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Consecuencias de la sobreactuación presidencial

El aislamiento tuvo una primera etapa de aceptación, una segunda de resignación y una tercera de oposición.

Ni bien le notificaron la pandemia, Alberto Fernández tomó la decisión extrema. Apeló al último recurso y decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, restringiendo libertades, acumulando autoridad, congelando a opositores y mandando a “boxes” a los poderes legislativo y judicial.

Apoyado en la información llegada del hemisferio norte, que está en otra etapa de la enfermedad, y para diferenciarse del traspié de su Ministro de Salud (“El coronavirus nunca llegará al país…”), Fernández asumió el control de las acciones y mandó a todo el país a encerrarse en su casa, creyendo que así resolvía el problema.

Lejos de una solución, las medidas del Presidente dispararon una epidemia de obesidad, alcoholismo y problemas mentales, ya que pasarse el día sentado en un sofá, comiendo y mirando la televisión, engorda, inactiva los músculos, desoxigena la sangre y potencia la angustia, el insomnio y la depresión.

En lugar de fortalecer la salud física y mental de la gente, con educación, ejercitación, aireación y buena alimentación, la cuarentena “boba” disparó enfermedades metabólicas, cardíacas, respiratorias y psiquiátricas que colapsarán el sistema de salud, ni bien termine el encierro. Si hoy van al hospital con, por ejemplo, sudor y dolor de pecho, los mandan devuelta a su casa con Paracetamol.

Con consejos “teóricos” y sin protección real contra el virus, los más adultos fueron aislados en forma antiética e inconstitucional, y a los más jóvenes los confinaron a perder educación y salud, por lo que saldrán más brutos y débiles del “arresto” domiciliario.

El precio de adelantarse “para la foto”, sin tomar las medidas efectivas necesarias, como el control masivo de temperatura y del virus, produjo una baja en la cantidad de trabajadores y centros de la salud disponibles.

Insuficientes insumos y controles bioquímicos terminaron enfermando a miles de profesionales sanitarios (que no volverán ni después de recuperados) y clausurando decenas de centros de salud. Vamos a enfrentar la etapa de máxima demanda del sistema de salud, con quince por ciento menos de los recursos.

Un control tardío de puertos y aeropuertos, que son la entrada del virus al país, y las contradicciones con el uso del barbijo (por el egoísmo de los infectólogos mediáticos), incrementaron notablemente el número de enfermos. La negativa a realizar pruebas bioquímicas, lentas y rápidas, masivas (no solo para la foto en la Estación de Tren) conduce a la obtención y difusión de datos oficiales ilegítimos, ya que los contagiados y muertos son por lo menos diez veces más que los señalados por la autoridad.

Es miserable crear curvas ficticias con cifras irreales y disparatado compararlas con las de países que tienen más habitantes, que realizan más testeos y que están en el pico de los contagios. No se puede equiparar un partido que está por terminar, como el europeo y norteamericano, con otro que está por comenzar, como el sudamericano y argentino, donde aún no empezó el invierno. Nuestra verdad estará en setiembre, no antes.

La gente está decepcionada porque pone el hombro mientras gobierno y oposición la siguen engañando con sobreprecios de alcohol y barbijos e impresión de billetes sin respaldo.

El aislamiento tuvo una primera etapa de aceptación, una segunda de resignación y una tercera de oposición. No se puede enfrentar una pandemia con autoritarismo, incompetencia, corrupción y pérdida de derechos.

Es mentira que “hemos tenido éxito en aplanar la curva”. Tampoco sirve pasar del encierro autoritario e improductivo a la cuarentena “administrada” (o ficticia) con más excepciones que regla. Ni “arresto” domiciliario eterno ni “siga siga”, acá no pasó nada. El encierro debe ser selectivo y proactivo. Es mejor retomar las actividades, con distanciamiento y protección, encender la economía y controlar el dólar (que va a matar más ancianos que el virus) y volver a parar en junio, donde será más necesario guardarnos.

La cuarentena era la última carta, no la primera. Alberto Fernández tendrá apoyo en tanto sea sincero, evite los errores médicos no forzados de sus asesores, y adopte las decisiones correctas. No todo es cuarentena. El rol del Estado es necesario pero tener trabajo y libertad individual más. Autoridad sí abuso no.

 

Le pido transparencia señor presidente.

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