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La palabra empeñada

*Por Jorge Elías. Desde que el grupo radicalizado Hamas se hizo cargo de la Franja de Gaza, en 2006, la otra porción de Palestina, enclavada en Ramallah, insiste en la única solución convincente para el conflicto de Medio Oriente: la demorada creación de su propio Estado.

Eso no significa cosechar sólo reconocimientos, como el anunciado ayer por el canciller Héctor Timerman cual confirmación de la palabra empeñada por Cristina Kirchner frente al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, y en sintonía con el anuncio del viernes del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, sino, también, lograr que la comunidad internacional acepte la potestad de ese Estado en la Ribera Occidental (Cisjordania), la Franja de Gaza y Jerusalén oriental.

Existe un problema: medio millón de israelíes vive en esas áreas. Existe otro problema: así como Abbas pide el reconocimiento del Estado palestino en ciernes, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha condicionado esa posibilidad a la aceptación de su país como "el Estado de los judíos", de modo de equiparar "un Estado nacional judío" con "un Estado nacional palestino".

Es la premisa de Israel para enhebrar un principio de acuerdo. Abbas se rehúsa a aceptarlo. Lo animan ahora, en su proyección internacional, el estancamiento del proceso de paz, la falta de una hoja de ruta confiable, el aislamiento de Israel, su fragmentación política y la popularidad que ha ganado en el mundo la causa palestina, no así Hamas ni su padrino, Mahmoud Ahmadinejad, presidente de Irán, temerario con eso de "borrar del mapa" a Israel.

Yasser Arafat pudo haber concretado la creación del Estado palestino antes de verse cercado por Israel, los Estados Unidos, la vejez y la muerte. Hasta tenía fecha: el 4 de mayo de 1999. Perdió la oportunidad. La remozada estrategia de Abbas, alentada sin exclamaciones por Barack Obama y apoyada sin disimulo por un presidente a plazo fijo como Lula que se ha ofrecido a mediar al estilo del británico Tony Blair en Medio Oriente, consiste en apelar a las Naciones Unidas, el Tribunal Internacional de Justicia y los firmantes de la Convención Internacional de Ginebra para protestar contra la expansión de Israel por medio de la construcción de asentamientos.

Si se fijara un límite con las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días, de 1967, admitidas por la mayoría de los gobiernos que reconocen al Estado palestino en ciernes, Israel se vería en la obligación de replegarse.

En las negociaciones, Israel apela a los acuerdos de Oslo, de 1993, para mantener algunos asentamientos y negociar la demarcación de las fronteras. La presión recae sobre Obama, cual árbitro entre unos y otros, como sus antecesores, aunque a diferencia del último Bush, el requisito para ambos deba ser coherente con el discurso que pronunció en El Cairo y que lo llevó a ganar el Premio Nobel de la Paz: que superen antagonismos y repelan extremismos.

Como en la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, Brasil dio el primer paso y, poco después, la Argentina obró en consecuencia. En este caso, el interés del presidente Lula da Silva de apresurarse en el anuncio pudo tener que ver con su propio futuro: el presidente de Siria, Bashar Al-Assad, vio con buenos ojos su disposición a ser componedor en una región en la cual sólo abundan las oportunidades perdidas.