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La Selección volvió a fallar, como desde hace 18 años

*Por Gonzalo Bonadeo. Argentina perdió por penales contra Uruguay y no pudo cortar la racha. De los cuatro partidos, sólo ganó el más fácil.

Hay partidos que se ganan, más allá del resultado. Y hay partidos que, como el de anoche ante Uruguay, se pierden más allá del resultado. Pese a la tendencia que Batista manifestó en la mayoría de los partidos que dirigió al seleccionado mayor de poner en la cancha a cuatro defensores y a tres hombres con características naturales de volantes centrales, la positiva actuación que se consiguió ante Costa Rica con una formación sustancialmente más ambiciosa que la habitual, ayudaba a soñar con una noche reivindicatoria ante los muchachos de Tabárez. Y fue así, pero solo durante un ratito.

Paradógicamente, la eficacia de la apuesta solo se hizo realidad durante el rato que fue desde el primer gol uruguayo hasta la muy tardía expulsión de Diego Pérez. A propósito, y como aislado paréntesis en el desarrollo de la idea: el volante uruguayo no debió haberse ido de la cancha a los tres minutos de juego, cuando la descalificadora plancha que le puso a Mascherano solo mereció la amonestación.

Bastó que la Argentina quedara en ventaja numérica para que el partido se terminara jugando irreversiblemente como le convenía a los visitantes. Y no me refiero solo a los roces o a las asperezas, si no al ritmo y hasta a la distribución geográfica de las intenciones. En este concepto reside la idea de que la Argentina perdió en Santa Fe, mucho más allá del resultado final y mucho antes de la angustiante definición por penales.

No faltará quien diga que a la Argentina la desequilibra armar un esquema con cinco jugadores cuya esencia es la creación y el ataque. En un fútbol tan amarrete como el que a veces nos toca soportar, cuatro defensores en línea y un volante con tantas bondades en la marca como Mascherano deberían ser más que suficientes para neutralizar un ataque como el uruguayo.

Con lo que uno no cuenta es con la ineficacia que exhibió la gran mayoría de los defensores argentinos. Suárez fue un coloso influyente sin siquiera necesitar patear al arco, Forlán hizo que cada tiro libre se sufriese como un penal, Lugano, Cáceres y Scotti ganaron de arriba como si tuviesen el tamaño de Shaquille O’Neal, y si Pereira o Alvaro González no desequilibraron fue, simplemente, porque estuvieron en la cancha con otras prioridades.

La Argentina solo podrá disfrutar de las maravillas de que dispone de media cancha hacia adelante cuando consiga reformular su defensa. Evidentemente no se trata solo del sistema si no, sobre todo, de los nombres. Mascherano se fue antes. Y si Milito y Burdisso llegaron hasta el final fue por la extrema tolerancia del árbitro paraguayo.

Es muy probable que a ninguno de ustedes les importe demasiado esta conclusión a la que sufridamente creo haber llegado cuando todavía tenemos en carne viva lo vivido anoche.

Supongo que, en el fondo, a mi tampoco me importa demasiado. Pero como hay vida y sueños futboleros mucho más allá de esta peculiar Copa América, no quiero dejar de pensar en lo que nos puede tocar cuando se vengan las Eliminatorias. Simplemente, porque después de lo visto en Santa Fe siento que seguimos sin avanzar en el aprovechamiento integral de los mejores recursos que tiene nuestro fútbol.

Es verdad que se enfrentó a un rival que a partir de la enorme epopeya sudafricana se potenció, creció la esencia de su espíritu y la calidad de su concentración para superar contratiempos. Y que anoche convirtió a Muslera en un arquero acorde con la estirpe de los más recordados.

Pero también es verdad que ese equipo, semifinalista en el último Mundial, aceptó someter cualquier ambición a la necesidad de neutralizar al rival. Y durante un larguísimo rato, con menos recursos y con mucha menos pretensión, le metió demasiado miedo a una selección que no tuvo la menor idea de cómo defender ni las difíciles ni las fáciles.

Las imágenes del tramo final del suplementario dejaron la sensación de que la Argentina terminó siendo superior. No por nada el hombre decisivo del partido estuvo cuidando el arco uruguayo. Pero no puedo quedarme solo con esa sensación. Ni siquiera con la paradoja de que se terminó jugando mejor once contra once o diez contra diez que con diferencia numérica. En el balance del partido y el de la Copa América misma, siento que retrocedimos.

Si nos detenemos en la jerarquía del rival de anoche, habrá que convenir que la Argentina, con su inoperancia inicial del torneo –y con la improcedencia de las formaciones iniciales ante Bolivia y Colombia–, se "compró" el regalito de disputar el clásico rioplatense demasiado temprano. Después surgirán atenuantes, como que no se fue inferior durante 120 minutos o que solo se perdió en los penales.

Las que vienen serán horas en las que habrá referencias al fracaso de la derrota prematura. Personalmente, creo que hubo un solo y auténtico fracaso: no parecerse a lo que puede y debe ser un seleccionado argentino.

Francamente, no me alcanza. Creo fervientemente en la calidad de muchos futbolistas argentinos. Varios de los que estuvieron en este plantel. Varios que no lo estuvieron y deberán ser tenidos en cuenta. Especialmente en lo que se refiere a la elaboración de una defensa con calidad y con futuro. También en lo que se refiere a la proyección del juego por los laterales. Esta visto que hoy, con la experiencia por si sola, no basta.

La variable final, y seguramente la más valiosa pensando en quien tiene que tomar estas decisiones, es la del técnico. Un técnico del cual se estará hablando mucho durante los próximos días.