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Graduados

* Por Susana Matus. Análisis psicológico de la tira: es un ejemplo de la “performance”, donde “se rompe la barrera invisible que, en el teatro occidental, separaba al actor del espectador”.

Nota extraída del diario Página 12

Gran impacto ha tenido en estos meses la tira diaria Graduados, cuyos personajes centrales son un grupo de amigos, ex compañeros del colegio secundario, que vuelven a encontrarse veinte años después. Es una historia entre amigos, pensada para hacer eco en un imaginario donde la horizontalidad de los vínculos se privilegia para poner un velo al desamparo existencial. Vero, Andy y Tuca (Julieta Ortega, Daniel Hendler, Mex Urtizberea), protagonistas centrales, son capaces de armar y desarmar un pacto autoorganizado; un pacto que va y viene de la resistencia al consumismo, a su inevitable sumisión; donde el amor entre amigos pareciera ser más confiable que el amor parental o el de pareja. Loly y Vicky (Nancy Duplaá, Paola Barrientos), dos más que amigas, hermanas, junto con Guille (Juan Gil Navarro), el amigo gay, arman otro trío, en el cual el deseo y el acompañamiento en las funciones parentales aparecen como la ligadura casi obvia. Patricia, Pablo y Augusto (Isabel Macedo, Luciano Cáceres, Marco Antonio Caponi), el tercer grupo de pares de la tira, están unidos por el desenfreno de la trampa y la mentira, pero entre ellos también circula la ilusión y, por momentos, sobre todo entre los hermanos Pablo y Augusto, la solidaridad surge como un valor. En Dana, Elías y Clemente (Mirta Busnelli, Roberto Carnaghi, Juan Leyrado) podemos entrever la necesidad de pertenencia a un vínculo entre pares, donde aparezcan códigos compartidos generacionalmente y un afecto que ni los hijos ni los nietos pueden ya aportar. Finalmente, está el grupo de Martín (Gastón Soffritti), su novia (Jenny Williams) y sus compañeros de colegio, aquel grupo adolescente que hoy, como hace 20 años, les permite dar los primeros pasos para conocer un mundo lleno de curiosidades, amores y frustraciones.

¿Qué hace eco en los espectadores? ¿Sólo se trata de identificaciones posibles o será, también, que la trama habilita, nos habilita a transitar la experiencia de la paridad? Reflexionemos obre estos conceptos, "experiencia" y "paridad". Respecto de "experiencia", son muchas las perspectivas y autores respecto de ella, pero en esta oportunidad –ya que aquí es central la relación entre actor y espectador– quisiera pensarla desde la idea de "performance". En inglés, el término performance abarca a su vez múltiples y diferentes significaciones. Se lo relaciona con una amplia gama de comportamientos y prácticas corporales. Remite a un hacer; tiene público o participantes; tiene elementos reiterados que se reactualizan cada vez. Cada performance tiene sus convenciones y su estética y se diferencia de otras prácticas sociales de la vida cotidiana. Ejemplos de performance son: un partido de fútbol, un acto político, un funeral, una obra de teatro. Diana Taylor (Performance, Asunto Impresiones, Bs. As., 2012) sostiene que las performances operan como actos vitales de transferencia, transmitiendo el saber social, la memoria y el sentido de identidad a partir de acciones reiteradas.

La performance es una práctica y también una epistemología, una manera de comprender el mundo y una lente para mirar la realidad. En este sentido, la performance pone sobre el tapete que realidad y ficción no pueden pensarse separadamente, y que no hay un real más verdadero que la ficción de nuestra vida cotidiana. La traducción al español de performance: "actuación" o "ejecución" y evoca las ideas de puesta en acto, puesta en escena y presentación frente a una audiencia. La teatralidad y el espectáculo se han usado como sinónimos de performance. El espectáculo se refiere a lo que se puede ver en el escenario. Guy Debord (La sociedad del espectáculo, Champ Libre, 1967) caracteriza la "sociedad del espectáculo", donde la relación social entre las personas se halla mediatizada por imágenes. Según este autor, los seres humanos se mueven dentro de una maquinaria de visibilidad regida por el consumismo, la vigilancia y la globalización.

Pero los espectadores son al mismo tiempo actores sociales con potencial para intervenir y responderle al poder. Y es en este sentido que la performance, como acto de intervención efímero, puede interrumpir el circuito económico y cultural de la sociedad de consumo, instalando el arte en el centro de la vida social, lejos de los museos y los espacios predeterminados para su producción. Por otra parte, se rompe la barrera invisible que, en el teatro occidental, separaba al actor del espectador. Las performances piden que los espectadores hagan algo, aunque sea nada. Y un ejemplo de esto son los tweets que manda la gente antes y después de cada capítulo de Graduados, pidiendo o criticando las acciones de los protagonistas, lo cual seguramente influye sobre los caminos que los guionistas van transitando.

