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Fin de semana el hombre en casa: ¿qué ejemplar te toco?

Más análisis de la transformación de los varones. En esta entrega: los inertes, los cocineros y los hiperquinéticos.

Los inertes

Trátase esta categoría de varones de los que al llegar el sábado se tienden donde pueden y allí se quedan como atacados de una catalepsia hasta el lunes. En apariencia son inofensivos y hasta se diría de los mejores. Sin embargo, los mejores son los que no están, así que observémoslos con atención.

En primer lugar resulta incomprensible el espacio que ocupan. Indefectiblemente tropezaremos con sus piernas que, aunque sea un enano, siempre parecen llegar al fin del mundo. Como tienen la languidez de un gato, gustan comer en el lugar elegido creando una considerable mugre a su alrededor y dejando un sembradío de miguitas que recién el miércoles terminaremos de barrer.

Este espécimen de hombre quieto es afecto al televisor, muy en particular a los eventos de tono deportivo. Como a una no le interesa el torneo de squash en Pakistán, los esquiadores de Cortina D'Ampezzo o el desempeño de los perros San Bernardo socorriendo turistas en la nieve, terminamos deseando que aludes infernales sepulten a los turistas y a los perros, y que los esquiadores se quiebren el fémur a la altura de la zona ilíaca.

Creo, a fuerza de intuición, que si les sacáramos el televisor de adelante se quedarían igualmente estáticos contemplando las manchas de humedad de las paredes. Pero quizá lo más aniquilador de estos personajes es cuando levantan la cabeza y mirándonos con dulces ojos bovinos preguntan: "¿Es necesario que te muevas tanto?".

Los cocineros

Para no dejar demasiado en evidencia mi mala entraña de bruja, paso a ensalzar a esta estirpe de adorables que se lucen con un asado. Pero bajo inmediatamente del podio a los que piden ayuda para las ensaladas, chupan copiosamente y luego, refugiados en la modorra pos alcohol, se tiran a dormir la siesta dejando a nuestro cargo los platos para lavar, y todo lo que han emporcado.

De más está decir que éstos no son los peores. Los indignantes son los que tienen arranques de gran chef, los que pretenden demostrar cuán creativos e inspirados son (sí dulzura, cada siete días es fácil) en franca competencia con nosotras.

En verdad sería ese tipo de desafío que una perdería con gusto, pero a la literal hora de los bifes la genialidad culinaria suele naufragar entre la mugre y el espanto. Un código no escrito que parece guiar el paso de los varones por la cocina dice más o menos lo siguiente:

· No hay por qué usar una sola cacerola si se pueden ensuciar tres.

· Saber dónde se guarda la sal y la sartén deteriora la virilidad.

· Una papa que un hombre puede cocinar debe ser pelada por una mujer.

· Decirle a una esposa que los bifes se le quemaron es pura objetividad.

· Decírselo a ellos es una agresión.

Los hiperquinéticos

En este punto habría que dejar aclarada una cuestión: toda mujer sensata sabe que el ocio creativo no ha sido inventado para las damas. He allí tal vez el por qué las obras de arte más importantes de la humanidad han sido producidas por los varones. Los fines de semana, por ende, siempre hay algo que hacer. Esto es lamentable, pero se vuelve trágico cuando un varón comienza a hacer cosas a nuestro alrededor. Ninguno piensa en plancharse las camisas para toda la semana.

Los hiperquinéticos tienen sueños mesiánicos que sólo dan buenos resultados en las series de televisión. Sólo allí don Ingalls padre, que en paz descanse (y de paso descansa su mujer) con un martillo y tres clavos construía un granero, herraba un caballo o hacía una cuna para su hija de dieciocho años. En nuestras casas, en cambio, un varón con un martillo en la mano sólo presagia desgracias. Anuncio infalible de que el lunes deberemos llamar a un técnico para que componga el equipo de música, junte trozos de la aspiradora o revoque de nuevo la pared del living.

¡Guárdanos Señor de los desmanes que desata un varón empeñoso! Opino que más de un crimen pasional comienza cuando el hiperquinético, alegremente, empuña una herramienta y anuncia: "¡Querida, hoy voy a arreglar ese tendedero que te tiene loca!". Y pensar que hay jueces que se atreven a condenar por homicidio a esas mujeres mártires.

Por supuesto que existen excepciones que no están contempladas en este capítulo. Hay varones que no pasan con nosotras el fin de semana. Están casados con otras. Hay varones que, estando casados con una, no aportan los fines de semana. Se están por casar con otra. Y hay mujeres que viven sin un varón, lo que a la larga puede ser peor, o al menos infinitamente más aburrido.