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"Yo no trabajo bajo chantaje"

El director del Teatro Colón analiza a fondo los principales conflictos que lo enfrentan con grupos radicalizados que han convertido en piquetes el escenario.

Desde las épocas lejanas en que García Caffi formaba parte del legendario Cuarteto Zupay (25 años), su trayectoria ha estado siempre ligada a una profunda búsqueda en el mundo de la música. Fue director de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires durante siete años y luego, durante un lapso semejante, se desempeñó como director de producción artística de la Camerata Bariloche, director general del Teatro Argentino de La Plata durante dos años, para epilogar finalmente como director del Teatro Colón de Buenos Aires.

Le ha tocado, es cierto, una de las mejores salas del mundo, una enorme distinción y, también, una montaña de problemas que ya ha tomado estado público.

Incluso en el transcurso de esta semana, un pequeño grupo de legisladores de la Legislatura porteña intentó forzar su renuncia sin contar, sin embargo, con la mayoría necesaria como para lograrla.

—¿Y cuál es, finalmente, la situación actual? –preguntamos mientras recorremos con el fotógrafo de PERFIL el maravilloso teatro vacío.

—Creo que hay que dividirla en dos partes –explica García Caffi–. La que fue hasta hace diez días y otra, de diez días a esta parte. En principio, lo que fue hasta hace diez días es histórico: un grupo de personas muy reducido y radicalizado no quería que se cierre el teatro, que se restaurara y luego, cuando vieron la obra, dijeron que el edificio había sufrido grietas fundacionales que no se iban a recuperar, que la restauración estaba mal hecha y, finalmente, que en este edificio se iba a construir un shopping con agencias de venta de automóviles y confiterías. Sin contar las salas para fiestas que también se iban a alquilar. Intentaron, incluso, que no se hiciera la inauguración del 24 de mayo y luego atentaron continuamente contra la producción artística que el Teatro había propuesto. Esta es la primera parte con una neta connotación política: no permitir (simple y básicamente) que la estructura del Teatro Colón funcione (no por el Teatro en sí) sino porque representa uno de los hechos "lamentables" de Mauricio Macri. Imaginate: Macri devolviéndole a la ciudadanía su teatro histórico.

—¿Y la segunda parte de la situación?

—Bueno, ya tiene que ver con una mayor cantidad de gente y est

oy hablando en relación con los 925 trabajadores que tiene el Teatro. Se han reunido unas cien personas sobre la base de reclamos salariales.

—¿Pertenecen a ATE (Asociación de Trabajadores del Estado)?

—El grupo radicalizado, sí. Ahora se ha ampliado porque hacen un reclamo salarial que yo, por mi parte, considero absolutamente justo. Por convicción ideológica, considero justo que deberíamos (en el Teatro Colón) estar ganando más. Pero también considero que, dentro del campo de la civilización y la democracia, debemos mantenernos en un diálogo adulto que reconozca que estamos viviendo en la Argentina del siglo XXI, que el Teatro Colón tiene que reubicarse en esa Argentina y estábamos en ese intercambio durante dos meses cuando se produjo el quiebre del diálogo. El rompimiento del compromiso firmado en la Subsecretaría de Trabajo por este grupo en dos oportunidades hizo que se tomara como piquete el escenario, que no pudieran hacerse cuatro o cinco funciones. Esto comenzó con la última función de Katia Kabanová. Allí, un grupo que no alcanzaba a treinta personas copó el escenario y luego vino a chantajearme. Yo había abierto un sumario y representantes de ese grupo vinieron a decirme que si yo no levantaba ese sumario no se iban del escenario.

—¿Y qué ocurrió?

—Mirá, por supuesto que yo no trabajo bajo chantaje ni bajo presión. Les dije, entonces, que se podían quedar en el escenario ese día y, si querían, dos años más. Que mientras perdurara el chantaje no les iba a dar una oportunidad. La división que hago es básicamente así: el grupo sigue trabajando e intentando horadar la roca y, por otro lado, nosotros nos hemos visto obligados a violar compromisos ya firmados. Como funcionarios, entonces, estamos obligados a poner sanciones. Simplemente abrí sumarios y esos sumarios dirán, más adelante, qué tipo de sanción les corresponde.