Otro uso de la palabra performance la relaciona con la idea de rendimiento, logro o acción cumplida. Pareciera que la globalización también pudo atravesar la performance, dejando al descubierto el borde paradojal de las significaciones que marcan nuestra inter subjetividad. Tratándose de Graduados, creo que deberíamos entrecruzar el rating, en tanto performance/rendimiento, con la experiencia efímera –no por ello menos constituyente– del encuentro actores-espectadores: la performance arte-acción. Ganarle en la medición de audiencia al programa de Tinelli requiere participar en el coro mediático, en la sociedad del espectáculo; sin embargo, esta tendencia deja una huella en el imaginario y nos habilita a suponer cierto velamiento de la banalización subjetiva y social que venían ganando los espacios centrales televisivos.

Pienso que la trama de la historia que Graduados cuenta pone en juego una transmisión en la que todos participan, evocando códigos compartidos, construyendo nuevas marcas. Así, nuestra vida cotidiana se ve atravesada –junto con los personajes de la tira– por los diferentes modos de paternidad, las diversidades sexuales, las discriminaciones, las cuestiones de género, las adolescencias sin fin, las tradiciones familiares, las problemáticas en la filiación. Temáticas que van marcando el ritmo de estos personajes de 40 años, cuyas existencias muestran la complejidad actual: vivir atravesados por una simultaneidad de imaginarios: modernos, posmodernos y aun los que algunos, como Esther Díaz, dan en llamar póstumos ("Nuestra época es póstuma", Revista Ñ, Bs. As., julio de 2012).

Una de las virtudes de Graduados –en consonancia con la moda de reencontrarse con amigos por Facebook– es poner en el centro de la historia las redes sociales, que para muchos constituyen marca característica de esta época. Y las redes sociales dan pie para poder reflexionar sobre la segunda cuestión que propuse antes: "paridad".

En la modernidad, los trabajos antropológicos de Claude Lévi-Strauss postularon a la familia como átomo elemental del parentesco; desde el psicoanálisis, en consonancia con esto, Freud había definido el complejo de Edipo como determinación última de las neurosis. Ambas perspectivas suponían el lugar del padre y de las relaciones paterno-filiales como eje fundamental de la constitución subjetiva y social. Luego, desde la filosofía, autores como Foucault, Deleuze y Derrida, pese a sus diferencias teóricas, coincidieron en señalar un cierto sesgo adaptativo de la teoría edípica, por cuanto ésta ciñe la sexualidad a los dictados normativos de la familia burguesa. Según algunos de sus textos, en el capitalismo se codifica al deseo como mercadería para ser consumida y lo mismo sucede con el Edipo. Por su parte, en los nuevos paradigmas, con el pensamiento de la complejidad, se sostendrá la idea de multiplicidad, cayendo entonces la noción de centro único.

Podemos observar, además, que esa representación de familia tradicional fue dando lugar a una diversidad de configuraciones familiares que determinaron la transformación de las significaciones adjudicadas a los lugares paterno, materno, filial y fraterno. La debilitación del lugar paterno en tanto lugar de poder, así como la aparición de aspectos tiernos para esa función, conviven hoy con la habilitación de proyectos autónomos para la mujer, más allá de la maternidad. También cambió el lugar del hijo en lo familiar, desarmándose la significación de único ideal de trascendencia y de sentido privilegiado para la pareja conyugal. Es más, aparece claramente una separación entre el destino familiar y el de pareja.

Ahora bien, al atenuarse las funciones parentales, los vínculos se simetrizan y se produce cierta indiferenciación entre los lugares familiares. Surge un predominio de vertientes horizontales de la vincularidad. La relación entre pares aparece como lugar privilegiado para la ligadura libidinal. Todo esto pone en evidencia, en el imaginario social, múltiples dimensiones de significación para pensar los vínculos fraternos o de pares: unas ligadas al mandato paterno –ser hijos de los mismos padres, o seguidores del mismo líder– y otras relacionadas con la elección mutua y auto-organizada entre pares. En estas últimas, el liderazgo es situacional y las normas son producto de una circulación instituyente (Susana Matus, "Vínculo fraterno: de la legalidad paterna a la multiplicidad de legalidades", en Entre hermanos. Sentido y efectos del vínculo fraterno, Lugar Editorial, Bs. As., 2003).

Hasta no hace mucho tiempo, lo fraterno sólo era considerado como un recurso para poner en juego las funciones de amparo y desprendimiento cuando los padres se hallaban impedidos de ocupar ese lugar. En la actualidad, con la caída del ideal familiar burgués, quedó al descubierto la imposibilidad constitutiva de las funciones parentales: velar el vacío originario de la subjetividad. En este fluir, donde vacío y velamiento se entraman, la horizontalidad de lo fraterno surge hoy con una nueva pregnancia, denunciando que la legalidad vertical única se correspondía con un imaginario centrado en un poder paternalista; dan así lugar a la aparición de múltiples legalidades, donde la paterna, si bien no es intercambiable, es sólo una de ellas.

Graduados es una performance de la paridad: un modo de ilustrar la ilusión de que esta experiencia, en la que participamos sin saber exactamente cuándo somos actores, espectadores, guionistas o directores, deje una huella que nos permita descubrirnos en una paridad que nos habita, nos constituye y también nos destituye, pero que, fundamentalmente, nos aporta una herramienta para seguir viviendo.