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Depre-on

El peligro de un vacío que nos enferma. No hay promesa que nos arranque de nuestra realidad mental. Algo nos impide la posibilidad de tener deseos.

Por Luciana Arnedo

luciana.arnedo@gmail.com

Cuántos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido vacíos, sin perspectiva. Independientemente de nuestra rutina, de nuestras actividades y responsabilidades, sentimos un vacío difícil de decir, de explicar y de abordar.

En el día a día "algo" no se articula a nosotros. Como si avanzáramos en el tiempo sin relacionarnos con nosotros mismos. Las cosas quedan por fuera de uno, o acaso sea uno quien queda afuera de sí mismo.

La sensación de avanzar sin poder reconocer lo que uno hace como algo que le pertenece. El sobresalto de actuar, de seguir adelante bajo un esfuerzo devastador. Intentamos hacer lo que otros hacen con naturalidad; una carga con un gran desgaste de energía para nuestra mente.

Esa apatía a la hora de despertar y de enfrentar al mundo exterior. Nos vestimos de alguien más para salir a vivir una vida en la que no nos sentimos normales. La difícil tarea de andar bajo una impresión de ahogo, bajo una sensación triste y confusa. Un sentimiento que no da lugar a otros intereses.

En un silencio que se hace en el día nos cuestionamos nuestro rol, nuestro desempeño, nuestro lugar, nuestras aptitudes, nuestra suerte...

La memoria reside en otro lugar -hay una desviación del propio ser-, la vida se detiene bajo esta observación de permanente tristeza. El mundo exterior se cierra. El displacer se vuelve tan doloroso y el sentimiento parece cada vez menos normal.

Qué desencadena este estado de ánimo es lo que continuamente zumba en nuestra consciencia. Un enigma insoluble encarnado en nuestro ser. Nos sentimos bajo la sensación de una gran pérdida desconocida.

Bajo el ruido de la melancolía. La insufrible responsabilidad de ser uno mismo. El mundo aparece grande delante de nosotros y nos sentimos tan insignificantes.

Hay una moral que nos castiga. Los demás parecen ser tan maravillosos... Ese desesperado grito interno que no podemos silenciar. Paso a paso avanzamos hacia un camino infinito. La idea de no hallar un final para una angustia que parecería no se puede superar.

El agobio de sentirnos incapaces de amor, de dignidad, de satisfacción... Nos encontramos estancados en una susceptibilidad cotidiana. Nos distraemos bajo la impresión profunda de estar sintiendo la impotencia de no encontrar una solución a nuestros problemas.

Reproducimos un dolor sin promesas. Nos falta un argumento para vivir. El deseo de escapar a un lugar lejos de lo que es nuestro... Se traspasa la hora de estar alegres y observamos que no hay a dónde ir ni qué hacer.

¿Tendrán los demás más vida real que nosotros? Algo nos pesa sin poder completarnos. Al final del día somos siempre nosotros. Nos acostamos por la noche con la ilusión de despertarnos siendo otro. El cuerpo en el que nacimos sufre de nosotros mismos.

Sumergidos en el influjo de la soledad esperamos... Esperamos aquellos sueños por tener, aquellos logros que serán, esperamos la reanudación de nuestra vida interrumpida. Mientras tanto respondemos a la necesidad de decir nuestra situación psicológica para disminuir la tristeza. Y todo, en fin, será mañana.