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¿Cripto para qué?

La moneda busca ser descentralizada, liberal y emancipadora de los grilletes de los Estados.


La promesa de Satoshi Nakamoto, el creador de Bitcoin, fue que sería posible comerciar sin la intermediación de banqueros ni participación estatal. Según esta visión, la libertad sería alcanzada a partir de la eliminación de los “terceros de confianza”, aquellas entidades que respaldan la validez de las transacciones. La Cripto en general, pero Bitcoin en particular, pretende ser descentralizada, liberal y emancipadora de los grilletes de los Estados, de las políticas monetarias y financieras gubernamentales y de los “caprichos” de los decisores políticos. Sin embargo, en el contexto actual estamos viendo cómo esta verdad revelada criptoanarquista está chocando de bruces contra la economía real. 

El desarrollo de las criptomonedas requiere de un proceso denominado “minería”. Realizada a través de millones de máquinas dispersas en todo el mundo, se trata de la búsqueda (a partir de cálculos cada vez más complejos) de una clave criptográfica que valida una operación, cuya verificación se añade a un registro público: la blockchain, un protocolo que permite producir consenso de manera descentralizada. Ya no se necesita una institución que valide las transacciones, dado que esta actividad es realizada por los millones de nodos que constituyen cada eslabón de la cadena.

A diferencia del planteo que realiza Alizart en Criptocomunismo (2020), en el cual sostiene que el ambiente Cripto pretende ser pragmático y conducir a una revolución pacífica encabezada por ingenieros desprovistos de prejuicios filosóficos, lo que se ve es la preeminencia de individuos que persiguen su libertad, que sobrevaloran la meritocracia y donde lo que se busca, en última instancia, es la seguridad individual por sobre el aporte a lo colectivo: un sálvese quien pueda financiero que, a diferencia del sistema anterior al 2008 basado en la inversión en activos de empresas o de commodities a futuro, busca resguardo y generación de un diferencial en un producto invisible, la generación de dinero a partir del dinero y sin contraprestación de un bien intercambiable. Es un sujeto que economiza la totalidad del campo socia y asume la reconstrucción de toda una serie de valores morales y culturales a partir de la cual es el único y último responsable de su destino.

En el escenario actual, la amplia mayoría de estas monedas está atravesando un serio deterioro de sus valores de cambio a partir de señales y medidas llevadas adelante por los decisores políticos, justamente aquellos de los que se pretendía emancipar. Como consecuencia de la pandemia de Covid-19 y de la guerra en Ucrania, los países centrales están experimentando una inflación inédita en décadas y, para luchar contra ella, los bancos centrales optaron por aumentar sus tasas de interés. El ejemplo sobresaliente de este proceso es el encabezado por la Reserva Federal estadounidense, que elevó entre 0,75 y 1% sus tasas de referencia a 30 años, lo que provocó una estrepitosa caída de la valorización de los criptoactivos: Bitcoin y Ethereum vieron depreciar su valor 70% y 77% respectivamente. Esto se debe a que el mercado de bonos de Estados Unidos funciona como un receptor del dinero circulante en momentos de convulsión: el capital abandona mercados más volátiles o riesgosos y se ubica en plazas más seguras. En este sentido, las criptomonedas están enfrentando su primer baño de economía real de crisis: sus stocks caen y sus precios se desploman.

En este marco, una de las principales damnificadas fue Luna, una de las monedas alternativas consideradas estables con mayor caudal de operaciones. Estos activos pretenden mantenerse indemnes ante variaciones de las cotizaciones de las demás, como una especie de resguardo de valor. Sin embargo, en el contexto actual, protagonizó una depreciación que generó pérdidas por el 99% del capital de los tenedores de la moneda, a pesar de los intentos de rescate de la fundación que la alberga por montos cercanos a los 2900 millones de dólares. Asimismo, aumentan los riesgos de insolvencia de los fondos de cobertura de criptomonedas, que podría generar un retiro de activos y un desapalancamiento de su valor. 

Aquello que los usuarios de Cripto perciben como su principal ventaja (la falta de intromisión de las estructuras estatales), a su vez se evidencia como una de sus más grandes falencias. Al no estar regulada su utilización, precio o circulación, estos activos presentan un grado de volatilidad mayor a las divisas de circulación internacional. En última instancia están sometidas a las voluntades de las grandes ballenas (los tenedores de enormes cantidades de monedas) cuyos cambios de comportamiento inciden en el valor de intercambio de las mismas, y de las medidas implementadas por las economías centrales. Es decir, los activos cripto presentan las dos características más negativas del sistema: su falta de regulación y supeditación a las acciones de un tercero poderoso cuyo comportamiento es tan impredecible como imposible de juzgar. 

Concebidos como refugio de valor, como amparo ante la volatilidad de la “economía real”, los criptoactivos se han transformado en un “sálvese quien pueda” que privilegia la acción individual ante las fluctuaciones de los precios de las monedas internacionales. Sin embargo, en los últimos meses estamos viendo cómo eso a lo que se pretendía escapar terminó impactando de lleno en las cotizaciones de los activos considerados intocables. Ante la crisis, lo que se busca es un rescate del valor y, de manera aún más profunda, del propósito ontológico de la Cripto. Si ya no permite escapar a los vaivenes de la economía de bienes y servicios, ¿cuál es su utilidad? Si colisiona de lleno con la economía real, la pregunta que queda por hacer es ¿Cripto para qué?

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