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Lo que realmente vale

Por Martina Gusmán* Ese edificio abandonado representa algo muy fuerte. Empezó con el rodaje de una nueva película y se fue convirtiendo, de a poco, en una experiencia muy movilizadora.

Después de haber pasado por ella puedo decir que, ahora, pienso muchas cosas de otra manera.

El Elefante Blanco simboliza una promesa. Lo que pudo haber sido y no fue. Ese proyecto pensado para levantar allí el hospital de niños más grande de América latina, que nunca se concretó y sigue abandonado mientras pasaban por nuestro país diferentes momentos de la historia y gobiernos de distinto signo político. Representa, sobre todo, la ausencia o la desidia de las instituciones que deben ocuparse de mejorar la vida de la gente.

Ese edificio balconea lo que es una ciudad dentro de la ciudad. Una Ciudad Oculta.

Su estructura es imponente. Es todo un baño de realidad y un choque social para todo el que llega por primera vez. Allí conocí gente de una entereza admirable, que lucha con fe y esperanza por una vida mejor y de la que aprendí muchísimo.

Es cierto que allí también se reflejan muchos aspectos contradictorios de la realidad. La superpoblación y la falta de oportunidades generan también violencia y, como dice muy bien el padre Julián en la película, la villa de hoy no es igual a la de ayer. Pero el amor de la gente es el mismo, no cambia.

En Estados Unidos se usa mucho el término "elefante" dentro de las familias, como ilustración de aquello que se ve, pero no se quiere mostrar. El hijo que se droga? la tía loca? Lo que está a la vista de todos, pero que al mismo tiempo estorba, entonces es mejor evitarlo.

Es muy fuerte ver una estructura fantasma tan inmensa, como es el Elefante Blanco, de aproximadamente 8 pisos, de los cuales los primeros dos están tomados por familias. Y al recorrer el lugar se ve que la construcción no siguió avanzando, pero sí se pudo avanzar en inutilizar las escaleras para evitar que el edificio se siga tomando a partir del tercer piso.

La gente que vive allí se asomó de a poco cuando filmamos la película, pero cuando nos abrieron las puertas del todo sentí que entregaban todo y que también estaban dispuestos a contar su historia y su realidad.

Cuando terminó el rodaje nos entregaron una carta de agradecimiento, realmente conmovedora, de esas que trascienden el celuloide y que te hacen agradecer tanto aprendizaje.
Recuerdo que estuvimos un día entero preparando una escena clave. Ese plano secuencia en ocho minutos recorre casi 2000 metros presentando la villa. Siempre nos movíamos en grupo, en áreas seguras y con la gente del lugar, sobre todo los primeros días en los que llegamos. Pero en un instante de confusión, entre tantas cosas que había que atender, me dejaron sola. En ese momento, un chiquito de cinco años se me acercó y me dijo que no me preocupara, que él me iba a cuidar.

Todavía pienso en eso. Un chico tan pequeño ya tiene incorporados conceptos muy fuertes. La idea de la protección, de la desprotección y del peligro.

Cuando pase todo el vértigo del estreno vamos a volver al Elefante Blanco para cumplir una promesa. Queremos llevar la película allí y proyectarla al aire libre junto al edificio para devolverle a la gente del lugar lo que nos dio. En mi caso, una revalorización de la fe, algo que trasciende la cuestión religiosa.

Pasa por creer en lo que realmente vale, en lo que realmente es justo y reflexionar sobre qué podemos hacer cada uno desde nuestras individualidades para empezar a mirar estos Elefantes Blancos.