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Libia y su gran desafío

Tras el desmoronamiento del régimen de Muamar Kadhafi, que duró 42 años, Libia necesita más que nunca la ayuda internacional. Debe construir una nueva sociedad, más libre y más justa.

Aún es incierta la situación política en Libia. Sin embargo, está claro que las fuerzas rebeldes –con apoyo militar y logístico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan)– ya controlan la ciudad capital, Trípoli, y el enclave del dictador Muamar Kadhafi, quien todavía no ha podido ser localizado en esa nación del norte de África. Las fuerzas rebeldes recibieron, además, muestras de apoyo de la sociedad civil.

Es evidente, asimismo, que después de más de seis meses de una sangrienta guerra civil, el régimen de Kadhafi –que se mantuvo en el poder durante 42 años– llega a su fin. La humanidad no tiene nada que celebrar después de tanta sangre derramada, después de los tremendos sufrimientos, vejaciones y represión impuestos al pueblo. Sí tiene que celebrar, en cambio, que los libios puedan acceder a la libertad y la democracia, aunque sea en forma gradual y ayudados por la comunidad internacional.

No será un camino fácil, ya que Libia nunca fue una república ni tuvo un Parlamento elegido por la ciudadanía, ni pluralidad de partidos ni libertad de expresión y asociación.

Pese al difícil camino que le resta por transitar, Libia tiene ante sí una oportunidad histórica. Y si bien los países occidentales ayudaron a los rebeldes, el compromiso es mayor ahora, en momentos en que es necesaria la construcción de un nuevo orden. Y el apoyo no debe estar condicionado a intereses económicos que sin duda estuvieron presentes en este conflicto, como antes lo estuvieron en el respaldo al régimen.

No va a ser fácil, porque los problemas que sufre y sufrirá esa nación no se solucionarán de la noche a la mañana. Es factible, incluso, que las condiciones económicas empeoren en el corto plazo en relación con el actual estatus.

Uno de los problemas es que se sabe quién perdió esta guerra: Muamar Kadhafi, su régimen de terror y sus aliados políticos. Pero no se sabe bien quién ganó, si se tiene en cuenta la extrema fragmentación de las fuerzas rebeldes.

También es difícil la situación para los jefes de Estado occidentales que esperaban un rápido desenlace de la crisis, como ocurrió en Egipto y Túnez, pero se encontraron con una guerra prolongada y un futuro muy incierto.

No obstante, hay elementos que deben ser valorados: las recientes "revoluciones árabes" han demostrado que ni el Islam ni la religión musulmana están directamente asociados al terrorismo o a la violencia indiscriminada. Lo que se está viendo es un espectáculo muy diferente: el de pueblos que quieren más democracia, más libertad, más educación y un mejor nivel de vida.

También debería tener lugar una autocrítica por parte de los gobiernos –incluidas varias administraciones de la Argentina– que dieron sostén político y económico a Kadhafi en el concierto de naciones libres y democráticas del mundo.