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Dólar, control y después

Las medidas de control de cambios adoptadas en los últimos días, que han llevado a la virtual paralización del mercado cambiario, no son ninguna novedad en la historia económica argentina.

Adoptadas por primera vez en la década de los ’30 del siglo XX -en medio de la crisis mundial-, se han repetido en las más diversas formas desde entonces hasta ahora.

El propósito del control y limitación de venta de divisas ha sido siempre el mismo: evitar una disminución de las reservas del Banco Central; los instrumentos usados fueron diversos: desde desdoblamiento del mercado cambiario, sistemas de cambios múltiples o limitación cuantitativa de las compras según destino.
 
Pero es difícil encontrar un antecedente cuyos componentes coercitivos sobre los demandantes tengan la intensidad del actual, por el grado de intervención impositivo-policial en el control de bancos y casas de cambios.
 
A punto tal que la venta de dólares sólo se concreta previa autorización de la AFIP. Se agrega, además, el poco aceptable procedimiento de la inversión de la prueba en cuanto al origen de los fondos para la compra de la divisa.
 
Es quien demanda los dólares quien debe demostrar el origen de los fondos, cuando debería ser a la inversa, vale decir que el organismo fiscal, luego de la operación, demuestre que los fondos usados no son legítimos.

Es necesario recordar que estas medidas represivas nunca lograron estabilizar el mercado de cambio, ni evitar que -más tarde o más temprano- se produjera una crisis, ante la cual tales medidas, en vez de prevenirla o frenarla, juegan a su anticipación.

Pocos días antes de las elecciones nos hemos ocupado en esta columna de la creciente demanda de dólares, sosteniendo que esa demanda no necesariamente implica que los fondos salgan del país y del circuito económico. Parte de ellos, por ejemplo, se usan en transacciones como la compraventa de inmuebles.

En casi todos los hechos económicos es posible encontrar más de una causa; por lo tanto, de lo que se trata es de identificar la causa más relevante. En ese sentido, un dato significativo es que la demanda de dólares siguió en aumento después de las elecciones primarias del 14 de agosto y tampoco se detuvo luego del triunfo amplio del gobierno del 23 de octubre. Es decir que si parte de la demanda estaba impulsada por la incertidumbre política, el resultado de las elecciones no logró disiparla.

Hay coincidencia en que una causa importante de la demanda de dólares es que la gente percibe que está "barato". Es indiscutible la existencia del denominado atraso cambiario, producido desde 2007, ya que la inflación interna ha superado ampliamente a la devaluación.
 
Otra causa es que hay en el mercado "muchos pesos", ya que el gobierno ha venido emitiendo dinero, 40% en el último año. La mayor parte de esos pesos han alimentado el aumento del consumo (inmuebles, autos, viajes, artículos del hogar), pero una parte se atesora en dólares.
 
Por otro lado, los más informados saben que la oferta de dólares se reduce porque disminuye el superávit de la balanza comercial. Con todo ese cóctel, la especulación acerca de una devaluación está a sólo un paso.

Pero hay una causa tanto o más importante que las anteriores, y es que el Estado hace ya tiempo dejó de cumplir con una de sus funciones más esenciales: proveer una moneda confiable que sea reserva de valor, que se pueda ahorrar con ella.

A consecuencia de la inflación y de las bajas tasas de interés, la gente sabe que no puede ahorrar en pesos, por más que el vicepresidente del Banco Central quiera convencer de "que el que compra dólares con el sueldo o la jubilación no hace un buen negocio".

Y si algo sabe buena parte de los habitantes de nuestro país es que una forma de adoptar decisiones acertadas, sobre este tema, es no hacer caso a las declaraciones de los funcionarios, o hacer exactamente lo contrario. Por eso, para evitar la fuga al dólar hay que adoptar medidas estructurales en vez de terminar insolados por querer tapar el sol con las manos.