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Increíble espectáculo desde un balcón de La Cámpora

Por Carlos M. Reymundo Roberts* Por suerte, mi columna de hace dos sábados, dedicada a La Cámpora, pegó bien en la agrupación. 

Uno de esos chicos -28 años, funcionario público, 40 lucas por mes y otras yerbas- se tomó en serio lo del balcón y me invitó a su piso de 200 metros cuadrados en una torre de Puerto Madero. Me convidó whisky, comimos sushi y escuchamos a Fito. Después me llevó al balcón. La vista desde ese piso 23 era increíble.

-¿Qué ves? -me preguntó.

Soy tan torpe que le contesté: "La ciudad".

-No entendés nada -se enojó-. Decir la ciudad es hablar de Macri. Lo que tenés que ver son los mojones de la revolución. No mires el bosque. Mirá los árboles.

La figura me pareció re poética, pero seguía sin entender.

-Mirá allí, a la derecha: el puerto: ¿ves esos miles y miles de containers? Son cargamentos de todo el mundo que tenemos demorados. Es la primera vez que nos plantamos; la primera vez que ejercemos nuestra soberanía y decimos esto sí entra, esto no. ¡Qué grande Moreno!

-Sí -dije-. Qué grande Moreno, aunque vamos a extrañar el Johnnie Walker que estamos tomando y el salmón chileno del sushi que estamos comiendo. Además, sería bueno que dejara pasar remedios, pañales para discapacitados, insumos para que las fábricas no se paren?

Mi amigo no me escuchaba porque estaba buscando otro mojón. Lo encontró.

-¿Qué ves allí, a la izquierda?

-La estación de Once.

-No, no tan a la izquierda: te estaba mostrando el Abasto Shopping. Pero ya que mencionás a Once, dejame decirte que los medios no hacen otra cosa que tirar pálidas. Vos, desde tu diario, deberías dar el ejemplo y dar vuelta la página. En un mes, con la ayuda de Bonadio, nadie se va a acordar del choque. Hablá del futuro, reflotá el proyecto del tren bala.

-¿Tren bala, estás seguro? Yo creo que la gente prefiere chocar a 30 kilómetros por hora.
Por suerte, no insistió. No insistió con eso, pero sí con lo del shopping.

-Los shoppings antes eran un reducto de ricachones y nosotros los hemos convertido en el templo sagrado del consumo popular. El lema de estos años es: Shopping para Todos.

-Che -le propuse-, ¿no te gustaría otro lema? Ahorro para Todos. No sé, digo, de chicos aprendimos que sin ahorro no vas a ningún lado. Que los países que no ahorran están condenados al fracaso.

-Ay, Carlos. Las elecciones no se ganan con un chanchito, sino con un 48 pulgadas.

Seguimos contemplando la ciudad. A nuestro alrededor se extendía Puerto Madero, fulgurante, fashion , cosmopolita. Me hizo ver que ése era el símbolo de un país que crece. La nueva Argentina.

Me pareció interesante esa perspectiva. Si es el símbolo de la prosperidad, si cuesta hasta 8500 dólares el metro cuadrado, está bien que se haya convertido en un coto del kirchnerismo, el lugar donde tienen departamentos, entre otros, Boudou, Randazzo, chicos de La Cámpora. Ah, y Cristina. La nueva Argentina les pertenece a esos nuevos argentinos.

Me hizo ver también otro monumento al desarrollo. "Ya lo dijo la Presidenta: ese barrio habla por sí solo del extraordinario crecimiento de estos años." Tuvo que ayudarme porque yo no acertaba. "¿Es enorme y no la ves? La Villa 31."

Después me mostró un gran cartel de Aerolíneas Argentinas. "Aerolíneas es nuestra casa", me dijo. Quise saber si les preocupaba que estuviera perdiendo dos millones de dólares por día desde que la maneja La Cámpora. Su respuesta fue una gran lección: "Esa es la típica pregunta reaccionaria de un neoliberal".

Del enojo pasó al buen humor. Señaló el edificio de Gendarmería, en Retiro, y me dijo: "Sonreí y saludá que seguro nos están filmando".

Volvió a mostrar picardía al marcarme, muy cerca de ahí, el casino flotante, de Cristóbal López. "Néstor -recordó, lleno de gratitud- nos enseñó que con el juego no se juega: se recauda."
Le pregunté por la torre en la que vive Boudou y me hizo un chiste malo, pero revelador: "Acaba de mudarse: el piso anterior le quedaba medio Ciccone".

También le pregunté por el edificio de lujo en el que Cristina tiene un departamento de 400 metros cuadrados (que vale 9 millones de pesos) y cinco cocheras. "No sé, lo debe haber donado", dijo.

Me hizo ver otros mojones. La Casa Rosada, el Congreso, el Palacio de Justicia. "¿Qué ves?" Despistado como soy, pensé que hablaba de lo bien iluminados que están. No: era otra cosa. "Ahí reside el poder -me dijo, con tono que se había tornado filosófico-. Vamos por todo. Allí, en la City, está el Banco Central. Acá cerquita, la sede de YPF. Vamos por todo. En Plaza de Mayo, el gobierno porteño. Vamos por todo. En Constitución, Clarín. Allá, La Nacion. Vamos por todo.

¿Lo entendés? Vamos por todo."

Terminó ese recorrido visual tan ilustrativo, terminé mi tercer vaso de etiqueta negra y la última pieza de sushi, me despedí y me eché a caminar. Quería asimilar las lecciones que acababa de recibir. Habría hecho tres cuadras cuando sonó el celular. Era mi amigo. Hablaba en voz baja. "Che -me dijo-, no te señalé el aeropuerto de Ezeiza porque desde acá no se ve. Pero está bueno tenerlo en cuenta por si las cosas no funcionan."