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Lo que Máximo Kirchner y Leopoldo Moreau no logran ver de sí mismos

Una explicación psicoanalítica de las sucesivas derrotas del kirchnerismo.

Por Ernesto Tenembaum (Extraído de Infobae.com)

Hace poco tiempo, a un respetado psicoanalista argentino, le preguntaron por qué sufre la gente. "Es difícil encontrar una sola causa. Pero luego de varias décadas de trabajar con pacientes muy distintos, me atrevería a decir que una de las principales causas por las que sufren las personas son las interpretaciones únicas de la realidad", dijo.

Seguramente a un psicoanalista experimentado el siguiente ejemplo le resultará un tanto rústico, pero ayuda a entender el concepto. Una hija pelea a gritos con su padre. De ese enfrentamiento, ella refuerza su interpretación única de esa relación: mi papá no me quiere. Hay interpretaciones alternativas: el padre estaba nervioso por algo, ella hizo algo que desencadenó la crisis, el padre es un tipo de mal carácter, la relación entre ambos atraviesa una etapa difícil, y así.

Si la paciente queda fijada en una interpretación única -"mi papá no me quiere"- es probable que actúe acorde a esa percepción, hostigue o ignore a su padre y finalmente aporte mucho a que las cosas vayan de mal en peor. En cambio, si se atreve a explorar hipótesis distintas, tal vez descubra -o no- que el padre la quiere, o que la quiere un poco, o que ella podría intentar quererlo de otra manera, y el nudo comience a aflojarse.

El análisis político subestima habitualmente de las herramientas que la psicología, pese al enorme aporte que estas podrían sumar. Por ejemplo, si un presidente se ríe con una caricatura de Hemenegildo Sabat, solo habrá ocurrido eso: un momento de placer ante un hecho artístico. En cambio, si la interpreta como una amenaza de golpe de Estado, y lo hace con la fuerza de una interpretación fija, puede que insulte a Sabat ante una plaza llena, y termine en un enfrentamiento innecesario con aquellos que defienden la libertad de expresión.

Esta semana ha sido pródiga para entender el dolor que causan las interpretaciones fijas en los líderes del kirchnerismo, y también en gran parte del sector social que los rodea, que ha vivido estos dos años en una especie de torbellino emocional extremo e innecesario. Tal vez esa mirada psicológica ayude a entender también las razones del progresivo aislamiento de ese sector político y del encumbramiento de Mauricio Macri.

La interpretación única que alcanza para explicar casi toda la realidad para la dirigencia kirchnerista se puede resumir en la idea de que en la Argentina, al menos desde 2008, se desarrolla una guerra entre el bien y el mal. El segundo siempre es el que agrede, el primero siempre es el que, como mucho, atina a defenderse. El mal está representado por la dictadura militar y sus retoños: Mauricio Macri ("vos sos la Dictadura"), el multimedio Clarín (cómplice de la Dictadura) y los grupos económicos concentrados (la pata civil de la dictadura "cívico militar"). El bien, obviamente, está expresado por el kirchnerismo, el pueblo, algunos aliados.

Ese esquema conceptual -esa interpretación única- explica que una caricatura sea mucho más peligrosa que una caricatura: es un instrumento del mal y como tal se debe tratar a ella y a su autor. El ejemplo de la caricatura se repitió como nunca esta semana: detenerse en cuatro casos ayuda a entender la dinámica.

Uno. En la sesión del jueves pasado, Máximo Kirchner ensayó una curiosa solidaridad con Martín Lousteau durante la cual, al mismo tiempo, se quejó porque nadie repudiaba las agresiones que recibieron su familia y su sector político. En ese contexto, el diputado recordó cuando el año pasado fue violentada la residencia de Alicia Kirchner, su tía y gobernadora de Santa Cruz. "Estaba mi tía, mi mamá y mi pequeña sobrina -dijo-. Mi sobrinita es Vaca Narvaja y Kirchner, imagínense, dos apellidos que odia la derecha".

