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¿Inteligencia Artificial al servicio de o en reemplazo de la del Humano?

Por el estado incipiente (aunque impresionante) de la tecnología, sus resultados aún deben ser verificados por humanos. Tanto en lo que refiere a datos como a tonos e inflexiones, el chat todavía dista de las capacidades de las personas. O al menos de las profesionales. Quienes temen por su propio reemplazo a manos (¿o deberíamos decir bits?) de la Inteligencia Artificial tal vez deberían antes preocuparse por sus propios aportes distintivos.


Empezar un artículo sobre Inteligencia Artificial sin pedirle a una herramienta de tecnología conversacional que la redacte es, por lo infrecuente, casi una proeza. A partir de la liberación para el uso masivo de ChatGPT-3 el pasado noviembre, ha proliferado una infinidad de aseveraciones, pronósticos y análisis, en un diverso repertorio que va desde los adscriptos obnubilados por las posibilidades de la tecnología hasta los reacios que se horrorizan por su utilización. En esencia, la Inteligencia Artificial (IA), de la cual el famoso chat es solamente una versión, supone la posibilidad de realizar, mediante intervención de herramientas tecnológicas y computacionales, ciertas tareas que tradicionalmente requirieron de la inteligencia humana. Entre ellas, se destacan ciertas ramas del arte pictórico, la escritura, la composición musical, el doblaje y, recientemente, la conversación. 

En los últimos días en nuestro país cobró una singular exposición una de las posibilidades que ofrece la IA: el modelo de lenguaje conversacional cuyo máximo exponente es el producto de la empresa de Elon Musk OpenAI (fundada originalmente como una organización sin fines de lucro y recientemente transformada en lucrativa). El motivo: la utilización por parte del diputado de Evolución Radical Rodrigo de Loredo para la redacción de su intervención en la Comisión de Juicio Político de la Cámara Baja. En ella, el legislador optó por preguntarle al ChatGPT sobre la vinculación entre los gobiernos populistas y los sistemas de justicia en los países que administran. Más allá de la respuesta otorgada por el Bot, la tendencia argumentativa o la intencionalidad de la pregunta disparadora, lo relevante es la cantidad de reflexiones que dispara sobre el futuro de la herramienta.

Este evento desencadenó numerosas réplicas: desde la crítica por la utilización de la herramienta de IA, hasta las burlas y la copia de la idea, haciendo que el Bot redacte piezas diversas: poemas sobre dirigentes políticos, aperturas de programas de radio y televisión o cánticos militantes. Lo que desde este espacio queremos destacar es la novedad: que el jefe de bancada de uno de los bloques más relevantes de la Cámara de Diputados utilice esta innovación muestra la pregnancia que la IA tiene (y fundamentalmente tendrá) en los más dispares ámbitos de nuestra vida. Es indudable que el recurso no fue usado, tal como se aseveró en algunos medios, para paliar la falta de creatividad o capacidad oratoria del legislador (ambas características que posee en abundancia) sino, antes bien, para argumentar su punto de vista. No es la intención aquí hacer juicios de valor sino explorar el estado de situación y algunos de los debates al respecto.

En este caso, y como en la mayoría de las irrupciones paradigmáticas, se reactualiza el viejo debate entre “apocalípticos” e “integrados” que describiera Umberto Eco sobre la aparición de los medios masivos de comunicación. Quienes vislumbran la IA como la tecnología del futuro, aquella que cambiará el modo en que nos relacionamos con los objetos y entre sujetos, son más propensos a incorporarla en su caja de herramientas a la Foucault. A este grupo se oponen los que ven en la aplicación inteligente un artificio, una pérdida del aura  transmitida por el humano creador (¿si el cine encontró a un Walter Benjamin espantado por la reproductibilidad técnica de la obra de arte, qué pensaría el alemán de la creación digital de piezas completas sin intervención de una persona a partir de sistemas como DALL-E?).

Sin embargo, cuando analizamos en detalle las posibilidades que abre la IA en diversos campos podemos encontrar una amplia gama de grises. Es cierto que determinadas plataformas pueden crear piezas artísticas on demand, a partir de una serie de pautas y tras el análisis de millones de metadatos. Sin embargo, es improbable que éstas desarrollen prácticas esencialmente humanas como, por ejemplo, las vanguardias, que incluyen una inestimable participación del contexto sociohistórico en el que surgen. O, para citar otro ejemplo por fuera del arte: es indudable que el ChatGPT, y todos sus descendientes, podrán redactar artículos académicos correctos, con gramática impecable y sintaxis perfecta pero, ¿podrá hacer investigación novedosa o relacionar puntos de vista alternativos a los prefigurados por su base de datos? Por el momento esto no parece plausible. Además, algo no menor es lo que los teóricos de la IA describen como “alucinaciones”: errores de recopilación o falsedades producto de una base incorrecta de datos (es importante tener en cuenta que estas herramientas parten de material disponible en Internet, del cual sabemos que la precisión no siempre es una característica primordial).

Sería necio mencionar solamente los beneficios que pueden aportar en el futuro estas herramientas sin referirse las dificultades tanto técnicas como políticas, económicas o éticas. Es cierto que, a futuro, determinadas áreas laborales podrán verse modificadas. Tal como ocurrió con las técnicas industriales como el fordismo y el toyotismo, o con la incorporación de maquinaria cada vez más automatizada, ciertos empleos dejaron de ser redituables o necesarios. También es cierto que surgieron otras necesidades, antes inexistentes. Por otro lado, una dificultad de la IA aplicada a los negocios también está vinculada con las barreras de entrada. Son tecnologías de alto costo y extrema especialización no siempre disponibles para cualquiera que desee ingresar en un rubro instalado. En este sentido, existe un serio riesgo que esto se traduzca en profunda desigualdad intraindustrial y geopolítica, máxime si consideramos que en la actualidad son dos los países que dominan el mercado de la IA (Estados Unidos y China) con una docena de compañías responsables por la mayor parte de este rubro.

Hoy, ChatGPT es la herramienta de IA más mainstream. En parte por lo novedoso de su capacidad, aunque también por quien fuera su creador y por las ingentes inversiones que está recibiendo. La última ronda la protagonizó Microsoft, quien ya dispuso 1.000 millones de dólares y la promesa de otros diez en el futuro. El principal atractivo de este Bot es la posibilidad de intercambiar conversaciones y de integrarlo al motor de búsqueda de la compañía (Bing), con repercusiones en la competencia: tanto Google como Meta anunciaron que desarrollarán técnicas similares para sus productos. 

Efectivamente, la utilización del GPT-3 para la redacción completa del discurso del diputado de Loredo es una utilización extrema del recurso. Pero no nos dejemos engañar: por el estado incipiente (aunque impresionante) de la tecnología, sus resultados aún deben ser verificados por humanos. Tanto en lo que refiere a datos como a tonos e inflexiones, el chat todavía dista de las capacidades de las personas. O al menos de las profesionales. Quienes temen por su propio reemplazo a manos (¿o deberíamos decir bits?) de la Inteligencia Artificial tal vez deberían antes preocuparse por sus propios aportes distintivos.

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