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La rabia presidencial

Que el "modelo" reivindicado por el gobierno y sus partidarios está en problemas ya no admite discusión.

El jueves pasado la mismísima presidenta Cristina Fernández de Kirchner se encargó de subrayar esta realidad deprimente con palabras que, de haberlas pronunciado algunas semanas antes un "neoliberal" u "ortodoxo", hubiera repudiado con su vehemencia habitual.

En un acto que se celebró en la Casa Rosada para repartir certificados del Programa del Bicentenario en que se entregan créditos subsidiados a empresas seleccionadas, Cristina habló de la necesidad urgente de "apuntalar las inversiones", reconoció que se viene un "momento muy difícil", confesó tener "rabia por las cosas que escucha", sobre todo por reclamos sindicales que en su opinión son "insensatos", cuando no "alocados", se quejó nuevamente de la conducta del resto del mundo que "se nos cayó encima" y exhortó una vez más a los empresarios y a los trabajadores a "ponerle el hombro al país", acusándolos de tal modo de privilegiar sus propias prioridades por encima de las de la comunidad nacional.

Asimismo, Cristina parece creer que los obreros argentinos viven mejor que sus equivalentes europeos, pasando por alto el hecho de que en muchos casos sus ingresos son inferiores a los percibidos por los desocupados del Viejo Continente.

Así y todo, la exasperación que siente la presidenta, la que nunca ha pretendido ser una economista y por lo tanto en dicho ámbito depende, como casi todos sus homólogos extranjeros, de sus asesores, puede entenderse. El "relato" que está protagonizando no incluye una etapa de estrechez como la que ya ha comenzado y que, tal y como están las cosas, podría prolongarse por mucho tiempo. Antes bien, se basa en el presupuesto de que el país, liberado por fin merced a la valentía de su marido de las cadenas que le habían impuesto el Fondo Monetario Internacional y la ortodoxia liberal, continuará prosperando por mucho tiempo más, para desconcierto de políticos de otras latitudes que según parece siguen tomando en serio lo que dicen los "neoliberales".

Es que Cristina no se ve respaldada por un equipo de economistas capaces sino por un conjunto de aficionados e ideólogos "militantes" escogidos por su presunta lealtad hacia su persona y que, por esta misma razón, no le habían advertido a tiempo de los peligros planteados por el voluntarismo excesivo. Según parece, sus colaboradores más influyentes, personas como Guillermo Moreno, Mercedes Marcó del Pont y Axel Kicillof, la habían convencido de que no le convendría procurar reconciliarse con los mercados financieros internacionales a fin de atraer más inversiones, hacer un esfuerzo genuino por frenar la inflación o preocuparse por algo tan reaccionario como el clima de negocios. En los buenos tiempos la escasa idoneidad de quienes conforman el liderazgo económico puede considerarse un detalle menor, pero en los malos resultará decisiva.

Aunque Cristina nunca se propuso enfriar la economía por tratarse de un expediente que a su juicio es propio de "neoliberales" desalmados, las medidas excéntricas ensayadas por Moreno y los intentos desesperados por contrarrestar la fuga de divisas han tenido tal efecto, de ahí el riesgo de un aterrizaje forzoso no sólo de la industria sino también de otros sectores. Los esfuerzos por cerrar la economía para que no entren importaciones y no salgan dólares se deben al déficit energético que está asumiendo proporciones gigantescas y que, huelga decirlo, es la consecuencia lógica de la estrategia voluntarista adoptada hace casi nueve años por el entonces presidente Néstor Kirchner, realidad ésta que, por supuesto, Cristina prefiere pasar por alto. Sea como fuere, para minimizar el impacto negativo de la desaceleración que está en marcha, el gobierno tendría que operar con mucha habilidad, pero sucede que quienes manejan la economía nacional distan de ser las personas más indicadas para llevar a cabo un programa de "sintonía fina".

Por el contrario, con Moreno a la cabeza, se han acostumbrado a tomar medidas imaginativas –los opositores las califican de "manotazos de ahogado"– con el propósito de impresionar a los agentes económicos con su contundencia, pero por desgracia sólo sirven para agravar una situación que ya está muy complicada.