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El triste destino de nacer mujer

Era triste el destino de nacer mujer

Cualquier dama veterana sabe que no era fácil nacer mujer. Repasemos

Siendo una mala hija

Haciendo memoria, una era lanzada a este mundo donde todo era confuso menos a quién le tocaba levantar la mesa (a nosotras, se entiende), donde nadie podría decirnos para qué vivimos pero tendrán en claro a qué maldita hora debíamos volver a casa (si éramos mujeres, insisto).

Ubicadas en la vida nos era difícil entender la metafísica, pero la física nos era aplicada con el máximo rigor: de la cintura para abajo, no. Teníamos mil dudas acerca del amor pero una sola certeza: a nuestros viejos no los tranquilizaba que hubiera cama de por medio. Desconocíamos cuán ancho es el mundo, pero pronto descubríamos cuán estrecha es la geografía que se nos había adjudicado: la casa, la escuela y el aburrimiento.

Mientras tanto, por el solo e incomprensible hecho de que nuestros hermanos tienen esos centímetros de más, poseían el privilegio de tirarse a muertos a la hora de levantar la mesa, horario cuasi libre para volver de noche, historias sexuales permitidas y hasta alabadas secretamente por la familia. Y mientras una jugaba como una gilipollas a las muñecas, ellos cazaban su bici o sus zapatillas y se adueñaban del mundo que, para ellos, sí era ancho y propio.

Al descubrir la trampa, digamos que a los dos años de vida, una comenzó a transformarse en una mala hija. Situación de protesta que duraba más o menos, hasta que nos íbamos del hogar paterno. Me pregunto si con tanto modernidad, esta descripción patética habrá cambiado. Si los nuevos hombres tienen la costumbre de atender, sin considerar que están "ayudando". Si las madres jóvenes ven con alegría la precoz sexualidad de sus hijas. Si hay la misma mirada de censura sobre una mujer promiscuo que para un varón ídem. Ustedes dirán.

Siendo una mala esposa

Un vez debidamente casadas o algo así, en estos cortos o largos años de matrimonio intentábamos igualar los tantos. Tal vez conseguimos que de vez en cuando él cambiara un pañal, que a razón de cinco puteadas por noche nos sacara la basura, o se comidiera a retirar un crío del colegio. Todo para escuchar después, con un vahído de asombro y un amargor de ira, cómo aquéllos que habíamos comenzado a domesticar contaban, sacando pecho, que ellos no eran machistas, porque... y allí, en los puntos suspensivos, enumeraban las elementales reglas de convivencia que hemos conseguido insuflarles.

Es por lo menos otro escuerzo difícil de tragar, teniendo en cuenta que nuestros estómagos ya habían desarrollado una cierta intolerancia batracia.

Siendo mala madre

En lógica, dicen, dos negaciones equivalen a una afirmación. En la vida no. Es natural, porque la vida poco tiene que ver con la lógica. De tal modo, si una viene de ser una mala hija y una mala esposa, no terminará siendo una buena madre.

Los primeros efectos los sentirán nuestros hijos varones. Si intentamos que, por fin, se haga justicia y se distribuyan equitativamente las tareas domésticas. Cualquiera que haya hecho la experiencia, sabe que estas actitudes detonan de manera inmediata una guerra. Ya de niñitos, los varones se resisten a perder sus fueros. Y al aproximarse a la adolescencia, el machismo les aflora casi con más fuerza que el acne.

Dependerá de nuestra resistencia ,el tiempo que aguantemos vivir entre trincheras y casamatas. Según se sabe, los hijos vienen magníficamente pertrechados para engordar en la rebeldía, mientras las madres tienden a cansarse de tanto portazo y a perder lozanía frente a los ataques masivos de música puesta para que vuele el techo, o sutilezas venenosas en forma de pilchas tiradas ex profeso, chicles pegados por doquier e interminables listas de reivindicaciones y reclamos de todo color y laya.

Al final, con toda sensatez, nos rendimos al dulce grito de "¡Ma sí, andá a la puta que te parió!". El hecho de que la puta venga a ser una, ni quita ni pone. Los guachitos han ganado una vez más su combate y nosotras perdido casi la última batalla.

Pero tal vez las cosas ahora sean distintas. Los jóvenes tienen la palabra.