de ayuda a la naturaleza". Al cabo de dos días de instalado el misterioso instrumental se produjo la lluvia y, si bien el servicio meteorológico oficial lo había anunciado, así se originó un nuevo mito que se extendería por años.

La mejor promoción a Hatfield se la brindó el diario "Los Angeles Times" cuando -con error ortográfico de su apellido incluido- señaló en su edición del 2 de febrero de 1904: "Charles Hadfield, experto fabricante de lluvia, ha sido enviado por un número de comerciantes de South Spring Street para hacer caer falsos chubascos. Por una remuneración de 50 dólares Hadfield ha instalado sus instrumentos en la colina al pie de la montaña del distrito cerca de Pasadena y con un nuevo proceso de evaporación química promete abundante humedad en cinco días. El mago se considera a sí mismo responsable de la abundante lluvia en el condado de San Diego a fines de la primavera pasada, y dice que lo ha intentado 17 veces, registrando sólo un fracaso. Barnett & Gude, H. E. Memory, H. G. Ackley y otros anunciantes patrocinan a este comandante de la naturaleza."

La fama de Hatfield siguió creciendo aún a costa de las críticas de sus detractores. Su reputación se extendió a Texas, Idazo, Arizona, Kansas y otras áreas al oeste del río Mississippi. Mientras tanto, los medios seguían informando sobre los aparentes éxitos y fracasos del fabricante de lluvias al que nunca le faltaba trabajo. Pero algo tremendo ocurrió que cambió el curso de los acontecimientos.

La gran tragedia

Después de un recorrido exitoso por Texas, Hatfield regresó a California y, en diciembre de 1915, sus servicios fueron contratados en San Diego para romper con una feroz sequía que venía azotando a sus habitantes desde hacía mucho tiempo.

Por una cifra de 10.000 dólares Hatfield, junto a su hermano y todo su equipo, puso manos a la obra comprometiéndose a generar suficiente lluvia e, incluso, llenar el embalse Morena de la ciudad en el transcurso de todo un año.

No pasaron muchos días y el 5 de enero de 1916 comenzaron a caer las primeras gotas. Pero, el 14 de enero, se instaló una lluvia que se tornó torrencial y al cabo de pocos días era un diluvio. El caudal de agua caída, que se prolongó por muchos días, terminó provocando una inundación nunca olvidada que se cobró la vida de muchas personas, pérdida de ganado, caída de puentes y árboles, bloqueo de transportes, corte de comunicaciones y un aislamiento total de la ciudad que fue declarada en emergencia.

¿Quién se haría cargo...?

Hatfield se adjudicó el éxito pero no los excesos y pretendió cobrar sus honorarios, pero las autoridades de San Diego no accedieron a sus reclamos puesto que los daños ocasionados (estimados en u$s 3,5 millones) superaban ampliamente la cifra convenida con el mago de las lluvias. Por lo tanto, si él fue el responsable de la tragedia tendría que asumir los costos. En un fallo más bíblico que terrenal, el tribunal determinó que el gran caudal de precipitaciones fue obra de Dios y, por supuesto, quien quiera reclamar que hable con Él.


El prestigio popular del rey de los rainmakers siguió intacto y a los 82 años, plenamente convencido de la efectividad de su técnica, se llevó el secreto de su fórmula mágica a la tumba.


La historia de Hatfield no sólo fue fuente de inspiración para un film y una canción, sino también el disparador de otros timadores y, vaya "coincidencia", del calco versión local que veremos en la próxima entrega.