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La pedofilia es un tema de todos

Por Milagros Senders. ¿Cómo combatimos el abuso infantil? ¿Podemos prevenirlo?

La pedofilia es una perversión que aparece en todos los sectores y estratos sociales. Hay que empezar a entender qué se puede hacer realmente y cómo se debe proceder. Curas, médicos, padrastros, tíos, abuelos, padres, hermanos, primos, maestros, profesores, entrenadores… ¿a quién le confiamos el cuidado de nuestros hijos?

Esta semana el pediatra del Garrahan Ricardo Russo quedó detenido. Responsable de la tenencia, producción y distribución de imágenes de abusos sexuales de menores, fue condenado a 10 años de prisión y quedó inhabilitado de manera perpetua para ejercer la medicina. Este tipo de casos nos generan emociones contradictorias, por un lado se aplaude la pronta definición judicial (aunque la pena parezca muy baja) y por otro, nos hace pensar sobre el andar de nuestros niños.

Los niños conforman el sector más vulnerable de la sociedad, porque están siempre a cargo de un adulto. Y este no es un tema únicamente familiar, sino social y político. Los niños deben ser cuidados y protegidos; deben contar con contención, educación y salud; deben tener sus necesidades básicas cubiertas: alimentación, vestimenta, techo y recreación (entre otras). Pero ellos no pueden hacer valer sus derechos, no hacer paros ni marchas, no pueden votar. Entonces, muchas veces, quedan desamparados.

El caso de Russo da cuenta de una situación que nos toca como sociedad en muchos niveles: un médico pediatra que trabajaba en el hospital Garrahan abusaba de niños y niñas que entraban a su consultorio. Pedía quedarse a solas con los pacientes, solicitando cierta privacidad a los adultos acompañantes y registraba a los menores desnudos en imágenes que luego distribuiría vía Internet. A este médico se le encontraron 1000 archivos comprometedores y otros 4000 que había borrado, pero que los investigadores lograron rescatar.

En principio, el culpable es un profesional de un área cercana a los niños, el pediatra llevaba a cabo su tarea en uno de los hospitales públicos más reconocidos del país. Se sabe que quienes acuden a este tipo de hospitales muchas veces son personas de bajos recursos, sin otras opciones. Quienes quizás viven muy lejos y sin embargo llegan a las cuatro o cinco de la mañana para poder ser atendidos. Son personas que por su situación de vulnerabilidad no cuentan con las herramientas para poder oponerse a un profesional. Son personas que quizás toman el servicio de salud como un favor, cuando es un derecho. Son personas que están constantemente vapuleadas por el sistema en todos sus órdenes. Entonces, la responsabilidad ya no queda en una persona, sino en un contexto que nos toca a todos.

Hablamos de niños y niñas de 7, 8, 9 años. Hablamos de bebés. Es complicado poder entender estos mecanismos. Pero vamos a tener que esforzarnos si queremos hacer algo eficaz al respecto. Niñas embarazadas de sus propios padres, niños abusados por un docente, curas con cargos por violación, padrastros que se aprovechan de adolescentes… son titulares que nos resuenan.

Para poder entender un poco más (aunque parezca imposible), la lic. en psicología Valeria Benatar nos brindó algunas respuestas e informaciones que nos permiten ahondar en esta temática tan dolorosa como presente.

“La pedofilia es un modo de perversión. Hay un goce con personas que no consienten el acto sexual, en la pedofilia es la excitación con niños. La conducta del perverso se manifiesta desde la infancia y lo hace en todos los ámbitos de su vida, desde el ámbito familiar hasta el laboral”. De esta definición aportada por la profesional, entendemos que se trata de una patología del sujeto que este no puede regular o controlar por sí mismo, sino que requiere de un tratamiento psicológico y psiquiátrico para contenerla.

Si bien, “hay rasgos comunes en los perversos como la agresividad y el egoísmo, o ciertas actitudes impulsivas que denotan desobediencia y rebelión”; no podemos asignarle una característica de personalidad que nos permita detectarlos. No se trata de personas siempre carismáticas, o siempre antipáticas; ni generosas, ni miserables; ni serias, ni graciosas… el pedófilo puede tener cualquier cara, talla y expresión. No podemos establecer una regla.

“Los perversos deberían comenzar un tratamiento psicológico acompañado (sí o sí) de un tratamiento farmacológico con la correspondiente orientación profesional psiquiátrica”, remarca la licenciada. “Su goce está por encima de cualquier cosa. El psicoanálisis recurrió a la literatura para ejemplificar al perverso con el Marqués de Sade: una figura en la que hay una obligación de goce propia y procura que nadie lo limite a gozar, esa es su lógica en la vida.” Estamos frente a una persona cuyo fin es su propio goce sin importar los medios, en este caso, los niños. Aclaración importante: que tengan esta estructura psíquica definida por el psicoanálisis, de la cual no pueden salir y a la cual no pueden modificar; no los exime de la responsabilidad sobre sus actos, ya que ocultan y desmienten sus acciones, porque saben que están accionando por fuera de lo permitido social y legalmente.

Se siente mucha impotencia al ver que carecemos casi de herramientas para poder detectar a un pedófilo. Valeria aconseja, “como adultos debemos mantener un delicado equilibrio entre el estado de alerta para ver señales que los niños nos dan, pero sin entrar en una psicosis colectiva y sobreprotección. Los extremos nunca son saludables.”

Nuestro foco debe estar en los niños, la profesional sostiene que, “la prevención estaría dada en poder leer a tiempo las señales que los niños nos brindan cuando una situación de abuso se ha presentado y a la vez, en educar a nuestros niños para que puedan pedir ayuda y romper con los pactos perversos que establecen estos personajes con el menor. Entiendo que la educación sexual integral (ESI) es fundamental para que el niño genere herramientas que posibiliten enfrentar estas situaciones de abuso”.

En una sociedad donde las madres y los padres corren a diario para cumplir con sus tareas profesionales,  laborales y recreativas; en la cual el tiempo en familia es cada vez menor y más disperso; en la que se le exige a los niños cierta autonomía e independencia desde edades cada vez más tempranas; en la que se intenta “resolver” rápidamente… es difícil que nuestros niños estén contenidos y protegidos. El abuso infantil sucede en el mientras tanto.

Como sociedad: exijamos educación preventiva; auditorías constantes y exigentes sobre instituciones y profesionales a cargo de niños; y justicia rápida y efectiva.

Hablemos con los niños; escuchemos sus opiniones sobre los lugares, sobre las personas que frecuentan, sobre las actividades que realizan; brindémosles espacio y tiempo (no tanto celular y tele) para interactuar y generar confianza; mirémoslos con atención y observemos sus conductas; pongámonos en su lugar al elegir con quién o dónde dejarlos; acompañémoslos a las clases, conversemos con los docentes, conozcamos a los adultos que están en su entorno. Estemos presentes. Seamos responsables. Y sepamos que el niño nunca tiene culpa ni responsabilidad. La responsabilidad siempre es del adulto.

 

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