Dos. Leopoldo Moreau intentó solidarizarse con el cronista de TN, Julio Bazán. Como se sabe, atribuyó la brutal golpiza recibida por él, al hecho de que Bazán trabaja en el grupo Clarín. "Ese grupo, con el periodismo de guerra que ejerció, fue el que provocó este clima del cual ahora es víctima Bazán. Bazán es rehén del grupo Clarín".

Tres. Esta semana, Hernán Lechter, un concejal kirchnerista en San Martín, fue lastimado por desconocidos en su casa, frente a su hijo. Menos de 24 horas después, decenas de economistas vinculados al kirchnerismo concluyeron: "Sabemos que se trata de un hecho inscripto en la saga de represión, abuso y violencia institucional vigentes en la Argentina... Las víctimas de la violencia de Macri ya se cuentan por cientos....Los autores intelectuales de esta andanada represiva, siguen tras bambalinas; todavía reclamamos que el Poder Judicial tenga el coraje de juzgar su participación en el genocidio iniciado en 1976".

Cuatro. Pasado el mediodía del lunes, y hasta aproximadamente las cuatro y media de la tarde, mientras la Cámara de Diputados intentaba arrancar una sesión clave, cientos de personas agredían a la policía con una lluvia impresionantes de piedras, cascotes y bulones. La Policía aguantaba sin responder. En ese contexto, decenas de diputados kirchneristas repudiaban la represión del gobierno de Macri, que no estaba sucediendo.

Es notable cómo, en cada uno de estos casos, se aplica la teoría de las interpretaciones únicas.

Cuando Máximo Kirchner cuenta la historia de aquella noche en Río Gallegos, omite que quienes manifestaron frente a la casa de su tía fueron trabajadores del Estado que no cobraban salarios y jubilaciones. Esos trabajadores no tenían absolutamente ninguna relación con la derecha oligárquica que presuntamente odia a los apellidos de su pequeña sobrina.

Esa noche, además, varios trabajadores fueron heridos con balas de goma por parte de la policía provincial. Si alguien agrega estos datos, el discurso del diputado pierde el sentido.

Por eso, el sentido hay que buscarlo en otro lado: esa manifestación fue un instrumento del mal -la represión, la derecha que odia, la Dictadura. No importa lo que haya ocurrido, todo termina siempre allí.

Julio Bazán fue agredido violentamente el lunes por la tarde. La imagen de los hechos indica quién es la víctima y quienes los victimarios. Sin embargo, Leopoldo Moreau vio lo contrario: que los victimarios actúan así por el clima de odio generado por el grupo Clarín, y que Bazán tiene responsabilidad por trabajar en ese lugar. Los supuestos victimarios en realidad eran víctimas de la agresión del "periodismo de guerra". Cuando encuentran a uno de sus símbolos, intentan matarlo. No lo agreden, como parece: en realidad, se están defendiendo. Bazán es, en realidad, el agresor por ser instrumento de Clarín, o sea, de Macri, o sea de la Dictadura.

El concejal y economista Hernán Lechter fue agredido brutalmente en su casa. Nadie sabe aún quienes fueron los agresores. El mismo ha dicho que lo ignora. Sin embargo, un grupo nutrido de sus colegas vincula la golpiza a los ideólogos de la dictadura militar y lo inscribe dentro de las cientos de víctimas de Macri. Lo razonable era exigir a las autoridades que el hecho no quedara impune. ¿Cómo llegan hasta la dictadura militar?

Los diputados que el lunes reivindicaron la agresión que sufrió el Parlamento, argumentan del mismo modo. Violencia es mentir, es aprobar leyes impopulares, informar mal, violencia es Macri, que es la Dictadura. Por lo tanto, solo existe una violencia grave: la que ejerce la policía de Macri, aun cuando se produzca dos horas y medias después de soportar una lluvia de pedradas. Hay una violencia defensiva -la del bien- y otra esencial, constitutiva, original -la del mal.

