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La Justicia llegó tarde

Diego Fernández Lima era un chico de 16 años que salió de su casa la tarde del 26 de julio de 1984, en Villa Urquiza, y nunca más se supo de él. Le dijo a su mamá que se iba a la casa de un compañero de colegio y no hubo más noticias. Su familia lo buscó por todos lados, y nada. Todavía lo espera.

Diego desapareció el 26 de julio de 1984. Sus restos aparecieron en mayo de este año, 41 años después.
Diego desapareció el 26 de julio de 1984. Sus restos aparecieron en mayo de este año, 41 años después.


Unos trabajos de refacción en la medianera de una casa pusieron al descubierto los restos óseos, que después se comprobó de quien eran. El hallazgo tomó relevancia, porque en la finca lindera vivió un par de años el extraordinario autor, compositor e intérprete Gustavo Cerati. 

Tras el hallazgo casual de los huesos de la casona ubicada en Coghlan,  se cree que murió ese mismo día: lo acuchillaron a la altura de la cuarta costilla derecha y lo enterraron con todas sus pertenencias en el jardín, cerca de la pileta en una fosa de apenas 60 centímetros de profundidad. La casa del crimen está ubicada en la avenida Congreso 3742, es un impresionante chalet de dos plantas con un fondo grande.

La propiedad pertenece a una familia de apellido Graf, y es la misma familia de cuando se cometió el crimen. Si bien el patriarca murió hace años, su esposa, de unos 90 años, aún vive allí. Su hija, una mujer de 60 años, vive en el Sur pero su hijo, de 56, se habría vuelto a mudar con ella, y es el principal sospechoso. 

Aun no se llamó a declarar a nadie de la casa (ni como testigos ni como imputados), pero se espera que esto ocurra en los próximos días. Por lo pronto, los moradores sospechosos no presentaron abogado todavía. La paqueta y tradicional familia que habita la casa, los Graf, el personaje de mayor interés parece ser Cristian de 56 años, porque es que era compañero de colegio de Diego y  le decían "El Gaita"- y  a Graf  le decían "Jirafa", iban al ENET 36 y eran grandes amigos. Además, Diego tenía una moto que amaba -que su mamá todavía  conserva- y justo el menor de los Graf arreglaba motos.

Un amigo lo vio por última vez desde el colectivo en Naón y Monroe, a dos cuadras de la casa donde años después aparecieron sus restos.

Todas las sospechas caen sobre el clan Graf y las dudas son muchas. ¿Quién puede enterrar algo en una casa sin que los moradores se den cuenta?  O sea, que la sospecha de los investigadores es que la familia colaboró con el crimen del joven, ayudando o encubriendo. 
 
Pero, el paso del tiempo hizo su silencioso trabajo y las posibilidades de llegar a una condena penal son nulas, porque del crimen de Diego pasaron 41 años, muchos más de los fijados como plazo máximo para la prescripción. En principio, solo un juicio por la verdad o una demanda civil tienen más chances de prosperar.

El malogrado Diego jugaba al fútbol en Excursionistas, en el Bajo Belgrano. Le llamaban "El Gaita" y entrenaba todos los días, menos los jueves. Iba a la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N° 36 y llevaba su uniforme cuando desapareció. Sus padres conservaron su habitación intacta esperando su regreso, tenía dos hermanos, un varón y una mujer, que ahora se encargaron de darle la noticia a su mamá, Irma, de 87 años. Su papá, "Tito", murió en 1991, a los 58 años, atropellado por un auto cuando conducía su bicicleta mientras buscaba a su hijo. 

cristian graf

Un sobrino, con buen olfato, empezó a atar los extremos luego de ver la noticia sobre el hallazgo de un cuerpo. Los datos del NN que se iban conociendo -edad, vestimenta, sexo contextura- lo fueron convenciendo que tal vez se trataba de su tío Diego. Y no se equivocó.

La difusión masiva del caso, por la presencia de Cerati en el medio, terminó llevando a su identificación, gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
 
Este caso de Diego es una muestra de que quien busca, encuentra. La  familia Graf, seguramente escape de una segura condena penal, pero lo que no podrá sortear es la condena social y de seguro alguna condena civil que deberá indemnizar la pena y angustia que padece la familia del joven asesinado. A los dueños de casa aunque tarde les llegó la hora de contar que paso con “el gaita”.

De todos modos, estoy convencido que no sería de extrañar, que la familia dueña de casa, tenga más muertos en el placard…

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