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La epopeya contra el hambre y la razón del Estado

Por Federico González. El presidente electo Alberto Fernández adelantó una decisión trascendente para afrontar el peor flagelo que aqueja a los argentinos.

El Presidente electo Alberto Fernández anunció ayer la formación del “Consejo Federal Argentina Contra el Hambre”, al que calificó como epopeya de los argentinos.

Mientras que parte importante del análisis político insiste en elucubrar eventuales medidas económicas de la administración entrante, para concluir que los problemas no podrán resolverse; el presidente electo Alberto Fernández adelantó una decisión trascendente para afrontar el peor flagelo que aqueja a los argentinos.

Desde hace años se viene declamando sobre la necesidad de acordar una serie de políticas de Estado que trasciendan las contingencias de las disputas coyunturales. Pero sea por inercia, desidia, mezquindad o inoperancia, la tan mentada “Moncloa Argentina” nunca pasó de balbuceos voluntaristas.

Curiosamente, todo argentino —sea dirigente o simple ciudadano— considera que el hambre y la pobreza representan urgencias que el sistema político debe afrontar y resolver. Pero curiosamente (¿?), la política argentina no parecía haber conferido un auténtico estatuto de razones de Estado a esas urgencias humanitarias.

A pocos días de asumir su mandato, Alberto Fernández se mostró decidido a sacudir esa inexplicable inercia.

El liderazgo político puede expresarse por un impreciso conjunto de dimensiones personales y estructurales que posibilitan la transformación virtuosa de pueblos y sociedades. En ese indefinido catálogo la sensibilidad social y la determinación a la acción resultan cualidades insoslayables.

Pero, además, los grandes líderes son aquellos capaces de crear las condiciones de posibilidad para que las transformaciones ocurran. Donde los políticos mediocres solo ven dificultades insalvables para justificar su impotencia, los auténticos líderes expresan su inteligencia determinante.

Por cierto, sería abusivo juzgar a Alberto Fernández por una iniciativa política promisoria cuando, en rigor, lo justo sería hacerlo luego de su implementación y de sus resultados.

Pero no es menos cierto que la invitación a la epopeya argentina para erradicar el flagelo del hambre representa un buen comienzo para la gestión que se avecina.

Ya lo expresó con elocuencia José Ortega y Gasset en su célebre sentencia: “Argentinos a las cosas”.  Si Alberto Fernández avanza en el camino de la determinación inteligente para resolver los sufrimientos urgentes de millones de argentinos, entonces su paso por la presidencia habrá quedado justificado.

Más allá de simpatías o antipatías partidarias, ojalá que eso suceda por el bien de este país y de su gente.

Addendum

En junio de 2017, con pocos días de diferencia, quien escribe estas líneas envió a los medios dos artículos de su autoría: “La polarización: ¿Realidad objetiva, ficción operativa o muletilla verbal?” y “La inseguridad alimentaria”

El primero de los artículos trataba sobre el significado del concepto de polarización política en el marco de las elecciones legislativas de ese año. El segundo, refería al concepto de inseguridad alimentaria en el marco de un informe de la UCA que aseveraba que “Seis millones de personas padecían hambre en la Argentina”.

El primero de los artículos fue publicado por más de una decena de medios nacionales y locales. El segundo, por ninguno.

Como parte del presente trabajo, vuelvo a transcribir “La inseguridad alimentaria”

Aunque en ese momento ese artículo no pareció importante, creo que lo que allí se decía ilustra sobre el valor de la actual decisión del Presidente electo.

La inseguridad alimentaria (2017)

«Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre y, al mismo tiempo, para muchos de nosotros, nada más lejano que el hambre verdadera.» Martín Caparrós, El Hambre

«Madre antigua y atroz de la incestuosa guerra, borrado sea tu nombre de la faz de la tierra.» Jorge Luis Borges, poema “El hambre”

La persistencia de la pobreza y el hambre de los argentinos

La noticia apareció bajo un titular alarmante: “Seis millones de personas padecen hambre en la Argentina, según un informe de la UCA”.

En el copete se decía que: «Un relevamiento realizado por el Observatorio de la Deuda Social señala que “uno de cada diez hogares no tiene los recursos para alimentar a su familia”». Y se agregaba: «También refleja que en el país hay ocho millones de personas que viven en situación de pobreza”»

Como ocurre con tantas otras, la noticia pasó acaso inadvertida. Como suele decirse: hemos naturalizado tantas cosas que ya no nos sorprende ni nos afecta casi nada.

