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El país en vilo, la Presidenta en Facebook

Si la muerte del fiscal Nisman fue un despiadado mensaje mafioso, el gobierno de CFK colaboró desde para que el miedo se esparciera hacia toda la sociedad.

Extraído de La Nación

Por Martín Rodríguez Yebra

Si la muerte del fiscal Alberto Nisman fue un despiadado mensaje mafioso, el gobierno de Cristina Kirchner colaboró desde el primer minuto para que el miedo se esparciera viralmente hacia toda la sociedad.

Por impericia, desequilibrio emocional o simple desidia institucional, la Presidenta y sus colaboradores agigantaron con cada actuación, con cada discurso, con cada post de Facebook el desamparo de una población resignada a convivir con la violencia. Nisman apareció sin vida sobre un charco de sangre después de denunciar penalmente a la Presidenta. ¿Qué otra cosa podría esperarse que no fuera la inmediata sospecha hacia el Gobierno?

A contramano de toda lógica, el secretario de Seguridad, Sergio Berni, se entrometió en la "escena del crimen" (palabras de él) y dilucidó el misterio en un par de horas sobre la base de verdades perecederas. "Todos los caminos conducen al suicidio", sentenció.

Con el país en vilo, Cristina Kirchner renunció a ponerse al frente de una tragedia de enorme repercusión mundial. Se negó incluso a enviar condolencias a la familia del fiscal, con lo que superó en frialdad al encargado de negocios de Irán, cuyo Estado fue señalado como responsable del atentado contra la AMIA. El diplomático sí verbalizó el pésame a los Nisman.

La Presidenta escribió en Facebook sus meditaciones sobre el caso, teñidas de ideas conspirativas, cambiantes con los días pero coincidentes en el espíritu autoexculpatorio, de a ratos victimista. En lugar de apoyar a la Justicia para que resuelva el caso con urgencia, se dedicó a jugar a los detectives y contar los "me gusta". Sus elementos de prueba se confundían con la estructura argumental de una coartada.

Su gobierno no pudo proteger a Nisman. Tardó medio día en descubrir el cuerpo. Cometió imprudencias de amateur en el lugar del hecho. Dio información ambigua en comunicados oficiales. Y lanzó al voleo hipótesis de prueba y error hasta plegarse a la teoría del homicidio ejecutado por sectores de los servicios de inteligencia. Es decir, que provienen de dentro del poder, un territorio dominado desde hace 12 años por el kirchnerismo. Como broche, la Presidenta descalificó a la jueza de la causa. Críticas inquietantes en boca de la máxima autoridad del país, sobre todo cuando era ella el blanco principal de la denuncia del muerto. ¿Qué señal transmite a los funcionarios judiciales que llevan adelante ésta y otras investigaciones sensibles que afectan a la cúpula del Gobierno?

Resulta absolutamente temerario pensar que la Presidenta o alguien de su entorno pudieran haber ordenado asesinar a Nisman. Hasta parece más verosímil dar crédito a la tesis de un crimen para perjudicar a la Casa Rosada. Pero con su reacción inicial frente a la crisis institucional más grave de su mandato, Cristina Kirchner no hizo más que alimentar la angustia y el descrédito social. Las suspicacias que dispara la muerte de Nisman la interrogan más que la propia denuncia que el fiscal había firmado.

Le espera ahora el desafío de recomponer un liderazgo herido por sus ausencias y reflejos autoritarios. Desterrar, en fin, la sensación de que quien se enfrenta al poder puede terminar con un tiro en la cabeza.