Pedro Pablo hace una extensa pausa y, reflexionando en voz alta, agrega:

—Yo vine aquí a hacer un teatro mejor que el que recibí. Esa era mi función y sigue siéndolo. También es mi deseo y mis ideales están puestos en irme cuando tenga un teatro mejor que el que recibí. Pero para hacer esto, tengo que cumplir con determinados actos. Por ejemplo, poner sanciones. Y esto es algo que me disgusta profundamente. No tiene que ver con mi manera de ser pero sí con mi obligación como funcionario. También debo considerar que, ante la violación de compromisos firmados, esas sanciones son también un ejemplo y un reconocimiento a toda la gran cantidad de trabajadores con que cuenta el Teatro Colón y que no quieren plegarse a este tipo de situaciones. Trabajadores que no han faltado de ninguna manera a su trabajo y siguen cumpliendo con sus funciones. Todos ellos han mostrado, a lo largo de este año, las maravillas que el Teatro Colón supo producir y mostrar en sus espectáculos.

—Con respecto al ballet del Teatro, ellos dicen que el 25 de noviembre el juez Cataldo fue a hacer una inspección ocular en la que encontró que "el piso tenía sectores englobados".

—Sí, ante el pedido de un grupo de bailarines vino un juez. Pero éste es un problema completamente diferente. El problema con el ballet también se divide en dos o tres partes. En primer término, tenemos 102 bailarines de los cuales 54 no pueden bailar. Este es un problema grave. No pueden bailar básicamente por su edad.

—¿Cuántos años tienen?

—Te explico: son 102 bailarines y esos 54 no pueden bailar porque sus edades van de 50 a 62 años. Hay un problema real que está relacionado con su jubilación. Personalmente, no quiero que se jubilen en las condiciones actuales pero sí necesito, como funcionario, las plazas que ellos ocupan para contar con un ballet con las edades adecuadas para los espectáculos de excelencia que queremos producir.

—¿Por qué no querés que se jubilen? ¿Es muy escasa la jubilación que recibirían?

—Sí, sería una mala jubilación. Hubo un problema que data de la época de De la Rúa en que se bajó el régimen especial con el que contaban. Se llama "20/40". Es decir: veinte años de servicio con aportes y cuarenta años de edad. Su jubilación sería entonces mala pero además de este problema que afecta a una parte del ballet, yo tengo un ballet con el que no puedo contar, en primera instancia, en forma íntegra. Y, en segunda instancia, hay un fuerte pedido de un grupo de bailarines para que los pisos (tanto del escenario como de la sala 9 de Julio) se cambien por no ser los adecuados. Pero esos pisos son los mismos que tuvimos en 2006 y también antes. O sea, donde ensayaba el ballet y, luego, estrenaba. Porque el piso del escenario también es el mismo. Lo que hemos hecho, en la restauración del Teatro, es mejorarlo. De todas maneras yo he contemplado la queja de los bailarines. Hace cuatro o cinco meses hemos enviado a diseñar y a comprar un piso especial.

—¿El piso Arlequín?

—Es un piso por el que hemos averiguado en varios teatros: en el Royal Ballet, en el Ballet de San Francisco, en el American Ballet. Quisimos saber cuál era el mejor piso puesto que estoy totalmente de acuerdo con que si hay nuevas tecnologías hay que adquirirlas. Pero tampoco quiere decir que porque haya nuevas tecnologías lo que tenemos aquí esté mal. Pero, reitero, todo esto tiene un transfondo. Durante casi 19 días los bailarines no quisieron bailar porque no se cambiaba el piso y ellos sabían que no lo podíamos cambiar en 19 días. Como te decía, es un piso que se compra y lleva aproximadamente seis meses para su entrega. Cuesta miles de dólares y se hace de acuerdo con los pedidos de cada compañía. Pero, en última instancia, también los bailarines planteaban esto mientras buscaban otro resultado. Lo que los bailarines dijeron cuando vinieron a esta oficina en la que estamos conversando, lo que vinieron a plantearme es que alejara a Lidia Segni de la dirección del ballet. Este es el fondo real del asunto. Ella es una de las mejores directoras que jamás pueda tener el Colón. Ella es la directora que Julio Bocca eligió durante 16 años para su Ballet Argentino y llevarlo por el mundo entero. Además, es la directora que en estos pisos, que ellos objetan, ha preparado los espectáculos que el Teatro Colón ha presentado este año y, si lo recordás, en todos los medios el ballet ha logrado unas críticas maravillosas. En primer término, porque hizo bailar a la gente que realmente puede hacerlo y, luego, porque tiene una capacidad artística superior.