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El reinado de la normalidad

*Por Andrea Sabattini. Con la deconstrucción de discursos dominantes, como el de la discapacidad, podremos cimentar mejor una sociedad multicultural e inclusiva.

Los individuos intentan organizar su entorno de forma tal que, al interactuar con él, encuentren la menor cantidad posible de obstáculos. Algunos, sin embargo, debido a ciertas condiciones particulares, encontrarán muchos.

Esas "condiciones particulares" pueden ser concebidas como capacidades especiales respecto de las que dispone la mayoría de las personas, especificidad que implica, en general, sólo una cuestión de grados. Una persona que tiene lo que se considera un talento intelectual "normal" encontrará menos restricciones para interactuar con el medio que una con uno "bajo".

Un individuo "normal" es aquel que cae dentro de la curva de la normalidad estadística respecto de los estándares que se tomen en consideración (inteligencia, constitución física). Quienes caen fuera serán "anormales" en términos estadísticos, que sólo implica que los grupos en cuestión difieren gradualmente entre sí. Pero vemos que a partir de ello se construye socialmente un sistema de jerarquías entre seres normales y superiores, por un lado, y anormales o inferiores, por otro.

También se observa que aún se asocian las capacidades particulares de las personas con cualidades congénitas o "naturales". El calificativo es sumamente vago y altamente vapuleado en el campo de las ciencias sociales: la "naturaleza" de un ser hace referencia a una condición esencial que lo caracteriza y lo define –por lo que su aplicación a las personas que disponen de capacidades especiales puede ser asimismo considerada como poco feliz y que facilita el efecto etiquetamiento.

Distinciones y discriminaciones. La Organización Mundial de la Salud distingue entre "deficiencia" y "discapacidad": un individuo puede tener una deficiencia física y que ello le ocasione una "discapacidad"; quien carece de una extremidad encontrará más restricciones para interactuar con el ambiente que alguien que cuente con todas. No es que haya algo intrínsecamente malo en carecer de una extremidad, sino que la sociedad está organizada y pensada por y para las personas con dos brazos y dos piernas.

El modelo propuesto por la Organización Mundial de la Salud es a menudo estigmatizador. El concepto de déficit remite a una falta, carencia o escasez de algo que se juzga necesario, con lo que se determina así la connotación negativa del término. La Real Academia Española define como "discapacitado" a una persona que tiene entorpecida alguna de las actividades cotidianas por alteración de sus funciones intelectuales o físicas.

El concepto "alteración" proviene del latín alterare , que significa "cambiar la forma de algo", pero también los conceptos de connotación negativa de "perturbar", "trastornar", "inquietar", "estropear", "dañar" o "descomponer". El mismo prefijo "dis" parece poco feliz: pensemos en duplas como "concordia-discordia", "consenso-disenso", "capacidad-discapacidad".

El modelo dominante de pensamiento sobre las capacidades de los individuos se sustenta en el criterio de la normalidad estadística, que apunta a afianzar la visión de un mundo habitado por seres inteligentes, capacitados y, por qué no, perfectos, que puedan competir con éxito en el mercado económico. En esta visión, un "discapacitado" tiene un "déficit", una "carencia" o una "falta" que lo ubica en el peldaño más bajo de la jerarquía social y que "perturba", "molesta" e "inquieta", hecho por el cual la sociedad se encargará de aislarlo y discriminarlo; no obstante, las personas con una discapacidad deben ser consideradas como sujetos de derecho y dignidad.

Con la deconstrucción de discursos dominantes, como el de la discapacidad, podremos cimentar mejor una sociedad multicultural e inclusiva, donde convivan mejor personas con diversas ideologías, etnias, religiones y, también, con diversas capacidades.