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El dólar argentino

Por Darío Tropeano. Mucho se ha dicho estas últimas semanas sobre las controvertidas medidas adoptadas por el gobierno nacional que limitan la adquisición de moneda extranjera. Ésta la entendemos como las reservas de libre disponibilidad del Banco Central para resguardar el mantenimiento de la política de regulación del mercado cambiario o, lo que es más preciso, del precio del dólar.

Agotada a partir del 2007, el diferencial de cambio que permitió utilidades extraordinarias a los exportadores, varios componentes coadyuvaron al retraso del dólar: puja distributiva por mayor ingreso vía salarios, aumento de los costos internos vía inflación, crecimiento exponencial de la demanda, inversión de ritmo retrasado y gasto público en aumento. En este último caso, las recientes medidas de reducción de subsidios a los servicios públicos han evidenciado la inequidad de una parte importante de los mismos, que significaron recursos perdidos que podrían haberse direccionado a la inversión pública o al desarrollo de mercados más horizontales y democráticos que transparentaran la oferta de bienes y servicios.

No puede omitirse, en un análisis de formación del precio del dólar, la inflación importada que traen los diversos productos que se importan desde el exterior. Así, el aumento de los precios internos de las materias primas (petróleo, aluminio, cobre, etc.) por el mayor consumo de los países en desarrollo impacta sobre la composición del valor de muchos componentes y productos terminados que ingresan a nuestro territorio. Otra de las causas del crecimiento de los precios de las materias primas es la especulación financiera: los granos y metales son objeto de transacciones especulativas con muy sofisticados contratos que se transfieren muchas veces esperando un mayor o menor precio final. Se trata de derivados u opciones, instrumentos de alta volatilidad que han disparado los valores de esos productos e indirectamente beneficiado a los países productores. No sólo entonces se especula con monedas (dinero) sino también con productos primarios y las consecuencias repercuten en la economía nacional.

Esa suba de precios que llega desde el exterior se traslada al producto por el fabricante o ensamblador que lo carga a sus costos, lo que incrementa el valor de los bienes y servicios, que para algunos estudios privados llega a significar hasta el 40% del aumento.

En esa línea se inscribe el reciente discurso de la presidenta de la Nación, ante la Cámara Argentina de la Construcción, donde instó a que no se importe "ni un clavo" del sector, pretendiendo con ello disminuir el impacto del costo importado en la fabricación de bienes.

La depreciación del dólar es otra de las causas que alientan la inflación importada. Desde hace años se desvaloriza la moneda norteamericana por efecto de una emisión descontrolada para atender los déficits fiscales que padece. La desvalorización de la divisa ayuda a aquel país a mantener competitiva su moneda frente al creciente liderazgo productivo de China y, asimismo, licua el costo de su deuda nacional en manos de millones de tenedores de bonos del Tesoro.

Esa devaluación constante del dólar se traslada a mayores precios. Cualquiera de nosotros puede comparar el costo histórico de algún producto o servicios que hayamos consumido, medido en dólares, y el valor actual del mismo para notar la diferencia.

Por otro lado, la preocupación por la caída de las reservas en dólares se vincula con la intensiva y desproporcionada remisión de utilidades de las empresas hacia las casas matrices en el exterior. Cuando se habla de "fuga de capitales" en realidad no se trata de los dólares que los argentinos se llevan al exterior, sino fundamentalmente el envío de ganancias de las empresas multinacionales que operan en el país. Sí es verdad que existe "fuga " de dólares que argentinos colocan en bancos extranjeros o inversiones de capital, pero no alcanza al 20% del porcentual de transferencias anuales que se realiza.

Sucede que al tener una parte sustancial de nuestra economía trasnacionalizada, las filiales argentinas –subsidiarias de aquéllas– remiten ganancias en altos porcentajes, reinvirtiendo las mismas en pequeña escala, amparadas por una ley de inversiones extranjeras y tratados bilaterales suscriptos, en la mayoría de los casos, en la década menemista que impiden ponerles límites. Ello conspira gravemente contra nuestro desarrollo y es una asignatura pendiente esencial que debemos abordar porque los países centrales así lo hacen para con ellos, no pudiendo nosotros seguir perdiendo el tiempo en esta cuestión.

Las matrices extranjeras han aumentado el pedido de remisión de ganancias al exterior en forma notoria desde el inicio de la crisis internacional, acuciadas por mayores fondos y la restricción crediticia imperante. La Argentina ha permitido esa sangría de recursos sin control alguno, recursos que en un alto porcentaje provienen de las empresas de hidrocarburos y mineras. Es decir, amén la exportación de productos naturales sin industrializar (a bajo costo de venta) nos permitimos el lujo de no exigir la reinversión de un porcentual considerable de utilidades sobre los productos extraídos. Los miles de millones de dólares que se pierden aceptando estas políticas bien podrían engordar no sólo las reservas nacionales, sino la disponibilidad de fondos para activar las inversiones necesarias para el crecimiento.

El gobierno ha "instado" a las compañías a postergar la remisión de ganancias al exterior y ha reprendido a otras que no lo han hecho. La solución no es ésa. Se trata de modificar la ecuación con reformas legislativas que apunten a regular esta cuestión, preservando la fuente primaria de recursos públicos que aseguren un proyecto de país para todos y para los argentinos que vienen detrás nuestro.

El dólar entonces encuentra muchas explicaciones del porqué de su "contoneo" . Además se deberá abordar algún día el debate de hasta dónde una moneda sin valor intrínseco alguno puede seguir marcando los pasos del mercado mundial.