Existen, claro, interpretaciones alternativas. Tal vez, aquella noche, en Río Gallegos, lo único que ocurrió fue un episodio ríspido de un conflicto gremial clásico. Tal vez en el conflicto del kirchnerismo con Clarín haya responsabilidades compartidas y agresiones simbólicas de todos los actores. Tal vez Julio Bazán haya sido golpeado porque durante años desde la conducción del kirchnerismo y la televisión oficialista se lo marcó, a él y a tantos otros, como instrumentos del Mal, de Macri, de la Dictadura. Tal vez, Leopoldo Moreau podría entender que el bien y el mal no se dividen de manera tan categórica, sobre todo si mira sin autocomplacencia su propia historia: operador del Punto Final, de la obediencia debida y del pacto de Olivos que garantizó la reelección del indultador Carlos Menem.

Tal vez el concejal de San Martín haya sido golpeado por gente que no tenía relación con la Dictadura. Tal vez el lunes se produjo un hecho de violencia política inédito en la últimas décadas en el país, sin el cual no se explica lo que hizo después la Policía. Tal vez si se entiende esto, se podrá percibir la perplejidad ante el hecho de que algunas denuncias se dirijan únicamente contra Macri y la Policía. Tal vez, Macri no haya ordenado la desaparición de Santiago Maldonado. Tal vez, la caracterización de Macri como un dictador, y las conductas consecuentes, contribuya al clima de tensión que marca a la política argentina.

Tal vez, finalmente, Macri sea un presidente de centro derecha, que llegó al poder por vía democrática y, para reemplazarlo, la perseverancia, la disuasión, la creatividad deberán reemplazar a las interpretaciones únicas, la melancolía, las consignas mediocres y los atajos absurdos.

La interpretación única siempre es reduccionista, poco flexible e impide el pensamiento, que justamente consiste en analizar los hechos y contemplar distintas alternativas. Si se reacciona siempre, de la misma manera, con el mismo recurso, ante desafíos diversos, la capacidad de acción de quien padece este problema queda muy limitada y, mucho más, si en el otro rincón hay gente que posee una capacidad aguda para comprender el contexto. Esa asimetría provoca derrotas, que curiosamente, profundizan la trampa: el derrotado se enoja más y se aferra a la interpretación única como a una tabla de salvación.

A cierta altura, solo queda una interpretación. Desarmarla implica enfrentarse a años de autoengaño. Quien no la defiende, pasa a ser sospechoso. Por eso, en el kirchnerismo no queda casi nadie que no participe de este esquema tan limitado: los disidentes son excluidos. Quedan Moreau, Mendoza, Larroque, Máximo y pocos más. Cada vez menos, cada vez más extremos.

Si esas interpretaciones provocan un progresivo aislamiento, tal vez su funcionalidad haya que buscarla en el rédito psicológico que le aportan al individuo que repite, una y otra vez, la misma reacción.

En "El Juego del ángel", la novela del catalán Carlos Ruiz Zafón, uno de los personajes intenta fundar una nueva religión. Y argumenta: "La mayoría de nosotros, nos demos cuenta o no, nos definimos por oposición a algo o a alguien más que a favor de algo o alguien. Nada aviva la fe y el celo del dogma como un buen antagonista. Una de las funciones de nuestro villano debe ser permitirnos adoptar el papel de víctimas y reclamar nuestra superioridad moral. Proyectaremos en él todo lo que somos incapaces de reconocer en nosotros mismos y demonizamos de acuerdo con nuestros intereses particulares. Cuando nos sentimos víctimas, todas nuestras acciones y creencias quedan legitimadas, por cuestionables que sean. Nuestros oponentes, o simplemente nuestros vecinos, dejan de estar a nuestro nivel y se convierten en enemigos. Dejamos de ser agresores para convertirnos en defensores. La envidia, la codicia o el resentimiento que nos mueven quedan santificados, porque nos decimos que actuamos en defensa propia. El mal, la amenaza, siempre está en el otro".