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Chile: la pradera encendida

Como si se tratara de un vendaval irrefrenable, las calles de todo Chile se han llenado de gente.

Como si se tratara de un vendaval irrefrenable, las calles de todo Chile se han llenado de gente. En Santiago y en Copiapó, en Antofagasta y en Valparaíso, en Temuco e Iquique. Lo “inesperado” sacude al país hermano de norte a sur, ese país  mismo que hace tan solo unos días atrás era mostrado al mundo como “un oasis” donde era posible imaginar presente y futuro.


La chispa que encendió la pradera fue minúscula, pero las llamas ahora lo devoran todo. El vendaval arrastra consigo el cansancio y el hastío, la decepción y el desencanto de millones de ciudadanos que se sienten afuera del gran banquete de la abundancia del que el gobierno, hasta hace unos días atrás, se enorgullecía.

Chile es uno de los países que más ha crecido en el continente americano, el que ostenta con orgullo una estabilidad política conquistada luego de años de padecer una de las dictaduras más violentas de América latina. Pero Chile es también uno de los países de la región en los que la desigualdad diseña una brecha escandalosa entre los más pobres y los más ricos, entre quienes sí tienen acceso franco a la educación, la vivienda y la salud y aquellos para quienes esos derechos son, podríamos decirlo, una quimera.

Las calles han estallado junto con la paciencia ciudadana. Y a ese estallido le ha seguido una violenta represión que solo es comparable con aquella que supo desplegar el ejército chileno en los años en que las libertades y garantías constitucionales habían sido suspendidas.  Una vuelta al pasado que nadie, en su sano juicio, puede convalidar.

¿Qué exige esta hora dramática? No otra cosa que el fin de la violencia y una vuelta al orden institucional, algo que debe estar acompañado por un cese inmediato de la represión estatal. Casi una veintena de muertos, centenares de heridos, miles de personas, en su mayoría jóvenes, encarceladas. Es un deber del gobierno saber encontrar la mejor salida a esta crisis para evitar más derramamiento de sangre, para evitar que el dolor y el sufrimiento se sigan extendiendo por el amplio territorio nacional.

No hay justicia ni democracia plena allí donde no hay equidad. No hay bienestar del que ningún gobierno pueda sentirse orgulloso si ese bienestar no se comparte entre todos sus ciudadanos. Y eso no ocurre en Chile, y esa es la razón por la que la pradera se ha encendido de ese modo.

Por el fin de la represión, por la vigencia irrestricta del estado de derecho, por la búsqueda inmediata de un modelo social, político y económico que garantice más equidad a nuestros queridos hermanos transandinos.

Ese es nuestro reclamo.

Con ellos, con nuestros hermanos chilenos, nuestra solidaridad latinoamericana.

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