Pobreza, hambre y desnutrición: la tríada de la vergüenza argentina

Expresiones como estas no son novedad: « ¿Cómo puede ser que en Argentina, donde se producen alimentos para 300 millones de personas, exista gente que recoge basura en los tachos, chicos desnutridos y gente que come una vez por día, o menos?» Solemos repetir con liviandad que “lo que mata es la humedad” y recordamos como un hallazgo perspicaz  que “la corrupción mata” (lo cual es cierto). Pero ya estamos casi anestesiados respecto de que “lo que mata es la inseguridad”, y ni siquiera recordamos que —mientras tanto— “el hambre sigue matando”

La importancia de comer

En un reciente artículo, el Diputado Marco Lavagna señala con precisión: «Según la FAO, hay seguridad alimentaria cuando las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a los alimentos básicos que necesitan. En palabras más simples, seguridad alimentaria es la materialización del derecho a comer». Luego agrega: «Cuando empeora la situación económica, una de las variables que más se resiente es la seguridad alimentaria en los segmentos más vulnerables (…), cuando se complica la economía, hay riesgos de que se vulnere el derecho a la seguridad alimentaria en los sectores de menores ingresos»

El hambre: la otra gran inseguridad

Los argentinos vivimos angustiados por lo que se ha dado en llamar “el flagelo de la inseguridad”. La inseguridad refiere a una amenaza potencial que puede cobrarnos la propia vida o la de nuestros seres queridos. La inseguridad es transversal: nos amenaza a todos.

La certera y dramática frase de Lavagna conduce a reflexionar sobre otra inseguridad: el hambre. A diferencia de la inseguridad delictiva, el hambre no ataca a todos, pero sí a muchos. Al igual que la inseguridad delictiva, el hambre puede matar y lo hace. Aunque desde cierta zona de confort, donde solemos habitar, suene como una idea abstracta o alejada.

El hambre que duele

El hambre. A veces mata. Pero siempre duele. Como lo expresan las citas de Caparrós y Borges, el hambre es real y atroz para quien lo padece sin poder saciarlo. El hambre es un aguijón en el cuerpo que turba el alma. Sin embargo, como señala Caparrós, todos lo conocemos, pero olvidamos dimensionar lo que significa padecerlo todos los días.

Comer o no comer

¿Podré darle hoy de comer a mis hijos? ¿Tendrán hoy los argentinos las proteínas necesarias para alimentar sus cuerpos y sus cerebros? Preguntas sin respuesta o con respuesta negativa.

Pero mientras tanto nos devaneamos con puerilidades necias, como si hay o no polarización, o si CFK se presenta o no se presenta. Y mientras se nos va la vida en falsas disyunciones o pseudoproblemas de élites (como diría algún filósofo abonado a los medios), o en simples “tonterías para la gilada que lo mira por TV” (como diría mi primo Cacho); el hambre sigue acechando como a aquel  “Chiquilín de Bachín”

Es el hambre: ¡animal!

Parafraseando la famosa  frase de James Carville, asesor de Bill Clinton, “¡Es la economía, estúpido!  aquí cabe reformularla: ¡Es el hambre, animal!

Sin duda, el espíritu de aquella célebre sentencia parecía indicar: “No le demos más vueltas al asunto; ya lo sabemos: el tema es la economía”. Pues aquí es lo mismo: “No demos más vueltas, no nos retorzamos en esgrimas dialécticas y chicanas absurdas: hay que resolver el problema del hambre ¡ya!”.

Porque “Es aquí y es ahora”, como Ud. bien nos dijo Sr. Presidente Macri, y ahora parece que se hubiera olvidado.

La Argentina muerta de hambre que supimos conseguir

Fuimos y (y aún seguimos siendo) “el granero del mundo”. Pudimos saber sido “La Argentina potencia”,  “La Argentina del primer mundo”, “La Argentina desarrollada”. Pudimos haberlo sido, pero no lo fuimos. En cambio somos la “Argentina muerta de hambre”.

Sí, claro, algún lector podría objetar: «pero ¿no está Ud. exagerando?, ¿no nos está haciendo trampa con metáforas sensibilizantes?, ¿No tendrá razón Durán Barba cuando dijo que “Argentina no es Calcuta”?, ¿no son “golpes bajos”?». A lo que respondo: puede ser. Pero para muchos argentinos, el hambre que mata no es una metáfora; es una realidad. Triste. Muy triste.

El hambre argentinos y sus dolorosos rostros

En días próximos al informe de UCA y a las declaraciones de Marco Lavagna, el Diputado Daniel Arroyo, acaso el político argentino que mejor entiende el problema de la pobreza, afirmó que “En Argentina el hambre tiene cara de niño”

El hambre tiene cara de niño, de mujer, de joven o de anciano. Pero detrás de esos múltiples rostros solo existe un dolor común.  Y mientras ese rostro doloroso exista, la conciencia pública no merece descansar en paz.

Addendum: “Chiquilín de Bachín”

Chiquilín,

Dame un ramo de voz,

Así salgo a vender

Mis vergüenzas en flor.

Baleáme con tres rosas

Que duelan a cuenta

Del hambre que no te entendí,

Chiquilín.

Horacio Ferrer, canción “Chiquilín de Bachín”

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