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Balances de un Congreso desbalanceado

El Poder Legislativo argentino después de las elecciones de medio término.


Si el gobierno representativo debe llevar a las instancias de toma de decisión a la pluralidad de actores de una sociedad, entonces las elecciones se vuelven una ocasión ideal para pensar si los principales grupos que conforman nuestra comunidad política tienen su banca en el Congreso. La primera forma de enfocar el asunto, es, lógicamente, preguntarnos por las fuerzas políticas: cuáles no superaron las Primarias, cuáles sí, y, en este último caso, en qué medida lo hicieron. Así, ordenamos el mapa político en ganadores y perdedores, que, al tratarse de elecciones legislativas, son siempre parciales, porque en nuestro sistema electoral ninguna coalición política logra hacer elegir la totalidad de su lista. Los resultados así entendidos son de público conocimiento, y, aunque aún reste el escrutinio definitivo, conocemos ya la tabla de posiciones.

Ahora bien, otra forma de pensar la conformación de nuestro Congreso Nacional, es por su representatividad en términos de género, habida cuenta de las múltiples brechas que separan a varones y mujeres en el ejercicio de derechos. Por eso, luego de las elecciones generales del pasado 14 de noviembre, cabe hacerse múltiples preguntas, de las cuales cuatro resultan de especial interés. En primer lugar, la más evidente, es preguntarnos si, cuatro años después de sancionada la Ley de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política (27.412) el Congreso Nacional se ha convertido en un ámbito paritario. Como sabemos, este Congreso posee una conformación bicameral, y es por eso también relevante mirar si existe alguna variación entre la Cámara de Diputados y el Senado de la Nación en términos su representatividad de género. De todas maneras, así como “varón” no es igual a “machista”, “mujer” no es igual a “feminista”, y, por eso, en tercer lugar, debemos pensar en el destino de la agenda de género en función de la trayectoria de sus (nuevos/as) miembros. Por último, teniendo en cuenta que las brechas de género son un fenómeno global, cabe comparar el estado de situación del Parlamento argentino con otros de la región y el mundo, para contextualizar nuestras conclusiones. 

A cada elección de medio término, renovamos, por mandatos de cuatro años de duración, la mitad de nuestra Cámara de Diputados. Entonces, en esta oportunidad, se pusieron en juego 127 de las 257 bancas que componen la llamada “Cámara Baja”. De estas 127 personas (re)electas, solo entrarían 58 mujeres. Si tenemos en cuenta que, de la mitad de la Cámara que se conserva del período anterior, 56 eran mujeres, vemos que 114 de los/as 257 Diputados/as serían mujeres. Esto nos dejaría una Cámara cercana a la paridad, con un 44% de mujeres ocupando bancas. Implicaría un aumento de algo más de un punto porcentual respecto de la conformación anterior de ese órgano, mostrando que las medidas de acción afirmativa, cuando se aplican de manera sostenida en el tiempo, dan sus frutos. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estos números pueden variar en algunas unidades, ya que son habituales las renuncias entre la elección y la asunción, generalmente asociadas a funciones en los Ejecutivos que ya se tenían anteriormente y se deciden no abandonar –las llamadas “candidaturas testimoniales”-, o bien cuando aparecen convocatorias para cargos Ejecutivos que aún no se ocupaban. Esto ya empezó a suceder en el Senado, donde el senador electo Germán Alfaro (JxC) renunció a su senaduría para permanecer en la intendencia de San Miguel de Tucumán, ingresando, en su lugar, Beatriz Ávila (JxC). ¿Qué pasa, entonces, con la paridad en la Cámara Alta? En pocas palabras, la representación equitativa entre varones y mujeres es aún más esquiva en el Senado que en Diputados. Una Cámara que se renueva de a tercios (24 de 72 por elección), con mandatos de seis años de duración, un sistema electoral mayoritario y fuerte raigambre territorial, resulta un terreno poco fértil para la paridad. De los/as 24 senadores electos/as, sólo 11 son mujeres, contando la suplencia de último momento antes mencionada. A su vez, los dos tercios de la Cámara que permanecen de elecciones anteriores, estaban compuestos por 19 mujeres. En suma, el Senado quedaría compuesto por 30 mujeres sobre 72 miembros totales, casi diez puntos porcentuales por debajo de la paridad. Este dato no sorprende si pensamos que las Cámaras Altas tienden a emular al antiguo Senado Romano, asociado al liderazgo de familias poderosas, la experiencia y la sabiduría de la vejez. De hecho, dentro de nuestra Constitución nacional, es aún un requisito tener al menos treinta y cinco años de edad para ser Senador/a. 

De todas maneras, hay un punto en el que los números dejan de ser relevantes: cuántas mujeres haya nada quiere decir de cómo piensen los/as representantes electos. En este sentido, hay que mencionar que aunque tengamos un Congreso que tenga 4 de cada 5 legisladores mujeres, la presencia de representantes anti-derechos sigue siendo relevante, en distintos sectores del arco político: muchos/as de quienes votaron contra la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) han renovado sus bancas, mostrándose que la sanción de una ley no es suficiente para mover el estándar del sentido común político. Inclusive, los/as representantes libertarios/as poseen un marcado discurso contra lo que ellos denominan “ideología de género” –es decir, el feminismo-, en un encuadre que olvida que la educación religiosa, los estereotipos de conducta y vestimenta, la heterosexualidad y la maternidad obligatorias, entre otras, también son “ideologías de género”. Así, más mujeres no quiere decir una mayor profundidad en la agenda de género porque la representación descriptiva no es igual a la sustantiva, aunque muchas veces sean coincidentes, y haya en nuestra historia lideresas clave para el avance de la agenda de género, nuevamente, para todos los gustos políticos: Eva Duarte, quien levantara las banderas del sufragismo, o Florentina Gómez Miranda, central en el reconocimiento de “hijos extramatrimoniales” y el divorcio vincular. Pero no siempre nuestros héroes aparecen con los contornos que imaginamos, y que fuera central la figura de un gatekeeper como Daniel Lipovetzky para allanar el camino del Congreso a la potente Campaña Nacional por el Derecho al aborto así lo demuestra. Por figuras como la de Lipovetzky, y también por las de ambos presidentes varones que habilitaron y/o promovieron el debate por la IVE es que contar mujeres no alcanza. 

Por último, debemos recordar que estas elecciones no se gestan en el vacío. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), todavía se necesitan 275 años para cerrar la brecha de género. Eso no debe quitarnos el ímpetu por mayor justicia, pero sí recordar en dónde nos encontramos: de 187 Estados evaluados mensualmente, la Argentina se encuentra número 20 en el ranking por paridad legislativa, antes que países como Bélgica, Suiza, o Francia. Nada mal para tratarse de uno de los países más al sur del mundo.

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